Hablar del mundo conocido, siguiendo el consejo de Ernest Hemingway. Contar historias pequeñas con vocación universal. Así escribe y piensa uno de los más leídos autores argentinos del momento, ganador del Premio Alfaguara con La noche de la usina.
Ciudad de México, 1 de octubre (SinEmbargo).- “Pampa y política, tiempos muertos de vida cotidiana y diálogos muy vivos, con un trasfondo crítico lleno de suspenso en el que la rabia fecunda es compatible con el humor más fresco”. Eso dijo el jurado del Premio Alfaguara 2016, al decidir que la novela ganadora de tan importante concurso fue La noche de la usina, del argentino Eduardo Sacheri (Buenos Aires, 1967).
Se trata de otro paso más en la rutilante carrera literaria de este profesor de historia de escuela secundaria, cuya pretensión máxima es contar historias que tengan que ver con su entorno; poblar cuentos y novelas de personajes muy reconocibles en la realidad cotidiana.
El escritor argentino conoció la fama internacional a raíz de la novela La pregunta de sus ojos, llevada al cine como El secreto de sus ojos, un filme de Juan José Campanella que ganara el Oscar en 2010.
Sacheri está convencido de que “es un artificio y una muestra de pedantería querer hablar de grandes cosas en las novelas”, por lo que afirma que sus libros “carecen de mensajes”.
“Tal vez, en este oficio de contar historias, se produce el milagro de que lo que escribo engancha con la vida del lector y le permite iluminar su vida”, expresa.
La experiencia con el cine de Sacheri no ha sido espontánea o fútil y, por el contrario, se extiende más allá de El secreto de sus ojos. Con Juan José Campanella también realizó la película animada Metegol y ahora escribe un guión del que no puede contar mucho.
Quizás es esa relación la que le restó presencia en el ambiente literario de la universidad, algo que el escritor ni lamenta ni lo deja indiferente. “Decir que no me importa sería ejercer un acto de pedantería que no quiero permitirme”, afirma.
“El círculo literario argentino me ignora. Tal vez estaría bueno que el ámbito universitario, en general, fuera más diverso. Me parece que una de las claves del conocimiento y de la ciencia es la diversidad. Ponernos sectarios atenta contra el rigor de lo que hacemos”, afirma.
LA NOCHE DE LA USINA
La noche de la usina (Alfaguara) cuenta la historia de un grupo de vecinos, habitantes a su vez de un pueblo perdido de la provincia de Buenos Aires. La novela transcurre en plena crisis económica del 2001, frente a la cual los protagonistas se proponen reunir el dinero necesario para llevar a cabo un proyecto que podría ser una salida de la decadencia y la pobreza.
La revancha colectiva se constituye la única salida para un resarcimiento moral tan necesario como perentorios. Entre los perdedores, el sueño de la dignidad propicia consuelo.
“El nuevo libro de Eduardo Sacheri es un desahogo, un reparador y oportuno suspiro que llena de oxígeno el alma de los perdedores. El gol del honor, que le dicen”, escribió el periodista Jorge Londero en el periódico La voz del interior, mientras que Rocío Huerta, de El País, opinó que el autor “hace de las historias cotidianas lecturas conmovedoras, de los lugares comunes situaciones universales”.
–En tu nueva novela se nota tu profesión de historiador…
–La historia es parte de mi propia vida. A lo mejor en esta novela tuve que investigar un poco más acerca de ciertas cuestiones técnicas como las alarmas, las redes de alta tensión, los voltajes, pero fue una investigación doméstica y artesanal. Sin duda tuve que también repensar un poco ese pasado no tan cercano, de 15 años atrás, para ser más puntilloso, más exacto.
–Me llamó la atención cómo hace 15 años los comunistas entraban en la ecuación política latinoamericana…
–Bueno, creo que están todavía en el camino de las confusiones ideológicas que caracterizan la vida política argentina. Me gustó ese personaje que tenía esa matriz antigua de anarquista. Un anarquista que amaba a Raúl Alfonsín (ex Presidente argentino, 1927-2009). En mi país pasan esas cosas, empezando por el propio peronismo. Es un lugar donde las fronteras de las adhesiones son más raras que en otros lados.
–Alfonsín ha sido un personaje que ha ido ganando en la historia
–Sí, es verdad. Empezó a ser más valorado. En mi caso, siempre lo quise mucho. No tuve que hacer un camino de regreso. Hay como una reconciliación fuerte desde el punto de vista social con la figura de Alfonsín. No creo que desde el peronismo, que no lo reivindica mucho.
–¿Te animarías a decir que La noche de la usina es una especie de docuficción, al hacer tan “novelables” hechos cercanos en la historia?
–No, no me animaría. No son hechos tan cercanos, ya son 15 años y por otro lado me sirvo de la historia en segundo plano. Es una ficción que se sirve de la historia cercana y por eso te deja abierto un par de preguntas para que repienses como lector esa historia cercana.
–¿Hubo alguna preocupación por eso tan inclasificable que se llama identidad nacional?
–Me interrogo sobre eso, pero me parece tan inasible que no me atrevería a intentar una respuesta. Es válido que uno se viva preguntando cosas como si existe la identidad nacional, otra cosa es que si en mis libros me atrevo a esbozar una definición. En mis libros tengo pretensiones más modestas. Si a lo mejor algún lector, en Argentina o fuera de ella, cree reconocer ciertos rasgos que le permitan esbozar una fisonomía del país, es interesante, pero sería pretencioso establecerlo de mi lado, como diciendo: “este es mi gesto literario”.
–Lo que no es modesto es el uso del lenguaje. Una cosa es hablar en argentino, otra cosa es escribir en argentino…
–Para mí hay en la literatura argentina una gran autoridad -en el mejor de los sentidos- en esto de los diálogos y es Osvaldo Soriano (1943-1997). Me parece que en sus novelas los personajes hablan como personas y sobre todo los personajes se construyen a partir de lo que dicen, aunque no digan nada demasiado elaborado. Los personajes de Soriano no hablan mucho de sí y sin embargo se constituyen cuando hablan. No he leído a otro autor que haga eso con tanta pericia. No me es secundario el tema. Me interesa mucho.
–Aunque el diálogo es lo más artificial que tiene la narrativa
–Es difícil y te exige gran contención como autor. Se nota mucho cuando haces diálogos para cine. El diálogo tiene la particularidad y la complejidad de tener que connotar profundidades que no denota. Nosotros no hablamos con profundidad; sentimos con profundidad, pero no lo expresamos de ese modo. Mucho menos en una situación coloquial. Es una tensión difícil de resolver, porque la tentación del que cuenta es cargar los diálogos de profundidad. Como autor quieres que afloren esos sentimientos profundos del personaje en el habla. Si uno consigue que se manifiesten cosas profundas enmascaradas en esas palabras sencillas, el lector se queda con ese personaje.
–Pienso en Osvaldo Soriano cuando te leo…un escritor tan leído y al mismo tiempo tan ninguneado por la academia
–A él le jodía el ninguneo académico, que comparto. A mí me jode menos que a Soriano.
–Compartes también la obsesión del paisaje con la gente adentro
–Creo que es lo más interesante de contar. Por lo menos es lo que más me interesa mí. Lo que a mí me lleva a la literatura es indagar sobre mí mismo y sobre lo que ocurre alrededor.
–¿Eres de los que se sienta en un café a observar y a escuchar a la gente?
–Lo que tengo es una actitud empática hacia el mundo y las personas. No la naturaleza, que sería otra posible mirada. Me gusta observar y escuchar. Me interesa la vida de la gente. Me interrogo sobre la vida de la gente y me gusta la gente en sí. No me gusta la gente que habla mucho. Cuando era niño me molestaban las personas que no escuchaban y las que en su discurso demostraban que no te escuchaban.
–¿Hubo una motivación diferente al escribir La noche de la usina, comparada con los libros anteriores?
–Me cuesta mucho evaluar mis propios libros, porque lo que siempre me ocurre es que el último es lo que mejor me representa. El que soy hoy o casi uno muy parecido. Cuando escribí mi primer libro de cuentos, en el 2000, yo tenía 20 años menos, era otro. No quiero ejercer una crueldad fácil con aquel que fui, pero podría decir que La noche de la usina es la que más se ajusta a mí por cierta manera de narrar, por cierto uso del tiempo, por cierta contención en el lenguaje y porque hoy soy ese, sólo por eso, en realidad.
–Con esta novela, además, ganaste el Premio Alfaguara
–Sí, era algo que me generaba mucha ilusión. Era la tercera vez que me presentaba y no soy muy de presentarme a premios. Con este lo que me pasaba es que muchos libros que habían ganado el Alfaguara me resultaron muy buenos, lo que me permitió descubrir autores que no hubiera conocido de otro modo, como la colombiana Laura Restrepo, por ejemplo. Delirio me pareció una novela buenísima y desde entonces la empecé a seguir. Estoy seguro de que si no hubiera ganado el premio con La noche de la usina, lo hubiera intentado otra vez.
–Y lo ganaste con una historia muy argentina, aunque así son todas tus historias
–Creo que la única universalidad posible parte de esa pequeñez. Ernest Hemingway decía que uno debe escribir de algo que conozca y me hizo bien esa observación. Por supuesto que es delicado no caer en mirarte el ombligo, algo que sea tan tuyo que el lector se quede afuera. Hay cierta literatura del yo que está de moda, pero qué gusto me da cuando un autor me lleva a su mundo, que no tiene nada que ver con el mío, porque así te enriqueces. Aunque sea una frase remanida, es cierto eso de que leer te lleva a vivir otras vidas.
–Las historias que cuentas en La noche de la usina, el corralito, la crisis económica, pueden repetirse, sobre todo con este nuevo gobierno en Argentina…
–Me gusta ser paciente con los nuevos fenómenos políticos. No saco conclusiones rápidamente. La crisis del 2001 está presente todavía en el imaginario social de la Argentina. En el debate electoral estaba todo el tiempo mencionada la referencia a esa época. Veo a mi país tan polémico como el año pasado, me cuesta mucho sacar conclusiones en un contexto donde todos hablan de cosas distintas. Me parece muy interesante el reordenamiento político que se va produciendo, aunque no sepa bien adonde vaya a parar. Me interesa mucho la política, pero no considero interesantes mis opiniones políticas. Soy cauto frente a los movimientos políticos y soy cauto frente a los que vociferan a favor o en contra frente a esos movimientos políticos.