ADELANTO | El artista gráfico Peter Kuper adapta catorce de los más emblemáticos relatos de Kafka

01/06/2019 - 12:01 am

En Kafkiana, Peter Kuper introduce elementos que dialogan de manera directa con la realidad contemporánea. Aquí un adelanto. 

Ciudad de México, 1 de junio (SinEmbargo).– Indudablemente, Franz Kafka es uno de esos escritores tan universales cuya obra –tanto por su excelencia como por los enigmas que encierra– sigue permitiendo nuevas visiones e interpretaciones, se diría que en un sentido casi ilimitado. Por su parte, Peter Kuper es un artista gráfico de un espectro sumamente variado, que lo mismo ha creado diarios de viajes, novelas gráficas, o reinterpretado con gran éxito clásicos como Alicia en el País de las Maravillas. En Kafkiana, Kuper realiza una adaptación de catorce de los más emblemáticos relatos de Kafka, entre ellos En la colonia penitenciaria o Un artista del hambre. Como él mismo explica en el prólogo, en esta ocasión se inspira en una estética similar a la de artistas de grabados como Lynd Ward o Frans Masereel, produciendo un efecto opaco y asfixiante, en perfecta consonancia con la escritura del propio Kafka. Como es habitual en su obra, Kuper introduce elementos que dialogan de manera directa con la realidad contemporánea, como cuando en Ante la ley es a un hombre de raza negra a quien se le deniega el acceso a la protección legal, o en su interpretación de Los árboles, en la que reflexiona sobre la situación de los indigentes. En suma, Kafkiana es una adaptación de enorme calidad estilística y literaria, de gran originalidad y completa actualidad.

SinEmbargo comparte un fragmento del libro Kafkiana. Relatos de Franz Kafka, de Peter Kuper (traducción de Ce Santiago). Cortesía otorgada bajo el permiso de Sexto Piso.

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Introducción 

Kuperiana 

Uno debe atreverse a bucear y a hundirse en las profundidades, a fin de ascender de nuevo más
tarde —riendo y luchando por respirar— a la ahora doblemente iluminada superficie de las cosas.
Franz Kafka

Como muchos estudiantes, mi primer encuentro con la escritura de Franz Kafka fue con La metamorfosis, la cual hallé… perturbadora. Por suerte, a un amigo mío le gustaba leer a Kafka en voz alta con unas cervezas de por medio. Al oír las absurdas circunstancias en las que Kafka colocaba a sus personajes y las impávidas respuestas de éstos, me vi soltando risotadas. No era sólo el alcohol el que hablaba; es bien sabido que el propio Kafka se reía a carcajadas cuando leía sus relatos a sus amigos, un júbilo que interrumpía sus tinieblas. Así, cuando allá por 1988 me puse por primera vez a trasladar a Kafka al cómic, lo que me atraía de su obra era el humor. Continué adaptando sus relatos durante años por sus verdades más oscuras.

Llegado el momento de encomendar el lápiz al papel, descubrí que los cómics eran un medio ideal de ilustrar lo que Kafka llamaba su «garrapateo». Hallé que los relatos inspiraban interpretaciones sorprendentes que empujaban mi obra hacia nuevas direcciones. Con los textos de Kafka haciendo las veces de ancla, podía estirar y plegar mis diseños de viñeta y de página sin perder legibilidad. En la lengua vernácula del cómic, las imágenes surrealistas fluían de manera natural y las emociones enfrentadas de angustia y humor coexistían felizmente.

Como técnica artística, elegí dibujar en esgrafiado: un papel recubierto de tiza que se puede entintar y raspar para aproximarse a la xilografía. Esto evocaba al expresionismo alemán y a artistas que me encantaban, como Käthe Kollwitz, George Grosz y Otto Dix, creadores en la misma época que Kafka en Praga, Checoslovaquia. Reflejaba también mi afinidad con la obra de artistas como Frans Masereel y Lynd Ward, creadores de «relatos ilustrados» en xilografías, los precursores de la novela gráfica.

A menudo me he preguntado si por el escritorio de Kafka pasaron algunos de los primeros cómics de los periódicos. Los relatos de Kafka cobraron forma durante el mismo período y reúnen el espíritu de muchas de las primeras tiras cómicas, en especial las obras

de genios como Winsor McCay, que bajo el pseudónimo Silas creó Dream of the Rarebit Fiend, y Lyonel Feininger, que rompió moldes artísticos con la efímera Wee Willie Winkie’s World. Aquellas tiras podrían haber sido escritas sin problema por el propio Kafka, o haber inspirado algunos de sus «sueños perturbadores» como La metamorfosis. Sin duda se generaron en el mismo estofado de ansiedad ante las burocracias, las guerras inminentes, las guerras efectivas y demás alegrías de la vida moderna.

La transformación de un texto en otro lenguaje es, en fin, una metamorfosis. Al no hablar alemán, dependía de traductores no sólo para adaptar a Kafka al inglés sino también para definir su tono. Leí a Kafka por primera vez en las traducciones de Willa y Edwin Muir y de Tania y James Stern de los años treinta a los cincuenta. Sus traducciones representaron de manera maravillosa la voz afectada de Kafka durante generaciones. A menudo, las traducciones más recientes, con un lenguaje actualizado, me chirrían. ¡Ése no era el Kafka que yo conocí! Para Kafkiana, contraté a un amigo alemán para que hiciera traducciones nuevas que ofrecieran una versión escueta del texto. Al comparar las antiguas traducciones con las nuevas, resultó fascinante descubrir las diferentes estructuras oracionales y el vocabulario que elegía cada traductor. Esto alentó la laxitud de mis propias decisiones. Los relatos de Kafka inspiran una interpretación individual, brindando a cada lector un contexto personal único. En mi caso, el proceso de interpretación y búsqueda de la voz de Kafka por medio de dibujos y de la cuidadosa disposición de la tipografía constituyó la alegría de adaptar estos relatos. He elegido diferentes letras a mano alzada para crear distinciones entre personajes, pero también he utilizado una tipografía estándar para recordar a los lectores que el texto proviene de material original.

Los títulos que, con pocas excepciones, había elegido el amigo y albacea de Kafka, Max Brod, también variaban de traductor en traductor. Por ejemplo, la palabra «viaje» en el título «Viaje a las montañas» también podría traducirse como «excursión» o «periplo», pero yo he preferido la bisílaba «viaje».* Guardo la esperanza de que Kafka habría estado de acuerdo, pese a que cuanto se ha hecho últimamente con la obra de Kafka contraviene su última voluntad. Encargó a Brod que quemara todos sus manuscritos inéditos, los cuales incluyen la mayoría de los relatos que he adaptado.

Gracias por ignorarlo, Max.

Kafka murió a los cuarenta, hace casi cien años, sus relatos sin embargo resuenan como si los hubiese escrito ayer. O, como el discípulo de Kafka, Gustav Janouch, sugirió, sus escritos tal vez sean «un espejo del mañana». Pertenecen al aquí y al ahora; sus

historias son hojas de ruta para nuestra condición humana. Nos advierten de los peligros de nuestras instituciones, nos recuerdan nuestras fragilidades y nos instan a reírnos de nuestras propias absurdeces. Ya que nuestro mundo es cada vez más un reflejo del adjetivo «kafkiano», podemos hallar un significado renovado en todos los mensajes que Kafka nos susurra al oído y a través de las viñetas.

Peter Kuper Nueva York, 2018

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VIAJE A LAS MONTAÑAS 

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