El día en que Iván cumplió cuatro meses las restricciones por el coronavirus se agudizaron. Un par de días antes, los residentes de San Carlos, comisaría perteneciente al municipio de Guaymas, Sonora, actuaron con poca precaución aprovechando las últimas horas de normalidad. Los riesgos del momento eran los mismos que los del inicio de las limitaciones, pero sin los rigores de la ley las personas solemos ser permisivas. Y es que en una localidad donde los pobladores más visibles realizan por lo menos dos de sus alimentos del día en fondas, restaurantes y palapas frente al mar, las limitantes que tendrían que acatar serían particularmente rudas para ellos, aunque no tanto como las que afectarían a la población de poca visibilidad, o de una visibilidad distinta, como los pescadores, los vendedores ambulantes y de puestos callejeros, los dueños de palapitas construidas improvisadamente en sus pequeñas y modestas casas frente al mar en zonas marginadas, los cocineros y ayudantes de cocina, los cajeros, dependientes y empacadores de los supermercados, los albañiles y los practicantes de otros oficios esenciales para la vida doméstica, las empleadas que laboran en casas, los habitantes de las zonas pobres del poblado localizadas en las periferias o los moradores de viviendas humildes inoculadas en zonas de clase media con el consabido desentono del paisaje, expresión ilustrativa de la desigualdad social y económica que caracteriza a nuestro país.
A Iván había que suspenderle sus ritos de iniciación en el contacto social. El hábito reciente de sacarlo de casa tenía el propósito de ambientarlo en la que será su atmósfera geográfica y de convivencia por mucho tiempo. Para la imaginación y el corazón de la abuela, llevar al bebé a pasear era proporcionarle bienestar, alegría y conocimientos. A diferencia de lo que ocurre en las grandes ciudades, cuyos aires refulgen saturados de gases tóxicos y son acechadas por peligros que limitan la libertad individual, los aires emanados del mar sancarlense son verdaderas ráfagas de vitalidad y salud. Lo que se logra abarcar a simple vista en sitios estratégicos del pueblo es una porción del Mar de Cortés, Golfo de California o Mar Bermejo. Situadas entre la península de Baja California y las entidades de Sonora y Sinaloa, las islas y áreas protegidas de San Carlos fueron catalogadas en 2005 por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad. Es este mar de aguas tranquilas predominan los días soleados sobre los nublados y lluviosos; estos últimos se presentan en verano a veces en forma de “colitas” de ciclones y huracanes. La población, pequeña, tranquila, no ha sido secuestrada por los tentáculos del gran turismo, el consumismo atroz y la vorágine que caracteriza a los grandes destinos playeros del mundo sin personalidad propia, si de algo como esto puede hablarse.
Iván no tiene todavía edad para comprenderlo, pero confiados en su capacidad de percepción comenzábamos a mostrarle el contraste mágico entre mar y desierto que se aprecia en este lugar. Muy cercanas a las aguas del océano crecen plantas desérticas que desdeñan el agua para mantenerse vivas, como las pertenecientes a la vegetación tipo mezquital: cardonales, nopaleras y mezquites. A punto estábamos de llevarlo a tocar el agua salada y luego a apreciar unas bellísimas flores rosas que emanan de un suelo completamente seco a la vista (las Echinocereus llanuraensis, cactáceas endémicas de San Carlos y Guaymas), cuando sobrevino el estribillo del himno preventorio del coronavirus: “Quédate en casa”.
Bien dictado quiénes eran las personas más vulnerables a contraer el covid 19, San Carlos se presentó como un sitio de alto riesgo. Y es que es un lugar de residencia definitiva o temporal de un amplio grupo de extranjeros, sobre todo estadounidenses y canadienses que en su mayoría rebasan los 65 o 70 años de edad. Los residentes permanentes decidieron quemar sus naves y pasar el último tramo de su vida en el pueblo, aprovechando no sólo la nobleza del clima y la tranquilidad con la que se vive, sino los beneficios que les depara la paridad peso-dólar en el rendimiento de las pensiones o montos económicos por jubilación que reciben de los gobiernos de sus países. De lo mismo se benefician los “pájaros de la nieve”, extranjeros que durante los meses de invierno “bajan” del norte del continente a estos lares (y a otros del país) huyendo del frío extremo, para regresar a sus hogares en los meses de verano, escapando esta vez de temperaturas que en los meses de julio y agosto alcanzan los 45 grados centígrados. Se calcula que entre uno y otro grupo suman en promedio 3 mil extranjeros domiciliados permanente o parcialmente en San Carlos, en una población total de 5 mil personas aproximadamente.
Conscientes y disciplinados, los adultos mayores extranjeros, con mayor razón los que padecen obesidad, diabetes o hipertensión, se encerraron en sus casas. Sólo se les ve de vez en cuando comprando víveres en alguna de las tiendas, adquiriendo medicamentos en las farmacias o recogiendo comida en los establecimientos abiertos para ese servicio.
Otra ausencia notable y sensible es la de los empacadores del supermercado local más grande: adultos mayores mexicanos con quienes muchos estábamos ya familiarizados y unidos por la solidaridad y el cariño. De un día para otro no los vimos más. Nos pesa no haber sabido cuándo exactamente les fue indicado ausentarse, pues no nos fue posible obtener sus datos para apoyarlos durante el período de contingencia. ¿De qué estarán viviendo si su único ingreso eran las propinas que recibían? El negocio implementó un “redondeo” en las compras para apoyarlos, pero hay desconfianza en que el dinero realmente les llegue, además de que no existe nada comparable al contacto directo en los gestos de apoyo.
Hasta ahora, miércoles 22 de abril, no hay un solo caso registrado de covid 19 en San Carlos. Desde hace un par de semanas solamente los domiciliados podemos permanecer en el pueblo. Si nos movilizamos a Guaymas, al regreso hay que mostrar un tarjetón que avala nuestro estatus de residencia.
En esta comunidad no hay hospitales, los más cercanos se encuentran en Guaymas y los de primer nivel en Hermosillo, la capital del estado, distante 120 kilómetros. Hay varios médicos que atienden en sus consultorios o clínicas particulares, y para urgencias se cuenta con el Rescate, un servicio público de ambulancias compuesto por tres unidades móviles, enfermería equipada para primeros auxilios y un doctor o doctora de guardia. El mantenimiento del servicio se debe en gran medida a lo que se recauda en actividades culturales, deportivas o de compra venta (tianguis o bazares) organizadas por grupos y líderes de la comunidad durante todo el año.
Los extranjeros, en ocasiones en coordinación con mexicanos organizados como los que integran algunos clubes, despliegan una importante labor a favor de niños, adolescentes y familias de escasos recursos. Ese espíritu de ayuda ha fructificado en estos momentos de crisis en la donación de alimentos a quienes los necesitan. A principios de abril se abrió la página de Facebook “Unidos desde casa”, que aglutina los apoyos para la población que ha quedado desprotegida por la casi paralización de la actividad económica. Varios negocios de la localidad donan dinero e insumos que son repartidos en las colonias más humildes, como los campos pesqueros la Manga 1 y la Manga 2. Cada día se beneficia en promedio a 150 familias en esas comunidades y en otras que los altruístas reportan haber encontrado escondidas “entre las faldas o lomas de los cerros”. Es común leer en el portal párrafos como éste: “Fue un día muy largo y pesado, pero vale la pena ver tantas sonrisas y recibir todas esas bendiciones. Ellos también agradecen cada peso y cada alimento que se les brinda. Unidos hacemos una gran diferencia. Todo está registrado, agendado y las notas de compra guardadas. Ayuda sin esperar nada a cambio y algo maravilloso pasará en tu vida”.
El pasado lunes, la responsable de la página nos presentó en varias fotografías a Maximino, mejor conocido como «Max»: “él es una persona muy noble y de gran corazón, me ha tocado darle ride hasta la Manga 1, desde donde empiezan las curvas pasando el Sawari Hotel y ahora me tocó llevarle comida hasta la puerta de su casa. Cómo lo podrán notar, Max es una persona muy alegre y carismática, siempre le halla el lado bueno a la vida a pesar de su ceguera. Cuando lo vean parado en las curvas denle ride, no lo dejen con la mano o el bastón estirado. Todo acto bueno y de amor tiene su recompensa ante los ojos de Dios”.
Sólo el mar, esa entidad grandiosa y permanente, no cambia en San Carlos. Afortunadamente podemos hacer que Iván lo contemple todos los días desde la lejanía. Nuestro paisaje, que en 2011 fue considerado por National Geographic como “Vista al mar más espectacular del mundo”, es accesible a los ojos del bebé gracias a la guía y la palabra de sus padres y abuela. Conscientes de que esta crisis pasará y de que debemos allegarnos de las enseñanzas que nos depare, le iremos platicando a Iván cómo cambió el mundo cuando él tenía cuatro meses, le insistiremos en la importancia de prepararse en la vida para enfrentar imponderables de cualquier naturaleza, y le inculcaremos, a partir de las experiencias de las que estamos siendo testigos y somos partícipes, valores como el respeto al otro, la solidaridad y la importancia de ayudar a los que la vida no ha favorecido tanto como a uno.