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La Edad de Papel. El hallazgo

domingo, agosto 8th, 2021

El viento no se lleva los papeles, son ellos los que cargan con él. No es raro que haga falta una bandada para impedir que el holgazán se tumbe y duerma en un banco del parque. El papel tiene lugares de peregrinaje, acude a ellos en masa y, como los devotos que visitan La meca, se postra a orar.

Por Orlando González Esteva

Ciudad de México, 8 de agosto (SinEmbargo).- Entre los materiales creados por el hombre milagrea el papel, tan útil al anciano que redacta su testamento como al niño que reúne cañas, goma de pegar, cordel y cintas para hacer una cometa. que lo aguante todo no es indicio de sumisión o indolencia sino de tolerancia, la forma más cumplida de ser fuerte. no amarillea porque mengüe sino porque aspira a integrarse a la luz.

El viento no se lleva los papeles, son ellos los que cargan con él. No es raro que haga falta una bandada para impedir que el holgazán se tumbe y duerma en un banco del parque. Los que cubren el Zócalo de México durante el día se incorporan de noche, organizan brigadas y se llevan al viento por las callejuelas aledañas a la catedral. Algunos reaparecen delante del museo José Luis cuevas, antiguo convento de Santa Inés, llamando a las grandes puertas de madera labrada, disputando a los seres humanos la prioridad en la fila y, una vez franqueado el umbral, prefiriendo dar vueltas por el gran patio interior a subir la escalinata que conduce a las exhibiciones.

Entre los materiales creados por el hombre milagrea el papel. Foto: Artes de México

El papel, tan útil al anciano que redacta su testamento como al niño que reúne cañas. Foto Artes de México

Los hábitos que vistieron las religiosas de la Orden de la Inmaculada Concepción que una vez habitaron el convento perviven en la blancura maltrecha de estos papeles, más enjundiosa cuanto más se le descubre en lucha a brazo partido con la oscuridad. y quien dice los hábitos dice las almas de quienes los vistieron y su fe en la vida eterna, a ojos vistas justificada. Estos papeles callejeros no son producto de la incuria civil sino de la existencia, en la misma barriada, del local donde estuvo la primera imprenta de América. El papel tiene lugares de peregrinaje, acude a ellos en masa y, como los devotos que visitan La meca, se postra a orar. Un ejemplar del Papel Periódico de La Havana, fechado el lunes 29 de octubre de 1797, ahonda una vitrina de mi casa. Si alguna vez olvidara cerrarla, el documento no desaparecería porque alguien lo hurtara sino porque él mismo sabría cómo escabullirse y, cruzando el Estrecho de la florida, repatriarse.

La invención del papel de piedra (El papel de piedra, también conocido como papel mineral, fue creado en Taiwán a finales del siglo xx y goza de patente y aprobación en numerosos países. Encarna la tragedia de la criatura destinada a ser toda levedad y hallarse incapacitada, por causa de su propia constitución, para actuar de acuerdo consigo misma) debería provocar asombro, si no por el papel mismo, sí por su nombre, que reconcilia lo más ligero con lo más pesado, lo más delicado con lo más burdo pero nadie celebra el hallazgo, ignorando que en el nombre, y no en la presunta utilidad del producto, reside el mayor mérito. El hallazgo contrasta con las propiedades del material que designa, cuyo éxito pudiera redundar en perjuicio del mundo. Lo advierte un refrán:

Es raro que las cosas y los hombres
se encuentren a la altura de sus nombres.

Si hubo una Edad de piedra y tres de metal, hubo una Edad de papel. Foto Artes de México

El viento no se lleva los papeles, son ellos los que cargan con él. Foto Artes de México

Si hubo una Edad de piedra y tres de metal, hubo una Edad de papel, la nuestra, que lejos de caducar como sus predecesoras pugna por remontarse a la más antigua, inaugurando, fiel a la naturaleza circular del tiempo, la Edad de papel de piedra. Urge reflexionar.

Este texto es un extracto del libro La Edad de Papel del escritor Orlando González Esteva. Adquiere este libro a través de la página web de la editorial: https://catalogo.artesdemexico.com/productos/la-edad-de-papel/

REVISTA ARTES DE MÉXICO | Tres verbos que aprendí con Orlando González Esteva

sábado, agosto 4th, 2018

Descubrí la vocación de antologadora como quien compra gavetas y clasifica en ellas ­–por tamaño, tema u orden­­­– la apariencia de las cosas, las ideas, las experiencias y un largo etcétera. Hace poco inauguré una gaveta nueva: de los verbos que aprendí con Orlando González Esteva. Tal vez fueron verbos con los que no estaba familiarizada o tal vez sí, pero jamás tan cercanos como lo están los verbos amar, correr, sonreír o aquel que nos hace escribir.

Por Melinna Esmeralda Guerrero Romo

Ciudad de México, 4 de agosto (SinEmbargo).-Llegué a Cuerpos en bandeja, de la colección Libros de la espiral de Artes de México, en esta edición que nos sumerge en el universo erótico de Cuba y las frutas, me descubrió el verbo frutecer. De pronto, (las revelaciones en ciertos hechos, frases, lugares, y en un pequeñísimo verbo) los árboles, las plantas frutecen, no crecen. También tú fruteces, él frutece. Y hay algo de dulce, de papaya, de mango, de guayaba en este verbo. Frutecí en estos diez años. Decir “frutecí sin ti”. Preguntar, “¿quieres frutecer conmigo?”.

En La edad de papel, de la misma colección, Orlando nos cuenta que “entre los materiales creados por el hombre milagrea el papel”. Y entonces nada sabíamos del papel, porque dentro de sus propiedades habíamos olvidado que éste “milagrea”. Creeríamos que un papel cualquiera se rompe, que nos sirve para escribir, pero que milagreara… lo supe hasta que Orlando me lo reveló. Milagreamos ante el hecho. Las obras completas de Alfonso Reyes milagrean en la biblioteca, como quien dice, viven. Milagrearán los papeles de la oficina como quien adivina volar. Milagrearon los papeles del archivo como quien diría existieron. Milagrearás al leer el poema escrito de Neruda como quien avecina llorar.

Diccionario, 1994. D.R.©️Abelardo Morell, publicadas en Orlando González Esteva, La edad de papel. México, Artes de México / Secretaría de Cultura, 2016.

Líneas más adelante, Esteva nos advierte que el papel “no amarillea porque mengüe sino porque aspira a integrarse a la luz”. Y allí el color está lleno de acción. El papel amarillea como podría también verdecer, enrojecer, azular o purpurar. Y podríamos purpurar la vida, azularnos ante los otros. Decir que el otoño amarillea; que esto ya amarilleó de por sí; que jamás amarillaremos como ahora; amarilleaste diferente hoy.

De esta manera, los verbos que se integran en esta gaveta están continuamente preguntándonos por qué, de tan raros o tan bellos o alejados de lo cotidiano, no los integramos al día a día. Ante un “¿cómo estás?”, habría que responder “fruteciendo” o “milagree tanto ayer” o quizá “amarilleando, como siempre”.

Seis diccionarios, 2000. D.R.©️Abelardo Morell, publicadas en Orlando González Esteva, La edad de papel. México, Artes de México / Secretaría de Cultura, 2016

Junto a la gaveta de estos verbos hay una similar: de los verbos que vinieron a partir de estas lecturas, y en ella está florecer, hilvanar, augurar. Pienso, al final de todo, que son un regalo de Esteva, como si en secreto, mientras he leído sus libros, él los dijera en voz baja.

Lo cierto es que cada uno de los libros de González Esteva es un tesoro literario y lingüístico. Orlando escribe, pero también canta. Cada imagen que aparece ligerísima está cargada de graves y precisas metáforas. No es gratuito que, en La edad de papel, Orlando califique de “promiscuos” a distintos tipos de papel o que escriba una “Oda al papel higiénico”. Sus libros son lugares a los que acudo cada cierto tiempo, por más verbos, por algunos otros que se esconden, por un adjetivo extravagante, por alguna oración o historia que nos pregunta y asombra.

Detalle de libro dañado por el agua, 2001. D.R.©️Abelardo Morell, publicadas en Orlando González Esteva, La edad de papel. México, Artes de México / Secretaría de Cultura, 2016.

REVISTA ARTES DE MÉXICO | Palabra de piedra, palabra mítica

sábado, julio 15th, 2017

Si hubo una Edad de Piedra y tras del metal hubo una Edad de Papel, la nuestra, que lejos de caducar como sus predecesoras se desdobla y pugna por remontarse a la más antigua inaugurando, fiel a la naturaleza circular del tiempo, es la Edad de Papel de Piedra. (Orlando González Esteva)

Por Laura de la Torre

Ciudad de México, 15 de julio (SinEmbargo).-Hay quienes encuentran en la palabra un espacio de salvación y ejercen el prodigioso oficio de redimir el mundo por la letra. Así, ésta restaura, en términos estéticos, una desavenencia en la realidad habitada.

El escritor Orlando González Esteva atestigua una de aquellas fallas que decidió propagarse en el lenguaje: ¿qué sucede cuando se rompe la relación entre una palabra y lo que nombra? Esta pregunta surge a partir del inconveniente lingüístico que se desata con la existencia del papel de piedra, también conocido como papel mineral, que es suave y ligero y tiene diversos usos en el ámbito industrial. Por eso también es protagonista de una paradoja semántica, pues desde su reciente nacimiento, apenas creado a finales del siglo pasado, fue despojado de su sentido primigenio: “encarna la tragedia de la criatura destinada a ser toda levedad y hallarse incapacitada, por causa de su propia constitución, para actuar de acuerdo consigo misma”.

Orlando nos ofrece, en La Edad de Papel (Artes de México, 2016), un testimonio poético sobre cómo los ámbitos humanos se ven comprometidos si buscáramos restaurar dicha problemática. Fotografía de Abelardo Morell. Foto: RAM

Ante el hallazgo, Orlando nos ofrece, en La Edad de Papel (Artes de México, 2016), un testimonio poético sobre cómo los ámbitos humanos se ven comprometidos si buscáramos restaurar dicha problemática: entender a cabalidad que un papel es de piedra. Entonces nuestra convivencia habitual con el papel, que “entre los materiales creados por el hombre, milagrea”, se trastoca:

“La invención del papel de piedra debería provocar asombro, si no por el papel mismo, sí por su nombre, que reconcilia lo más ligero con lo más pesado, lo más delicado con lo más burdo. Pero nadie celebra el hallazgo, ignorando que en el nombre, y no en la presunta utilidad del producto, reside el mayor mérito”.

Podría pensarse que en la obra existen dos niveles de significación. Primero partimos del conocimiento habitual del papel y el campo semántico creado en torno a él. Tengamos en mente desde el barco de papel hasta el confeti, desde el origami hasta el papel cebolla, desde las piñatas hasta el “papel” interpretado en las obras de teatro. El segundo nivel interviene cuando lo anterior adquiere un significado adicional. Volvamos: el barco de papel de piedra, la lluvia del confeti de piedra, la flexibilidad del origami de piedra, el papel de piedra de cebolla… Como una parodia, la reflexión sobre lo que conocemos aporta nuevos sentidos a la obra. Así, el lenguaje ya no se erige a partir de un convencionalismo usual, ni como un esquema anquilosado, sino que manifiesta un anhelo de vitalidad y una vuelta hacia su destino original.

Fotografía de Abelardo Morell. Foto: RAM

“Los aviones de papel de piedra representarán una amenaza pública, noqueando a alumnos y profesores y convirtiendo el cielo nocturno de la pizarra escolar en un espacio donde cada estrella engendrada por una colisión colapsará y constituirá un agujero negro capaz de succionar barras de tiza, deshilachar borradores y poner en ridículo la caligrafía más esmerada. Las cometas de papel de piedra no llegarán lejos”.

En La Edad de Papel, el poder de la palabra es que rememora su naturaleza; es arquetipo y por eso resignifica, pues es portadora de una visión de mundo que incide en la vida. Bajo este parámetro, la palabra es elemento fundacional y acto creativo: “Los libros de poesía de papel de piedra concederán la razón a los hombres de ciencia de la Edad Media que, en busca del origen de la demencia, dieron con estructuras minerales lesivas al cerebro, producidas por la propia masa encefálica”. Así, Orlando González Esteva opera en los espacios más inesperados para reconstruir la realidad habitual y dejar al descubierto la incomprensión del mundo convencional.

La Edad de Papel, Artes de México, 2016, está disponible en esta página. Una sección de Artes de México para SinEmbargo.

REVISTA ARTES DE MÉXICO | La edad de papel

sábado, enero 14th, 2017

La Edad de Papel es un canto, y a la vez, una elegía —pero una que está llena de humor—, al papel. Da rienda suelta a la fantasía, invita a reflexionar, a ver varios tipos de papel con nuevos ojos y acaba por encontrar en el papel de piedra una reencarnación del papel tradicional, quizás una criatura mejor facultada para enfrentar los tiempos duros que pudieran avecinarse.

Por Orlando González Esteva

Ciudad de México, 14 de enero (SinEmbargo).- Esta travesía poética guía al lector por una serie de elucubraciones en torno a las posibilidades, ventajas y situaciones inevitables que ocurrirían si las personas empezaran a utilizar el papel de piedra: sería “imposible hacer un origami de papel de piedra por más vocación que se tenga para la estatuaria: la naturaleza de este arte manual, súmmum de la gracia, se rebelará abortando figuras de una tosquedad más propia del hombre de las cavernas que del actual, no menos cavernario en el fondo pero más relamido en la forma”. Incluso, el campo semántico relacionado con el papel se vería trastocado por su naturaleza: “abarcarán el teatro, donde los actores no sabrían qué hacer con sus papeles y, para serles fieles, se verán forzados a adoptar conductas rígidas y formas de andar y modales exclusivos de don Gonzalo de Ulloa”.

La Edad de Papel es un libro poético y humoroso que, mediante una prosa juguetona y repensada, nos revela la creatividad de un autor que con su voz nos acerca a distintos ámbitos de la cultura iberoamericana. Reproducimos aquí uno de los fragmentos de la obra.

Entre los materiales creados por el hombre milagrea el papel, tan útil al anciano que redacta su testamento como al niño que reúne cañas, goma de pegar, cordel y cintas para hacer un cometa. Que lo aguante todo no es indicio de sumisión o indolencia sino de tolerancia, la forma más cumplida de ser fuerte. No amarillea porque mengüe, sino porque aspira a integrarse a la luz.

El papel de piedra, también conocido como papel mineral, fue creado en Taiwán a finales del siglo xx y goza de patente y aprobación en numerosos países. Encarna la tragedia de la criatura destinada a ser toda levedad y hallarse incapacitada, por causa de su propia constitución, para actuar de acuerdo consigo misma.

Una edad de papel. Fotografía de Abelardo Morel. Foto: RAM

Una edad de papel. Fotografía de Abelardo Morel. Foto: RAM

El viento no se lleva los papeles, son ellos los que cargan con él. No es raro que haga falta una bandada para impedir que el holgazán se tumbe y duerma en un banco del parque. Los que cubren el Zócalo de México durante el día se incorporan de noche, organizan brigadas y se llevan al viento por las callejuelas aledañas a la Catedral. Algunos reaparecen delante del Museo José Luis Cuevas, antiguo convento de Santa Inés, llamando a las grandes puertas de madera labrada, disputando a los seres humanos la prioridad en la fila y, una vez franqueado el umbral, prefiriendo dar vueltas por el gran patio interior a subir la escalinata que conduce a las exhibiciones.

Los hábitos que vistieron las religiosas de la Orden de la Inmaculada Concepción que una vez habitaron el convento perviven en la blancura maltrecha de estos papeles, más enjundiosa cuanto más se le descubre en lucha a brazo partido con la oscuridad. Y quien dice los hábitos dice las almas de quienes los vistieron y su fe en la vida eterna, a ojos vistas justificada.

Estos papeles callejeros no son producto de la incuria civil, sino de la existencia, en la misma barriada, del local donde estuvo la primera imprenta de América. El papel tiene lugares de peregrinaje, acude a ellos en masa y, como los devotos que visitan La Meca, se postra a orar.

Un ejemplar del Papel Periódico de La Havana fechado el lunes 29 de octubre de 1797 ahonda una vitrina de mi casa. Si alguna vez olvidara cerrarla, el documento no desaparecería porque alguien lo hurtara sino porque él mismo sabría cómo escabullirse y, cruzando el Estrecho de la Florida, repatriarse.

Forro de La edad de papel. Foto: RAM

Forro de La edad de papel. Foto: RAM

La invención del papel de piedra [*] debería provocar asombro, si no por el papel mismo, sí por su nombre, que reconcilia lo más ligero con lo más pesado, lo más delicado con lo más burdo. Pero nadie celebra el hallazgo, ignorando que en el nombre, y no en la presunta utilidad del producto, reside el mayor mérito.

El hallazgo contrasta con las propiedades del material que designa, cuyo éxito pudiera redundar en perjuicio del mundo. Lo advierte un refrán:

“Es raro que las cosas y los hombres se encuentren a la altura de sus nombres”.

Si hubo una Edad de Piedra y tres del metal, hubo una Edad de Papel, la nuestra, que lejos de caducar como sus predecesoras pugna por remontarse a la más antigua, inaugurando, fiel a la naturaleza circular del tiempo, la Edad de Papel de Piedra.

Urge reflexionar.

El libro La Edad de Papel de Orlando González Esteva (Artes de México: 2016), está disponible en esta página. Una sección curada por Artes de México.

[*] El papel de piedra, también conocido como papel mineral, fue creado en Taiwán a finales del siglo xx y goza de patente y aprobación en numerosos países. Encarna la tragedia de la criatura destinada a ser toda levedad y hallarse incapacitada, por causa de su propia constitución, para actuar de acuerdo consigo misma.