Aprovechando que pasó por la Ciudad de México el escritor y fotógrafo residente en Japón Aurelio Asiain y que una parte de su obra se muestra en el Museo Archivo de la Fotografía dentro de la exposición antológica Luz Portátil, diez años, le hemos pedido una reflexión sobre su actividad de fotógrafo y su libro dentro de la colección, El espacio de pronto es escenario.
Por Aurelio Asiain
Ciudad de México, 1 de octubre (SinEmbargo).- Rudyard Kipling se asombraba, en las crónicas periodísticas que escribió en Japón en 1889, de la enorme afición japonesa por la fotografía. En 1995, en un anuncio de Fujifilm para la televisión, aparecía un recién nacido que, al ver a sus padres por primera vez, sacaba del pañal una cámara y les tomaba una foto. Ese año, Casio lanzó las primeras cámaras digitales de bolsillo.
Cuando llegué a Tokio, en 2002, los teléfonos móviles con cámara integrada ya eran tan imprescindibles en Japón como el llavero o la cartera y más que el peine o el pañuelo. Hoy el fenómeno ya no es exclusivamente japonés, y a cada instante dedos innumerables oprimen simultáneamente el obturador en todo el mundo, pero la fiebre inicial no fue tan alta en otros países.
¿A qué se debe la intensidad del interés temprano de los japoneses por la fotografía? En un ensayo de 1926, el gran fotógrafo, poeta y cosmetólogo Shinzo Fukuhara (la compañía Shiseido fue fundada por su padre, también un gran fotógrafo) escribió:
“Tomar una fotografía es como componer un haiku, sólo que con una cámara. No es más complicado que disparar el obturador cuando llega el momento y se puede tomar la foto en una décima de segundo. Cuando el momento llega, es como si el corazón se hubiera fundido con la naturaleza y vuelto uno con ella… Los límites artísticos de la fotografía no son, me parece, distintos de los de la poesía.”
A poco de llegar a Japón, empecé a tomar fotografías. También, naturalmente, anoté muchos poemitas de tres líneas. Pero pronto me di cuenta de que a las líneas que anotaba les faltaba lo mismo que suele estar ausente o parecer postizo en los haikus occidentales: una sensibilidad peculiar hacia la naturaleza, obra de siglos de observancia ritual. Otro tanto podría decir de mis fotos. No disparo el obturador para puntuar la marcha del tiempo, ni para capturar un instante, sino para aprehender un orden y para desdoblar la mirada.
En la primera fotografía de mi libro El espacio de pronto es escenario, que llamé Cómo cruzan los jóvenes el bosque, unos jóvenes vestidos al modo de la época Heian caminan sonriendo entre los árboles que rodea al santuario de Shimogano, después de participar en una de las ceremonias culminantes de un festival milenario: Aoi matsuri.
Cuando capturé la imagen, no podía imaginar que años después viviríamos a unos cuantos metros de ese lugar, a pocos pasos de la entrada oriental del santuario y que el rumor de las festividades se nos haría tan habitual como el graznido de los cuervos a cuya encarnación mítica está consagrado. Tampoco habría podido pasarme por la cabeza, cuando tomé la foto de la casa de Junichiro Tanizaki que aparece pocas páginas después (En la casa de Nada, las cigarras), que al mudarnos junto al Shimogamo quedaríamos vecinos de otra de sus casas, por la que más apego sintió y que es el escenario de una de sus mejores novelas cortas, El puente inestable de los sueños.
La escena culminante de ese relato ocurre en la pequeña casa de té que mira al estanque del jardín. No la he visto por dentro, la conozco por la descripción del novelista, pero sé que está intacta, como fue su deseo, igual que el resto de la casa. Frente a la entrada, vedando el paso, hay una pequeña piedra con una cuerda anudada alrededor, como la que aparece en otra de las fotografías del libro De este lado, mirando, sin saber: ahora me he acostumbrado a verlas.
También me he acostumbrado a ver a unos pasos, en el santuario y en los senderos del bosquecillo que lo rodea, a las parejas que van o vienen de la ceremonia de su boda. Pero nunca he vuelto a fotografiar una mirada como la que capturé en otra de las fotos del libro, de esa muchacha, ya mujer, en Just married and more than happy. Es la de cualquier enamorada, pero es irrepetible. Es claramente una mirada encarnada en una persona distinta de cualquier otra.
Me sorprende, al hojear el libro, reparar en las premoniciones. Vuelvo a ver las fotos (me referí a cuatro: hay más de las que podría decir lo mismo) y entiendo que, al disparar el obturador, no estamos capturando el pasado, el instante en ese momento en fuga, sino el porvenir. El fotógrafo captura la mirada futura.
¿Qué voy a ver la próxima vez que abra el libro? ¿Qué voy a descubrir anunciado en esas imágenes que ahora me es invisible? Así como el policía que se interpone súbitamente entre la cámara y la imagen abstracta de líneas rojas y negras que yo quería fotografiar, convirtiendo ese espacio en escenario, así irrumpe la mirada en la fotografía y las anima con tiempo.
Una sección preparada especialmente para sin embargo por Artes de México. El libro El espacio de pronto es escenario, con textos e imágenes de Aurelio Asiain, coeditado por Artes de México y la Secretaría de Cultura de la Ciudad de México en la colección Luz Portátil, puede conseguirse en librerías o directamente en esta página. También estará a la venta durante la Feria del Libro de la Ciudad de México en el Zócalo, del 14 al 23 de octubre de 2016. La exposición Luz Portátil, diez años, treinta libros estará abierta en el Museo Archivo de la Fotografía (Guatemala 34, Centro Histórico) hasta el 23 de octubre.