De los árboles, sólo queda su frescura en imagen. Desde mi ventana veo algunas frondas que se balancean con ligero aire. Recuerdo lo que era sentir el viento en el rostro y cobijarme del sol de primavera bajo la sombra de unas ramas. Un recuerdo lejano, como si estuviera en una cápsula espacial y observara las cosas allá, hace mucho, en la tierra. Ahora cada quien vive en su pequeña biósfera; desde ahí resolvemos los asuntos que mantienen con mínimo sentido nuestra existencia. Mandamos señales intermitentes de vida: voces electrónicas, imágenes casi nítidas, casi reales.
Hablo con mis amados eventualmente, cada vez tenemos menos que decir. Pienso que así será cuando hayamos muerto y solo nos veamos en sueños o en pequeños recuadros con el sonido alterado de la voz. Estamos dentro de un juego espiritista y nos comunicamos desde distintas dimensiones a través de una tabla; solo emitimos mensajes importantes: tareas pendientes, verdades antes ocultas. De todo lo que antes existía solo queda su tintura: hemos reducido a la esencia el cuerpo que fuimos, aquellas cosas que hacíamos. Pienso que si tecleo estas letras es porque sigo viva, aunque un poco hemos muerto todos. Es el espíritu de las cosas lo que viaja entre los otros.
LECTURA EN VOZ ALTA