LIPOVETSKY: “HAY UNA CRISIS DEL PORVENIR”

01/09/2012 - 12:00 am
Gilles Lipovetsky Foto Olivier Roller

Gilles Lipovetsky, estrella del análisis cultural que ha detallado con enorme precisión el agotamiento, el derrumbe de los viejos significados que fundaron la modernidad como las ideas de progreso y vanguardia, lo mismo que la fe en la ciencia y en la democracia, se encuentra en México para hablar sobre la importancia de la educación en un momento de crisis.

Si en sus textos se muestra con un implacable artesano del pesimismo, en persona es un hombre vivaz —y sorprendentemente delgado y bajito— que saluda, hace bromas y si la música se presta incuso da unos pasos de baile; pero en cuanto uno hace la primera pregunta se pone serio y desmenuza sus ideas sin miedo a alargarse, buscando abarcar tanto como le es posible todas las aristas de su tema. Es un placer ser testigo de un hombre que dignifica la pregunta más sencilla al ofrecer respuestas tan elaboradas y a la vez tan puntuales que uno termina por imaginar cómo debieron haber sido aquellos salones parisinos del siglo XVIII donde se discutía de arte y filosofía, o aquellos a los cafés, más cercanos, del siglo XX, donde las ideas existencialistas del compromiso social y de la responsabilidad individual, estaban en boga.

-¿Cuáles considera usted que son las causas de la crisis, no sólo económica, sino cultural en el mundo?

-Es una pregunta muy amplia, porque las causas no son de la misma naturaleza. La crisis económica que atraviesa Europa en este momento, es una crisis muy compleja que tiene que ver con un modelo que hipertrofió el consumismo, lo que llevó a poner en crisis el sistema financiero. Esto prolongó una serie de crisis cíclicas del capitalismo que no puede ser concebido sin crisis recurrentes. Sin embargo, vivimos en un entorno de crisis mucho más amplio. La más evidente, es la crisis ecológica que plantea problemas para el porvenir a una sociedad concentrada en el presente. El capitalismo financiero se concentra en resultados a muy corto plazo, y el consumo tiene una lógica de eterno presente. El problema es que eso tiene un impacto sobre el equilibrio del planeta y sabemos que las cosas no pueden continuar de este modo por tiempo indefinido.

Por otro lado, paralelamente a la crisis económica del presente, hay una crisis del porvenir, una crisis cultural que tiene que ver con el desmoronamiento de las estructuras antiguas de las sociedades tradicionales. No es un asunto nuevo, desde que Nietzsche anunciara la muerte de Dios, estamos constatando que las sociedades modernas están embarcadas en un entorno sin garantías, donde no es concebible acceder a la verdad de las cosas, mantener una certeza. Son sociedades que ya no tienen fundamento teológico y que a partir de este resquebrajamiento de las certezas, generan que los individuos ya no tengan perspectivas a futuro. Pero desde Nietzsche han pasado muchas cosas, y esa desorientación de la que hablaba, ahora cubre aspectos cotidianos de la vida. La crisis cultural actual no tiene que ver sólo con la ausencia de Dios, sino con una sociedad cuya información y valores están en permanente colisión, y que redundan en una desorientación general de los individuos que viven en este entorno.

Por ejemplo, el caso de la alimentación, eso nada tiene qué ver con el problema nitzscheano de la muerte de Dios; el problema es que la gente no tiene referentes para saber qué deben comer y cómo deben comer porque viven en una sociedad que, por un lado predica el placer de comer, el hedonismo por la buena comida, y por otro lado se nos impone estar delgados, tener una buena figura y hacer dieta. Entonces los individuos no saben cómo comportarse en ese choque de valores que tiene lugar todo el tiempo, y entre más se nos dice que debemos tener una buena figura y tener un régimen saludable, al mismo tiempo ascienden las tasas de obesidad.

La desorientación en la realidad, la crisis cultural, si así quiere verlo, es que ya no deja un área libre, ya no tiene límites, sino que lo engloba todo. Vea usted la política, existe una gran labilidad entre la oposición clásica de Derecha e Izquierda, y uno de los grandes desafíos del porvenir es que los ciudadanos ya no tienen confianza en los partidos políticos. Por otro lado, la ciencia y la tecnología, al resolver problemas crea unos nuevos.

Si bien la ansiedad y la desorientación siempre han existido, bajo la modernidad había una serie de referentes y una idea del mundo que daba certezas, donde se creía en la democracia, se creía en la ciencia, en el socialismo, y se pensaba que todos esos valores nos iban a dar un sentido de progreso. El problema es que ahora ya no creemos en esas cosas; ¿en qué progreso podemos pensar a la luz del calentamiento global y sin saber si vamos a poder habitar uno u otro punto del planeta? El socialismo, el comunismo, ya no son sistemas creíbles, nadie quiere ya una revolución; y la oposición entre partidos de derecha e izquierda ya no es una oposición radical, estamos frente a una situación en que las grandes esperanzas que abrieron la puerta a la modernidad, han perdido su prestigio, su consistencia. Vivimos en sociedades que no dejan de interrogarse, de cuestionarse a sí mismas; y que carecen de alternativa radical, eso es lo que yo he llamado la hipermodernidad.

-¿Hay alguna esperanza?

– En el mejor de los casos podemos esperar que haya democracia y un capitalismo menos cruento. Pero nadie puede imaginar en nuestros días algo radicalmente distinto a lo que estamos viviendo ahora. Es un cambio abismal con respecto a las generaciones anteriores que tenían una esperanza revolucionaria. De allí estas sociedades volcadas a la competencia y al afán económico, con todo lo que implica de crecimiento, pero también de desgaste.

– ¿La educación aún puede jugar algún papel en el contexto de la hipermodernidad?

En este contexto, el campo de la educación tiene una importancia crucial, la sociedad moderna, era una sociedad que económicamente mantenía una producción de mercancías extremadamente repetitiva. Era el método de producción fordista, el que vemos en Tiempos modernos de Charlie Chaplin en donde vemos al obrero que repite los mismos gestos a lo largo de toda una jornada de trabajo. En esa sociedad, la educación tiene un valor importante, pero como mero valor humanista, no como fuerza productiva; para repetir un mismo gesto todo el día en una línea de producción, no necesita uno una formación muy elevada.

Sin embargo, en el contexto de la hipermodernidad, las cosas cambian; hemos pasado de sociedades de producción a sociedades de innovación, tenemos que crear sin cesar cosas nuevas y adaptarnos a una sociedad globalizada en donde ya no es viable repetir una y otra vez el mismo objeto. En ese contexto, es importante invertir de forma puntual en la investigación y en el desarrollo para poder crear productos nuevos y competitivos en el mercado, y no limitarse a vender más caro, como en el antiguo sistema donde lo importante era abatir costos de producción y vender caro. Ahora hay que crear novedades. Y por ello necesitamos individuos motivados que sean capaces de adaptarse a ese contexto de perpetuo movimiento. De allí la necesidad de una inversión colectiva y considerable en el campo de la formación.

La formación no es un gasto es una inversión en el porvenir. No habrá sociedades competitivas y susceptibles de dar oportunidad a las siguientes generaciones, si no hay una inversión en la educación. Y pienso que probablemente no nos encontremos sino al comienzo de estos problemas, porque con la globalización son cada vez más las economías que van a entrar en la arena de competencia.

China, por ejemplo, parece la maquiladora del mundo y hace productos en serie, pero sin demasiada innovación. Se parece al Japón de los años cincuenta y sesenta; pero ahora Japón es capaz de grandes innovaciones, y en veinte, treinta o cuarenta años habrá muchos países que van a estar en la punta de la competencia. ¿Como asegurar el bienestar de la población y el futuro de los jóvenes, si los jóvenes mismos no están formados para ser activos en el mundo de la competencia? Allí es donde la escuela juega un papel crucial.

– Además de los problemas que señala y que podemos encontrar en todo el mundo, México tiene una variable más: la violencia. ¿La violencia magnifica la sensación volátil de la hipermodernidad?

– He leído, como mucha gente, que la violencia en México ha degenerado de manera grave en los últimos cinco o siete años, quizás un poco más; particularmente en el norte del país, y tiene que ver con las luchas entre cárteles de narcotraficantes que ha colocado a México en la punta de la violencia. Esa violencia está probablemente alimentada en gran parte por el mercado de la droga, desde luego hay una parte de responsabilidad en los países consumidores de droga, pero hay una parte de responsabilidad en las decisiones políticas del Estado que no puede seguir permitiendo que esta situación se agrave.

No puede desarrollarse una democracia sana, si tiene en su interior una suerte de mafia que siembra el terror al interior del país. No tengo la competencia para dar consejos de cómo acotar la violencia, pero sé que existen los medios para hacerlo porque tenemos muchos ejemplos en la historia reciente, países que han logrado un repliegue total de la violencia. Ahí tiene el ejemplo de Nueva York que era una ciudad extremadamente peligrosa; y lograron hacer de ella una ciudad donde se puede circular sin el temor a la violencia. Lo mismo parece estar sucediendo en Colombia que va por un buen camino. No subestimo la dificultad del problema, pero hay que decirlo, la seguridad es un derecho fundamental de los ciudadanos, no es algo negociable, sino algo vital, crucial. Es muy probable que haya que hacer reformas al sistema policial, a sus métodos y formas de reclutamiento, porque una democracia como México no puede desarrollarse con un entorno de violencia de ese tamaño.

– ¿Qué herramientas tiene el individuo para defenderse o por lo menos guiarse en medio de la crisis social, cultural y económica que describe?

– Pienso que cuando uno está comprometido en la vida con un cierto número de proyectos que le son emocionalmente significativos, no pierde la confianza. Podemos lamentarlo, pero lo cierto es que vivimos en una sociedad donde no podemos esperarlo todo de los movimientos colectivos. Antes, la lucha de clases y el socialismo, nos daban alguna esperanza; pero ahora sabemos que la lucha de clases no resuelve los problemas fundamentales. Ese uno de los aspectos de esta sociedad individualista donde la solución de los problemas reside en uno mismo. Tenemos que formar individuos que sean capaces hacerse cargo de sí mismos. Hacerse cargo de sí mismos requiere de ser capaces de tener proyectos, de crear iniciativas, de fomentar la creación personal. Cuando uno tiene la capacidad de internarse por ese camino, sólo entonces no se pierde la esperanza. Todos conocemos a jóvenes que quieren hacer una banda de rock o filmar una película y se ven animados por una pasión formidable. Por supuesto hay una crisis económica, hay grandes dificultades para lograr proyectos; pero sólo la voluntad de crear, de hacer, permite que uno no termine inmerso en una crisis depresiva donde toda la culpa se la echemos a los problemas de la globalización.

Hablar de proyectos no es hablar de una posición elitista, hablo de proyectos accesibles a todo el mundo, por ejemplo hay jóvenes que se comprometen de manera muy entusiasta en los movimientos humanitarios, o que crean una pequeña empresa con microcréditos o medios relativamente elementales, y además deben encontrar nuevas vías de responsabilidad individual y nuevas formas de solidaridad. Una solidaridad inteligente que favorezca a todas las personas que quieran realizar nuevas cosas. La novedad de este mundo es que ya no tenemos certezas de que la historia esté desarrollándose en el sentido correcto; pero si podemos ofrecer a los jóvenes las herramientas que les permitan tener una formación y no convertirse en meros consumidores, podrán crearse una identidad más compleja y sustraerse a la hipermodernidad.

Traducción simultánea: Nicolás Alvarado

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Daniel Barrón
en Sinembargo al Aire

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