Más grande que el odio

01/05/2020 - 12:00 am

Creí que durante la noche más oscura se abrirían los ojos de la compasión, del amor al prójimo como se abre la flor al sentir el leve roce de la luz, y no fue así. El virus del odio inundó los puertos, se escurrió por debajo de las puertas, salió por las llaves del agua, penetró en las almohadas, escupió las sábanas: he ahí al culpable, todos a él gritó estentóreamente y se extendió como plaga por el orbe, como viento tempestuoso, como rumor de bits, batió sus alas de tiniebla buscando los corazones, los más pequeños, los insignificantes, y los hizo poderosos porque eran legión.

No le importó la agonía de los ancianos, ni el dolor de los nietos y las hijas, ni el miedo de los pobres o el lacerante murmullo de las manos que se juntaban para orar desesperadas. He ahí al culpable gritaron los de corazón pequeño y señalaron al presidente, al jodido, al rico, al chino, al otro. Nunca se miraron en el espejo, tengo la razón, se decían, ojalá mueran miles rogaban a Éris, la diosa de la discordia, y a la Ira, para que pudieran decir: se los dije: he ahí al culpable…

Y mientras su furia crecía, la de los infectados de odio, y pudría cuanto tocaba, de una semilla humedecida de llanto tibio brotaba una diminuta hoja tornasolada, un pétalo de albor que se elevó sobre la mierda hasta los labios de un cervatillo. Este lo olisqueó, alzó los dorados ojos y le dijo al niño extraviado: mira, aquí me tienes, tan indefenso como tú…No hizo más, desapareció. El pequeño se acercó a la minúscula hoja que brotaba del estiércol y escuchó un gorjeo, cuando alzó la vista al cielo vio al pajarillo de las plumas rojas y lo escuchó decir: puedo volar.

Al frente estaba un horizonte de montañas y de pinos: el sol que se asomaba tenía dibujada en la frente una frase: soy el día, doy esperanza. El pétalo de albor susurró: soy la vida. El niño emprendió el viaje.
Creí que durante la noche más oscura se abrirían los ojos de la compasión, del amor al prójimo, como se abre la flor al sentir el leve roce de la luz… y así fue.

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Redacción/SinEmbargo
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