¿Es saludable alimentar a los infantes de seis meses a dos años con papillas, jugos, cereales enlatados y fórmulas lácteas? Especialistas aseguran que no, y advierten sobre los graves daños a la salud de los pequeños. SinEmbargo tuvo acceso a un análisis en el que la Fundación Mídete destapa las cantidades de azúcar que contienen dichos productos y comparte, al final del texto, un gráfico con dicha información.
Ciudad de México, 2 de septiembre (SinEmbargo).– Alimentos industrializados dirigidos a bebés entre seis meses y dos años, contienen azúcares añadidas que además de provocar daños a la salud de los pequeños consumidores, generan tanto gusto por ella que en la edad adulta se convierten en clientes potenciales de otros productos perjudiciales para el organismo, denunciaron expertas, en entrevista para SinEmbargo.
La industria ofrece paquetes compuestos por fórmulas lácteas, cereales, jugos y papillas, entre otros alimentos procesados dirigidos a los niños entre seis meses y dos años de edad. Mismos que carecen de fibra y tienen una larga vida en anaquel gracias a la cantidad de sodio que contienen, además del azúcar adicionada, señaló Julieta Ponce Sánchez, directora de Nutrición en el Centro de Orientación Alimentaria.
«El sodio combinado con el azúcar provocan que los niños no sientan empalagamiento y cuando tienen exposición continúa al azúcar adicionada se acostumbran y no aceptan alimentos naturales, libres de azúcar y sodio. Se deja una ‘huella’ en las pailas gustativas, por lo que los niños presentan un comportamiento donde inclinan sus preferencias hacia los sabores artificiales», puntualizó.
De acuerdo con Ana Larrañaga Flota, coordinadora de proyectos de nutrición en la Fundación Mídete, «desde una edad muy temprana estamos fomentando que los niños se acostumbren a los sabores dulces. Es muy fácil que un niño se acostumbre a ese tipo de sabores, sobre todo si se le comienzan a dar desde los primeros meses de vida y es mucho más difícil que en etapas posteriores de la vida sea un hábito consumir verduras u otros alimentos naturales sin sal y/o azúcar».
«Van a ser consumidores cautivos, clientes fieles. Se está comercializando y poniendo en el target a los niños con el fin de tener allí un mercado seguro para el futuro», acusó.
En el mismo sentido, Ponce señaló que «la industria sabe que secuestra a los paladares para tener cautivos por generaciones a sus clientes, así cuando los niños van creciendo consumen otros alimentos industrializados».
Mídete facilitó a este diario digital un análisis de algunos productos alimenticios dirigidos a la población entre 6 meses y dos años de edad y halló que algunos rebasan o se encuentran en el límite de los niveles de azúcar añadido permitido para la población entre dos y 18 años por American Heart Association (Asociación Americana del Corazón) que es de ocho cucharadas pequeñas ó 25 gramos para gozar de una buena salud. (Al final del texto podrá encontrar los datos del documento).
Sin embargo, la Asociación señala que los niños menores de dos años no deben consumir alimentos o bebidas con azúcares añadidos, y sin excepción, todos los productos analizados por la ONG mexicana, la contienen en mayor o menor medida.
«Los azúcares añadidos no son recomendables para bebés, en especial, los lactantes. Por eso la importancia de que las papillas sean naturales, preparadas al momento para conservar sus nutrimentos y sin adicionar otros ingredientes», recomendó Larrañaga.
Además destacó la importancia de introducir paulatinamente otros alimentos –aunque se continúe con la lactancia materna–. El orden, dijo, debe ser primero con papillas de verduras, después, de frutas, cereales y, finalmente, de productos de origen animal, procurando que la preparación implique sólo un componente para determinar si el infante presenta alguna reacción negativa o incluso alergia a cierto ingrediente.
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Sobre los riesgos de consumir el tipo de alimentos antes mencionados, las especialistas destacaron que se manifestarán en sobrepeso y obesidad, temas en los que México está en los primeros lugares específicamente en la infancia.
Según datos de la Secretaría de Salud (SSA), la prevalencia de sobrepeso y obesidad en niños menores de cinco años ha mostrado aumento a lo largo del tiempo, en 1988 era de 7.8 por ciento, mientras que para 2012 llegó a 9.7 por ciento. En los primeros once meses de 2014, además, México registró 35 mil 157 nuevos casos de obesidad entre niños de uno a catorce años.
El consumo de azúcares añadidos está relacionado con obesidad, sobrepeso, caries dental, hipertensión arterial, diabetes tipo 2, síndrome metabólico, resistencia a la insulina, y enfermedades cardiovasculares, de acuerdo con Mídete.
«Se está hablando de una infancia que va a crecer enferma o que está creciendo enferma, y va a contraer enfermedades crónicas a una edad más temprana: diabetes, hipertensión arterial o fallo cardiaco y otros padecimientos cardiovasculares, además de las repercusiones emocionales que acarrea la obesidad. La industria ha contribuido en gran medida a la epidemia de obesidad y sobrepeso infantil«, puntualizó Larrañaga.
Por su parte, Ponce comentó que «el sobrepeso es lo de menos porque al menos se ve y se atiende, pero los otros daños que ocasionan este tipo de azúcares son invisibles y son prácticamente asintomáticos, quiero decir que ningún niño va a decir ‘me duele algo’ por los excesos de ingesta de azúcares».
Ante ello, Larrañaga y Ponce subrayaron la importancia de que el Gobierno exija regulaciones más estrictas, no sólo por una perspectiva de derechos de la infancia, sino también desde la perspectiva económica.
«El Gobierno ya no puede darse abasto con todos los casos de diabetes, obesidad y sobrepeso que existen en México y sus complicaciones, muchísimo menos puede costearlas», dijo Larrañaga.
«¿Por qué nos tenemos que esperar como país a que se incrementen no sólo los costos humanos, sino los costos financieros de un sistema de salud que hoy día ya está incapacitado para atender a toda la población enferma?», cuestionó Ponce.
Y agregó que no es necesario poner más información en las etiquetas de los productos, ya que consideró «casi imposible» su comprensión, por lo que los consumidores tampoco toman una decisión en libertad al leerla.
El punto que el Gobierno debe atender –de acuerdo con las especialistas– es en la regulación de las empresas «es allí donde se tienen que poner mucho más firmes. La industria está participando en la formación y evaluación de políticas públicas en salud y eso no puede ser», dijo Larrañaga.
«Puede participar desde su trinchera disminuyendo cantidades de azúcar, hacer marketing de manera responsable, pero las autoridades tienen que asumir su papel, deben ser jueces, no jueces y parte», sentenció.