Sobre Invader, identificado por la Guardia Civil a petición de la Fiscalía, señalan que pintar en espacios públicos es una práctica riesgosa. «Un grafitero puede ser multado por pintar en la calle y, al día siguiente, ser contratado por el ayuntamiento para realizar un mural», dicen sobre la doble moral en el arte urbano.
Por Laura García Higueras
Ciudad de México, 1 de julio (ElDiario/SinEmbargo).- «La calle te permite tener la libertad para hacer lo que quieras», explica el artista urbano Dos Jotas, sobre la importancia de elegir el espacio público para plasmar sus obras. Libertad. Un derecho que en el mundo del arte se ha visto afectado por casos como la censura de las obras de Santiago Sierra en la pasada edición de ARCO, la orden de ingreso en prisión del rapero Valtonyc o la recién imposición de la Fiscalía de Málaga de revelar la identidad de Invader, el artista urbano que instaló una de sus particulares obras hechas con teselas en un edificio del Arzobispado.
El anonimato y uso de apodos por parte de los artistas urbanos es una práctica que tiene que ver con su origen, el graffiti. «Son actividades ilegales y es la única forma de preservar la identidad», aclara Guillermo de la Madrid, fundador del proyecto Madrid Street Art Project, que lleva más de cinco años organizando actividades en la capital para difundir este tipo de arte.
El estar fuera de la ley implica que regularlo entra en contradicción con su naturaleza. «Si estuviera legislado mataría lo que es en sí», indica el madrileño Dos Jotas. Con sus intervenciones e instalaciones trata de despertar conciencia ante las injusticias que plagan el presente. Entre ellas, pintadas de frases y carteles colocados en espacios públicos como marquesinas de autobuses, postes, señales de tráfico y cuartos de baño.
En la misma línea se postulan desde el colectivo Democracia, «ya se está haciendo porque hay muros que son legales para determinadas personas, pero mientras se dan muros a unos, no se les dan a otros. Siempre va a haber alguien que quede fuera de esa regulación». El grupo lo conforman Iván López y Pablo España. Además de la práctica artística «centrada en la discusión y el enfrentamiento de ideas y formas de acción», se dedican a la edición y al comisariado.
Nuria Mora fue mujer pionera del arte urbano en España. Una concepto que, considera, ha sido utilizado erróneamente:
«El arte urbano es ilegal, espontáneo y no financiado», explica. «Cuando el fenómeno del Street Art se puso de moda lo convirtieron en un negocio. Instituciones y marcas comenzaron a pagar por condicionar murales e intervenciones y para mí, ésto deja de ser arte urbano». La versátil artista, también de Madrid, es conocida por sus obras en las que imperan las formas geométricas, las flores, los carteles y los colores vivos.
La popularidad y la aparición de cada vez más festivales e iniciativas amparadas por la ley no son sustitutas de la intervención en el espacio público, la considerada ilegal. «Invader es el ejemplo perfecto. Ha hecho exposiciones, [como la del Centro de Arte Contemporáneo de Málaga envuelta en la polémica] pero el grueso de su actividad sigue siendo salir a la calle a colocar sus mosaicos», aclara De la Madrid. «Hay muchos artistas que no van a abandonar esa faceta porque es su manera de expresarse con libertad», concluye.
Se plantea así una doble moral, en la que «un grafitero puede ser multado por ejecutar una obra en la calle y, al día siguiente, ser contratado por el ayuntamiento para realizar un mural», comparte Mora. Y defiende: «cuando sale un movimiento rápidamente el poder quiere domesticarlo. Hacer asimilable, consumible y vendible».
Las ventajas de la calle
«Mi trabajo es muy político, en el entorno del arte convencional no tendría cabida», lamenta Dos Jotas. Su acción Sombras es un ejemplo. Con ella pretendió hacer reflexionar a las personas comparando al hombre con el objeto, mostrando que «no es más que mobiliario urbano puesto en ese lugar por el ayuntamiento». Para él, la ciudad es un «campo de acción e intervención artística, el terreno donde cuestionar y criticar nuestra sociedad, hábitos e ideas». Otra de las ventajas de pintar en las calles es que permite «saltarse todos los pasos que se han impuesto desde los estratos de poder del mundo del arte. No hay que pasar por meritismos».
La duración de las obras no parece preocuparles. «Damos por supuesto que las cosas pueden desaparecer. El escenario público no lo puedes controlar», declaran desde Democracia. Dos Jotas coincide: «pienso que tiene que ser efímero por lo que no veo especial problema en que las quiten». De hecho, forma parte de su «magia», porque «son obras que están vivas». «Hay un intercambio muy directo, sincero y limpio. La libertad afecta tanto al disfrute como a la creación», añade De la Madrid.
Mora comparte la visión: «Cuando algo se hace con la voluntad de que sea una invasión está sujeto a que otro llegue, a que te invada o te borre».
La libertad de expresión, amenazada
«La libertad de expresión está más que amenazada, vivimos en una situación en la que se está metiendo a gente en la cárcel», lamentan desde Democracia. Viven con «mucha preocupación» lo que está ocurriendo en otras disciplinas artísticas. «Quizás en las plásticas no están ingresando a gente en prisión pero sí que está habiendo casos de censura», contrapone.
Es ahí donde reside el problema ya que, como reconoce Dos Jotas: «Si hago algo ilegal sé que es ilegal. Otra cosa es que haciendo algo legal, lo retiren por el mensaje». Considera que hay una corriente reciente del arte urbano en la que prima la estética y lo que se vende es «más suave, pero cuando hay un artista que no es tan políticamente correcto en seguida van a por él».
¿Son frecuentes estas situaciones? El artista opina que «no es tan raro». Los encontronazos con la policía por actuaciones ilegales conllevan multas que pueden oscilar entre los dos mil y tres mil euros. «Los temas políticos o sensibles para las esferas de poder son donde está el problema», sentencia.
Para Mora, el hecho de que Invader haya sido identificado por la Fiscalía de Malaga es una consecuencia lógica. «Cuando haces una cosa ilegal en la calle estás yendo contra el Estado del Derecho, contra las normas que éste ha impuesto. Me parece muy hipócrita llevarse a las manos a la cabeza y no querer hacerse responsable cuando te han pillado», opina. «Forma parte del juego», añade. «A mí han intentado meterme en la cárcel por hacer intervenciones en las marquesinas de autobús», y así lo entendió. «Fin de la partida».
El caso de Invader ha causado revuelo por el lugar en que ha colocado sus mosaicos, no por su contenido, por lo que nunca ha sido censurada Mora. Pero sí fue el contenido lo que llevó a Santiago de Arco a los tribunales. También al colectivo Democracia, cuya exposición sobre la Policía no causó buena impresión en sus protagonistas: «nos denunciaron por injuria y supuesta revelación de identidad, pero fueron archivados», explican. Para Dos Jotas, «que haya colectivos o artistas imputados por realizar determinadas intervenciones es señal de que hay un problema».
Existen prácticas de activismo político en manifestaciones donde no ha habido consecuencias por las pintadas. Cuando, como aclara Dos Jotas, «hay una masa social que se está manifestando y no se sabe quién ha sido». Un ejemplo es el videoclip Los Borbones son unos ladrones que una serie de raperos grabaron en apoyo a Valtonyc. Los cantantes se rodean de piezas de arte urbano cuyas temáticas coinciden con las que estaban causando la detención.
Aún no se sabe cómo se resolverá el conflicto de Invader, que de momento se ha visto obligado a revelar su identidad. Lo que más ha sorprendido del caso a Guillermo de la Madrid es la postura del director del Centro de Arte Contemporáneo de Málaga, Fernando Francés que «en seguida se ha desvinculado del caso, cuando se supone que es él quien había invitado al artista a la ciudad».
Los artistas urbanos, por el contrario, sí que se implican y mantienen fieles a su manera de expresarse artísticamente. Conlleva riesgo ante la ley pero les da la libertad que ésta no le ofrece. Prefieren mantenerse en el entorno de la calle, por su «riqueza especial», como la define De la Madrid, que permite que las piezas interactúen con el contexto «social, arquitectónico y humano».