El candidato de la oposición “no tiene tiempo de saber que muere”, escribe Ignacio Gómez-Palacio. Son apenas las primeras líneas de su novela El francotirador de Palacio Nacional.
Ciudad de México, 25 de febrero (SinEmbargo).– Ignacio Gómez-Palacio, ganador del Premio Internacional Mario Vargas Llosa (1997), expone que El francotirador de Palacio Nacional funciona como novela de ficción y texto pedagógico.
“Se trata de una novela negra. Se trata sobre un magnicidio. Un francotirador que mata a un candidato de la oposición a la Presidencia de la República. La historia es de la familia, de la vida de este candidato, de cómo es que ha llegado a ser candidato de un partido que fundó la oposición. Por otro lado es la historia del francotirador, quien es un abogado especialista en derecho fiscal internacional, lo cual lo hace una especie de artista del detalle. La novela es también pedagógica. Le puede servir al ciudadano para entender qué es un juicio oral y no tener sólo vocablos sueltos”, dice en entrevista para SinEmbargo.
En el texto, además de detallar el fatídico y distante encuentro entre Lucio Abreu, el francotirador, y Juan Rosario, el candidato, se añade “una crónica relativa al inicio del movimiento ciudadano a favor de la reforma judicial”.
Antes de que la bala perfore el cráneo de Juan Rosario, Gómez-Palacio dedica las páginas a los “miles y miles de procesados bajo un sistema escrito en el que se presumía la culpablidad, lo que trajo por añadidura hacerlos víctimas del proceso”.
La justicia no es meta, es camino, señala Ignacio Gómez, quien durante más de cuatro décadas fungió como abogado internacionalista, conferencista, maestro universitario y asesor de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
“Los juicios orales fueron una de las demandas de la Revolución Francesa, en el siglo dieciocho. México, ya en el veintiuno, y seguíamos con procedimientos secretos, escritos, sin el juez, que deban como consecuencia una falta de transparencia, una facilidad de corrupción y que prolongan lo que los ciudadanos no han tenido nunca: la justicia. La justicia es una especie de activo que se ve en otros países pero que nosotros no lo manejamos con celo”, narra el autor.
“Fui fundador del Instituto Mexicano para la Justicia. Iniciamos la promoción del cambio de la reforma judicial. En aquel entonces nadie creía que podíamos hacer esto. Sin las organizaciones de la sociedad civil, no habría juicios orales. Cuando inicié esto, en el 2000, lo hice entusiasmado porque entraba un Presidente que no era del PRI. Cambiamos la justicia en México, teniendo en nuestra contra al poder judicial, a los jueces, a los ministerios públicos, a los defensores de oficio y a los abogados. ¿A quiénes tuvimos que convencer? Al ciudadano de a pie. Al ciudadano que busca la justicia, al que quiere la justicia. Si algo yo insto a la población es que vaya a los juzgados y vea. Prenden la televisión y ven juicios que son de mentiras. En los juzgados están los personajes reales. Que entren a ver al asesino, al secuestrador”, detalla.
Desde los años 80, Ignacio visitó Cuba, Corea del Norte, China y Tansania, en su calidad de asesor en materia de inversión extranjera, se explica al inicio de El francotirador del Palacio Nacional.
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–¿Los viajes los ha impregnado en las novelas?
–En mis novelas está todo lo que soy yo. Le decían a un pintor de 60 años: ‘cuánto tiempo le tomó pionera esa pintura’. ‘Pues 60 años’. Yo llevo 75 años de vida para poder producir esta obra literata, que en este caso va acompañada de una crónica.
–Sobre los juicios orales.
–Cuando intentamos reformar la justicia, no faltó quien nos dijo: ‘tú vas a reformar la justicia?’ Tú, Batman, Superman y quién más’. Una vez en un club al que fui a exponer la importancia de los juicios orales, al final un empresario me dijo: ‘usted es un soñador. De manera respetuosa le voy a pedir que no venga a quitarnos el tiempo’. Había incredulidad, la hay hoy en día. Hay mucha crítica, pero las cosas ya no están igual. Hay personas que ya no están en la cárcel por nuestro sistema. A veces se acusa en vano. Otro viejo dicho de los ministerios públicos: ‘a un viejo amigo no se le niega un vaso de agua ni una orden de aprehensión’. Esto significa que si yo me peleo con el vecino, voy con mi amigo, el del ministerio público y le digo: ‘a ver, échale una orden de aprehensión, que le den una calentadita…’. No era manera de vivir. Se han dado los primeros pasos y debemos mantenernos. Hoy en día la gente que no ha llegado a prisión preventiva, son más de 100 mil, personas que ya no delinquen, que no han pasado por la escuela del crimen. Era un calvario el que sufre el inocente.
–Los que pasan por la escuela del crimen, suman a la violencia.
–Claro. Imaginen un padre de familia que ve su hogar deshecho. Es un contador de una empresa, lleva 25 años en la empresa, el patrón lo quiere correr y no le quiere dar indemnización y lo acusa, y va para el tambo. Y ahí pasa un año y medio, dos. Imaginen la desesperación del inocente que es llamado presunto culpable. ¿Qué le queda al que le destruyeron su fama y nombre deshecho? ¿Qué le queda? Seguir con los cuates de la cárcel. Necesitará ingresos. Aunque sea declarado inocente, lo hemos pervertido. Si esta persona es inocente, quiere que su familia, sus amigos vayan a verlo en un juicio donde él va a presentar pruebas sobre cómo es el patrón. Ante su gente se demostrará su inocencia. ¿Por qué nos olvidamos de esta gente?
–¿Por qué?
–Por una falta de cultura cívica. Es como decir: ‘yo estoy muy bien y qué me importa’. Es una falta de educación de dar. Son defectos que debemos corregir.
–Construye la crónica con lo que sabe de derecho, ¿cómo construir al francotirador?
–Igual que como construía los personajes de mi novela. Vivir, viajar. […] Cuando te publican, la novela deja de ser tuya. La novela adquiere una vida propia. La novela, y la poesía y los relatos.
–La recomendación para los escritores jóvenes sería…
–Vivir. La juventud, en términos generales, es una enfermedad que tiene curación. El joven apasionado ve el mundo de cierta manera. A cada personaje, decía Ernest Hemingway, hay que descubrirle la ‘caca’. Todo personaje tiene su lado tenebroso, el lado que no quiere que nadie descubra. El joven normalmente se enamora de sus personajes. Al enamorarse de su personaje, comete una serie de tropelías. La ficción debe ser más creíble que la realidad. Imaginen que son escritores y están escribiendo sobre un nuevo Presidente que va a reglar el problema de Pemex. Imaginen que escriben: ‘y entonces entra al poder y cierra los oleoductos’. ¿Qué va a decir la gente? ‘¿De cuál fumó?’ Sería ilógico. Sin embargo, eso sí se hace en la realidad. Un personaje de ficción no puede salir de repente y decir algo sin que esté sustentado. Debe sustentarse. ¿Por qué un personaje se avienta por la ventana? Hay razones.
–¿La lectura?
–Hay una pregunta muy importante: ‘¿Por qué leer?’ La primera contestación: ¿quieres escribir? ¿Necesitas escribir? ¿Requieres escribir? Y no hablo de literatura, sino lo que puede hacer cualquier persona en su trabajo. No puedes escribir bien si no lees. Al leer se desarrolla una habilidad en tu cerebro sin que te des cuenta.
–¿Y sobre el plan del Fondo para bajar los precios de los libros?
–Me parece que es extraordinario. Hay muchos, muchos libros que ya no tienen derechos de autor. Se pueden sacar libros sin pagar derechos de autor y esos se pueden vender más baratos. Quizá [sin embargo] la entraba de libros deba ir acompañada de otras cosas, como el haber ganado un premio en la escuela. No estoy preparado para decir cuál sería la mejor estrategia. Paco Ignacio Taibo es un guerrero de la lectura y lo tiene más estudiado. Lo que sí es difícil es pedirle a un autor que baje el precio de su libro, cuando resuelta que desde que dejó la casa de sus padres, nada más come una o dos veces al día. Pedirles un sacrificio es difícil. Se debería tener una cantidad importante de libros a bajo costo, y por otro incrementar los ingresos a los autores vivos. Hay preguntas muy importantes. ¿Por qué leer? ¿Por qué comen los autores?
Entre otros textos, Ignacio Gómez-Palacio recomendó leer Cartas a un joven novelista, de Mario Vargas Llosa.