Estos últimos años en Ciudad Juárez podría ser la carta de presentación de una generación. Me identifico en cada historia, cada anécdota del libro: desde la balacera en la escuela o la búsqueda de refugio en nuestras propias casas, hasta ver cómo nuestros amigos y familiares desaparecían.
Aquí relatamos lo que vivimos durante la adolescencia, lo que nos configura como habitantes del miedo. Soy todos, quisiera ser ninguno. Es difícil borrar la sensación de crecer en un encierro: ahora comprendo la tristeza de los peces que viven en esas pequeñas peceras circulares.
Por César I. Graciano
Ciudad Juárez, Chihuahua, 1 de febrero (JuaritosLiterario).- Susan Sontag escribió: “No debería suponerse un nosotros cuando el tema es la mirada al dolor de los demás”. En ese ensayo, la norteamericana habla sobre la dificultad, tanto ética como profesional, de plantarse ante el dolor ajeno. ¿Cuándo un cadáver tiene la suficiente dignidad para que una fotografía no sea chocante? Lydiette Carrión, en un tuit sobre lo ocurrido el pasado de 10 de enero en Torreón, Coahuila, escribía:
“Pon la fotografía del niño(a) que más ames en el mundo junto a la compu. ¿Cómo escribirías esa historia si ese niño fuera el victimario o la víctima?” Así aconsejaba a quienes tenían que escribir sobre el suceso. Al “nosotros”, aludido por Sontag, habría que agregar la posibilidad de que el dolor sea de “todos”: todos nosotros, toda esta ciudad.
La antología Estos últimos años en Ciudad Juárez (2020), editada por Diego Ordaz y Leobardo Alvarado e impresa por Brown Buffalo Press, en coedición con el Instituto Para la Ciudad y los Derechos Humanos AC y Juárez Dialoga, es una búsqueda y exploración de ese “nosotros”.
Doce jóvenes escribimos sobre lo que fue ser adolescente en 2010, con 3 mil 900 homicidios registrados (la cifra cambia según donde se consulte). Cómo fue presenciar la llegada del Ejército Mexicano y la Policía Federal en 2008, ver cómo desaparecían amigos o familiares al ser asesinados. La triste cotidianidad de mirar a las autoridades entrar a una casa vecina y saber que algo malo pasaba.
Los doce textos –más un prólogo firmado por la socióloga Elda García– se convierten, en conjunto, en una memoria colectiva de ciertos años, de ciertos momentos que marcaron no solo cada biografía sino la historia de la ciudad. Los autores, casi todos, coinciden al rememorar momentos puntuales, como la masacre en Villas de Salvarcar. También figuran villanos en común: Felipe Calderón, Armando Cabada, Julián Leyzaola, los noticieros, el Ejército, la Policía Federal, la Municipal…
El nosotros que la antología crea está rodeado de recuerdos vagos, de siluetas de personas que se alejan, dejando todo borroso, como si esos años se hubieran movido demasiado rápido para quedar en la memoria de cada uno; son solo una fotografía movida, incluso cuando pudieron ser los más largos de todos los vividos.
Omar Baca, en “Paisajes interiores”, lo explica bien: “no me quedan anécdotas, solo una sensación”. El mismo aforismo se puede extender a cada texto, incluso cuando sí hay anécdotas e historias. Graciel S. C., en “Retrato en tres subordinaciones”, escribe no solo del miedo y el encierro, ese tema que pareciera universal en la antología, sino sobre cómo un tipo de violencia genera otros desasosiegos, como el desempleo. En esas oraciones tan breves y puntuales, Graciel describe una historia de tortura, para después convertirlo en una cuestión casi azarosa: ¿a quién le toca morir y no llegar a casa para alimentar al perro?
Esos años, del 2008 a la fecha, pueden recodarse como un agujero negro. Juárez termina por absorber todo lo que se acerca a él. Esa misma fuerza termina por agotar las palabras, o al menos así se interpreta la intervención de Jazmín Cano en la antología: unas páginas manchadas de negro, donde cualquiera puede posar su luto.
Creo que la memoria es el único espacio en el que todos coexistimos, más cuando se trata de recuerdos del dolor colectivo. En Estos últimos años en Ciudad Juárez no solo ponemos nuestra memoria al servicio del lector, sino que develamos una realidad casi nunca tocada: qué fue de quienes fuimos jóvenes en esta ciudad en esas fechas.
Siempre se oye acerca de la “leyenda negra” de Juárez, pero rara vez se recuerda que las ciudades tienen habitantes, que quienes morían no eran solo “daños colaterales” de la guerra contra el narco, como lo expresó Felipe Calderón en su momento. Eran amigos, primos: la familia de alguien cercano.
Esta antología es un híbrido que acepta todo tipo de formas para expresar una misma idea. Lo estético no se contrapone a lo formal. Pero no es necesariamente “literatura” lo que encontramos, o lo que pretendíamos hacer. Cada texto es una respuesta diferente a la misma pregunta, doce réplicas de miles más que existen en la ciudad. Este breve registro es solo un pequeño acercamiento al pasado.
Me identifico en cada historia del libro. Cada anécdota, desde la balacera en la escuela hasta el morbo que producen los noticieros; desde buscar refugio en nuestras propias casas, hasta ver cómo nuestros amigos desaparecían. Soy todos, quisiera ser ninguno, pero es difícil borrar la sensación de crecer en un encierro: ahora puedo comprender la tristeza de los peces que viven en esas pequeñas peceras circulares.
Estos últimos años en Ciudad Juárez puede ser una breve carta de presentación de una generación. Aquí está lo que vivimos, lo que nos configura como humanos, como ciudadanos y como habitantes del miedo. La estética de una generación junto a sus recuerdos.
Me gustaría creer que la antología se realizó porque ahora estamos en un mejor escenario. Pero aún vivimos en contra de un estado opresor, machista, homofóbico, aporafóbico.
Los villanos de los que nosotros hablamos siguen entre nosotros: el presentador de noticias, al que todos señalaron de feminicida, ahora es alcalde; el terrible director de Seguridad Pública, Julián Leyzaola, se postuló por el mismo puesto en Tijuana; el expresidente de México, Felipe Calderón, trata de fundar un nuevo partido político: ninguno de ellos está en la cárcel, ninguno ha sido juzgado, ninguno hizo nada que no fuera generar más caos.
Solo me queda retomar el consejo de Lydiette Carrión del que escribí al principio de este texto. Pienso que cada uno se vio a sí mismo en un pasado convulso, lleno de miedo, recluido en su propio cuarto, en su propia casa: todos encerrados en nuestra propia ciudad. Nosotros somos el niño que más quisimos.