¿Una alfabetización científica para la Arquidiócesis mexicana? Escribe: Jesús Ramírez Bermúdez

01/10/2016 - 12:03 am

El autor del reciente Un diccionario sin palabras y tres historias clínicas (Almadía) refuta con principios científicos las posturas de la iglesia que han calificado a las personas homosexuales de «enfermos mentales». Si las autoridades de la Iglesia Católica participan en el debate de la enfermedad, sería deseable que practicaran los principios básicos del razonamiento científico para que sus palabras, en esta materia tan particular, no favorezcan un discurso de odio, afirma el escritor y científico.

Por Jesús Ramírez Bermúdez

Ciudad de México, 1 de octubre (SinEmbargo).-En los días pasados hemos tenido la ocasión de observar momentos álgidos de polarización cultural en torno al tema del matrimonio igualitario.

Uno esperaría que las instituciones religiosas que predican la palabra de Cristo fueran, en momentos así, espacios para la concordia y la reconciliación social. Por el contrario, la Arquidiócesis mexicana ha hecho declaraciones que promueven la discordia al calificar tácitamente como “enfermos mentales” a las personas homosexuales o a quienes pertenecen a alguna minoría sexogenérica.

Cito las declaraciones ampliamente difundidas por medios periodísticos nacionales: “Dicen [la comunidad LGBTTTI] que es falso que la Organización Mundial de la Salud haya retirado en 1974 la homosexualidad de la lista de enfermedades mentales, debido a la presión del lobby gay”. La Arquidiócesis agrega: “Dicen que esa decisión estuvo respaldada por un estudio de tres décadas. ¿Dónde está ese estudio, supuestamente iniciado en 1944, en plena Segunda Guerra Mundial? Tendría que haber sido muy famoso e importante, y haber sido dado a conocer, pero no lo fue porque no existe”.

Como profesor universitario de medicina psiquiátrica, miembro del Sistema Nacional de Investigadores de CONACYT y jefe de un servicio clínico de psiquiatría, considero que es mi responsabilidad hacer una réplica a esas palabras, ya que incurren en un grave error desde la perspectiva científica. A continuación planteo los puntos críticos a tomar en cuenta:

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El concepto de “enfermedad mental” no aparece en el Viejo Testamento ni en el Nuevo Testamento. Por lo tanto, no es un concepto derivado de verdades sagradas y está fuera del mundo del dogma sobre el cual sería necio abrir una discusión. El concepto de enfermedad proviene de la medicina, y en ese campo (abierto siempre al gran debate público) es donde debe resolverse.

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De manera vergonzosa, quienes nos dedicamos a la medicina debemos reconocer que por mucho tiempo la homosexualidad fue incluida dentro de la Clasificación Internacional de las Enfermedades de la Organización Mundial de la Salud y en la clasificación de los trastornos mentales de la Asociación Psiquiátrica Americana. La Arquidiócesis mexicana cuestiona los motivos de las grandes organizaciones médicas mundiales para eliminar la homosexualidad de tales clasificaciones. ¿Dónde están los estudios que sustentan la decisión de retirar la homosexualidad de estas listas?, cuestiona la Arquidiócesis. Pero se trata de un cuestionamiento retórico, carente de un razonamiento científico básico. Porque antes que la pregunta establecida por la Arquidiócesis, se requiere contestar otra: ¿cuál es la evidencia para incluir en primer lugar a la homosexualidad dentro de una lista de enfermedades? La inclusión inicial no se basó en estudios científicos que luego tenían que ser o no refutados: más bien, se basó en meros prejuicios sociales, basados en una concepción imprecisa de lo que son las enfermedades. El concepto científico contemporáneo es que la homosexualidad masculina y femenina es una faceta ampliamente prevalente de la sexualidad humana, sin aspectos patológicos intrínsecos. Una revisión actual del tema, publicada por la Organización Mundial de la Salud (con las referencias académicas apropiadas) puede consultarse en la siguiente dirección: http://www.who.int/bulletin/volumes/92/9/14-135541.pdf?ua=1

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La homosexualidad también es observada extensamente en la conducta animal (como lo documentó hace décadas Konrad Lorenz, Premio Nobel de Medicina), por lo cual podemos afirmar de forma categórica que es una conducta “natural”.

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¿Qué es una enfermedad? De acuerdo con los planteamientos del libro clásico de Ruy Pérez Tamayo titulado El concepto de la enfermedad, existen definiciones primitivas y definiciones científicas de la enfermedad. La Arquidiócesis emplea sin duda concepciones primitivas, mágico-religiosas, ya que no aporta evidencia científica alguna para clasificar la orientación homosexual (y las condiciones incluidas dentro de las minorías sexo-genéricas) como enfermedad mental. Las concepciones científicas, más precisas y útiles desde la perspectiva de la salud, definen la enfermedad como un patrón clínico, formado por signos y/o síntomas, que resultan de una anormalidad fisiológica (es decir, una desviación de la homeostasis) o de una lesión celular. En el caso de la homosexualidad no se han demostrado estas anormalidades fisiológicas, o la presencia de una lesión celular. El concepto de enfermedad también debe incluir consideraciones referentes al pronóstico: aquí aparece la idea de que las enfermedades confieren desventajas biológicas, que se traducen en sufrimiento, discapacidad y disminución de la esperanza de vida. En el caso de la homosexualidad y las condiciones penalizadas por la Arquidiócesis, el sufrimiento, la discapacidad y la muerte anticipada pueden estar presentes, pero esto se debe al estigma, la discriminación y la violencia homofóbica (que son propiciados, ciertamente, por discursos de odio). Como ejemplo de un estudio científico realizado con rigor, en este caso en torno al tema de la transexualidad, la Arquidiócesis no necesita buscar en la segunda guerra mundial: basta con que lea el estudio mexicano publicado por Rebeca Robles y colaboradores en septiembre de este año en la prestigiada revista Lancet Psychiatry, en el cual el análisis de los datos muestra que el sufrimiento padecido por personas transexuales se debe en su mayor medida a las experiencias de rechazo social y violencia. Como médico, debo identificar estos factores sociales para denunciarlos como fuentes sociales de sufrimiento. El ejemplo clásico para entender este problema es el asunto de la lateralidad manual en la Edad Media: los zurdos fueron personas catalogadas como anormales con toda la carga de penalización social que esto confiere; hoy esa situación nos parece absurda y vergonzosa: ser zurdo es una variante natural que no conlleva sufrimiento, discapacidad o muerte anticipada. No es una condición patológica en ningún sentido.

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Aunque el apunte personal es innecesario, aclaro que soy una persona heterosexual con un profundo respeto por la religión, por la espiritualidad en general y por la comunidad católica de México. La libertad de culto es un valor indiscutible de las sociedades laicas. Sin embargo, ninguna autoridad religiosa tiene derecho a atropellar los derechos de grupos humanos vulnerables, como lo han sido desde tiempos inmemoriales las personas con orientaciones sexuales o identidad de género diferentes a las más frecuentes.

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Al usar el término “enfermo mental” como una manera de denigrar a las personas homosexuales y pertenecientes a minorías sexo-genéricas, se incurre además en una actitud despectiva hacia quienes han recibido diagnósticos médico-psiquiátricos. Los diagnósticos psiquiátricos no son insultos, y usarlos de esta manera solamente empeora los problemas de estigma y discriminación.

Los científicos necesitamos una profunda educación ética para aprender conceptos como la beneficencia de los enfermos, el respeto a su autonomía, la justicia en la repartición de servicios, así como la regla de oro de la reciprocidad.

Todo lo anterior es estrechamente compatible con las palabras de Cristo, según el Evangelio de San Mateo y también con la filosofía de Confucio, el Talmud o la filosofía de la Ilustración, como fue planteado de forma magistral por el neurocientífico Jean Pierre Changeux y el filósofo Paul Ricoeur en el libro La naturaleza y la norma, publicado en México por el Fondo de Cultura Económica.

De la misma manera, si las autoridades de la Iglesia Católica participan en el debate de la enfermedad, y en especial de la así llamada enfermedad mental, sería deseable que practicaran los principios básicos del razonamiento científico para que sus palabras, en esta materia tan particular, no favorezcan un discurso de odio basado en mentiras pseudocientíficas.

Jesús Ramírez Bermúdez Fotografiado Por Grace Quintanilla Foto Facebook
Jesús Ramírez Bermúdez Fotografiado Por Grace Quintanilla Foto Facebook

¿Quién es Jesús Ramírez Bermúdez? Nació en la Ciudad de México en 1973. Es médico especialista en neuropsiquiatría y doctor en ciencias por la UNAM, Jefe de la Unidad de Neuropsiquiatría del Instituto Nacional de Neurología y Neurocirugía de México y miembro del Sistema Nacional de Investigadores del CONACYT. Tras publicar más de 70 artículos en revistas internacionales y nacionales en el ámbito de las neurociencias, ha obtenido reconocimientos internacionales a la investigación científica en Australia (Best Paper Award, Sydney, 2006) y Estados Unidos (Lilly Felowship Award, 2011). Es autor de la novela Paramnesia (2006) y del ensayo El último testigo de la creación, traducido al inglés y editado por Small Beer Press (2012). Su libro Breve diccionario clínico del alma (2010) se ubica entre el ensayo literario y la narración clínica.

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