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Esta mierda me supera, la nueva mini serie de los Duffer y Entwistle que retrata el paso a la vida adulta

sábado, febrero 29th, 2020

No es que pretenda ser un relevo de Stranger Things o The End of the F *** ing World, pues los conflictos abordados y la forma de plantearlos distan mucho entre ambas, pero es imposible negar ciertos paralelismos.

Madrid, 29 febrero (ElDiario.es).- Stranger Things es la pepita de oro de Netflix. Fue junto a Narcos de las primeras series en convertirse en emblemas de la compañía, esas que arrastraban a miles de suscriptores porque eran sinónimo de una experiencia solo disponible en la plataforma de la gran N roja. Sin embargo, ya va camino de su cuarta temporada y, aunque todavía ofrece exactamente lo que promete, a la fórmula narrativa se le empiezan a ver las costuras.

Las aventuras de Eleven mantienen su espíritu, pero a estas alturas se antojan repetitivas y complacientes. Hay que encontrar nuevos referentes, y por eso Esta mierda me supera se ha situado en el punto de mira de todos aquellos hastiados con serie de los hermanos Duffer. No es que pretenda ser un relevo, ya que los conflictos abordados y la forma de plantearlos distan mucho entre ambas, pero es imposible negar ciertos paralelismos.

De hecho, no es gratuito que los productores de Stranger Things se hayan unido con Jonathan Entwistle, director The End of the F *** ing World, para intentar repetir el éxito de aquella serie basada en un fanzine homónimo creado por Charles Forsman. Ahora intentan repetir la jugada con otra historieta del mismo autor que, además, se centra en el mismo tema: las frustraciones de ser un adolescente incomprendido y aislado por la sociedad.

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Sophia Lillis (It) interpreta a Sydney, una joven que empieza a escribir un diario para desfogarse de sus problemas. La reciente muerte de su padre, los problemas para relacionarse en el instituto, las inseguridades sobre su propio cuerpo… La protagonista es el reflejo de una generación que intenta sin éxito encontrar el cauce de la vida. Todo ello, además, subida en la montaña rusa de emociones que es la pubertad.

Sin embargo, a sus conflictos se suma otro: descubre que puede mover y destruir la materia con psicoquinesis. Le ocurre de forma espontánea cuando se siente débil o atacada por los demás, lo que da lugar a una serie de situaciones incómodas e incluso peligrosas. Lejos de ser una virtud, la habilidad supone otra debilidad añadida a la personalidad de Sydney, algo que recuerda en cierta medida a la Carrie de Stephen King.

Se distancia de esta forma del prototipo de superheroína, como puede ser Eleven, que representa la estructura clásica de aprender a utilizar sus habilidades para luchar por el bien. Aquí Sydney no comprende lo que ocurre y a priori tampoco tiene demasiado interés por hacerlo. Lo que al final le preocupa es sentirse integrada en un entorno que continuamente rechaza lo que es.

Aborda la adultez de una forma más bien pesimista. Foto: Especial

La música como elemento dinamizador de las escenas, el humor negro y explícito de Sydney similar al de Alyssa, la voz de la protagonista como narradora… El tono de The End of the F *** ing World está presente a lo largo de todos sus capítulos, también presentados en minidosis de 20 minutos. Pero hay diferencias. Aquí no encontramos un homenaje al género road movie, inteligentemente planteado para mostrarnos a James y Alyssa como los Bonnie y Clyde o las Thelma y Louise de una nueva generación.

Esta mierda me supera está más interesada en abordar el tránsito a la adultez de una forma más bien pesimista, como una etapa llena de frustraciones producidas por los cambios físicos y mentales. Podríamos decir que se sitúa a medio camino entre El club de los cinco (1985) y Kids (1995), entre la reproducción de unos roles prototípicos marcados por el cine de adolescente y la desmitificación de temas como las drogas o el sexo.

LA NATURALIDAD COMO NORMA

Uno de los principales puntos a favor de The End Of The F***ing World era su capacidad para abordar temas contemporáneos, como el “no es no” en las relaciones sexuales o la reivindicación en la naturalidad de la menstruación. Con Sydney sucede algo parecido. Su postura frente a las relaciones amorosas controladoras como la que sufre Dina, su mejor amiga, sirve para llamar la atención sobre actitudes machistas que han sido normalizadas a lo largo de la historia.

No solo de tristeza se nutre la serie. Foto: Netflix

En este sentido, y precisamente gracias a la relación con Dina, la serie también hace gala de una buena demostración de sororidad. Al igual que ocurre en series como Carole y Tuesday, las diferencias entre ambas amigas no se convierten en barreras, sino en engranajes que se unen a la perfección para combatir las adversidades del día a día. La compañera de Sydney es igualmente un pilar que le empuja fuera de su zona de confort sin hacerle sentir incómoda. Lo único que pretende es hacerle abandonar sus inseguridades.

A medida que se descubre a sí misma, nosotros descubrimos su lugar en este mundo. Y es importante, porque al principio todo lo que le ocurre, ya sea en el ámbito familiar o el amoroso, está bañado por la impotencia de unas dudas imposibles de verbalizar. Al final, comprendemos el porqué.

Aun así, no solo de tristeza se nutre la serie. Existen algunas diferencias clave con la historieta original de Forsman que, aunque no vamos a comentar para evitar spoilers, sí podemos decir que ayudan a disminuir la carga dramática presente en las viñetas. El resultado es una miniserie que puede ser consumida en poco más de dos horas y que, al igual que ocurría con la primera temporada de The End Of The F***ing World, aporta aire fresco a un género que va más allá de la lucha contra demogorgones.

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“Muchas veces niegas tu identidad o vives todo el tiempo violentado”, dice líder juvenil indígena

viernes, octubre 7th, 2016

Dalí Ángel considera que el desafío de fondo es la “preservación de la identidad y la cultura indígenas en este mundo globalizado y capitalista”.

Dalí Ángel, coordinadora de la Red de jóvenes indígenas de Centroamérica y México. Foto: EFE/Teresa Lamas Menéndez.

Dalí Ángel, coordinadora de la Red de jóvenes indígenas de Centroamérica y México. Foto: EFE/Teresa Lamas Menéndez.

Por Belén Delgado

Roma, 7 de octubre (EFE).- Negar la propia identidad o vivir sufriendo la violencia son las dos alternativas que se les presentan a muchos jóvenes indígenas en un mundo que no los comprende y que puede empujarlos hacia el suicidio, apunta la mexicana Dalí Ángel.

A sus 28 años, la coordinadora de la Red de jóvenes indígenas de Centroamérica y México considera que el desafío de fondo es la “preservación de la identidad y la cultura indígenas en este mundo globalizado y capitalista”.

En una entrevista a Efe tras participar en Roma en una reunión con agencias de la ONU, Ángel explica lo difícil que es mantener la cultura indígena propia y desenvolverse al mismo tiempo en la sociedad actual.

“Una de las razones por las que se ha generado la baja autoestima en las nuevas generaciones indígenas, o esta violencia que existe hacia ellas, tiene que ver con esta falta de entendimiento hacia lo que es ser indígena en este mundo”, sostiene.

En numerosos casos, añade, los jóvenes van interiorizando el racismo, la discriminación y la marginación de los que son víctimas en su vida diaria.

“Y ante esta situación muchas veces o niegas tu identidad o vives todo el tiempo violentado. Esto te lleva a negar tus raíces o hasta el suicidio”, afirma la dirigente juvenil, procedente del estado de Oaxaca.

Sobre este delicado y complejo fenómeno, la juventud indígena ya ha manifestado su preocupación por los suicidios vinculados a los desplazamientos de sus tierras y la emigración forzosa a las ciudades que les impide vivir como sus ancestros.

El año pasado el Foro permanente para las cuestiones indígenas de Naciones Unidas se hizo eco del problema y alertó sobre las mayores tasas de suicidio entre los jóvenes indígenas en comparación con las de la población en general en todas las regiones.

Según un estudio de la ONU, el suicidio representa a nivel mundial una de las primeras causas de muerte y entre los jóvenes aparece como la segunda para ese grupo, sobre todo entre los 15 y 24 años de edad.

En Brasil, los jóvenes guaraníes tienen tasas de suicidio 19 veces por encima de las nacionales, según recogía ese informe, que analizaba también los casos de los “awajún” de Perú y “embera” de Colombia.

Los aborígenes australianos, los maoríes neozelandeses o los indígenas canadienses son otros de los pueblos que han acaparado la atención pública por este grave problema.

Ángel, integrante del Caucus global de jóvenes indígenas que los representa en Naciones Unidas, pide que “no se homogeneice la situación, que se vea la problemática a nivel mundial, pero que se reconozcan las particularidades y características de los jóvenes en cada comunidad”.

“No solo se debe abordar el tema del suicidio y la autolesión como un tema de salud mental, sino también incorporar todas sus dimensiones. Saber la razón por la que los jóvenes se han suicidado o autolesionado. Es una cuestión que traspasa lo biológico y aborda lo espiritual, lo territorial y los derechos colectivos”, asegura.

Según las distintas corrientes, subyacen factores como los traumas derivados de colonización, la pérdida de vínculos culturales, lazos familiares y lenguas, el debilitamiento del sistema de creencias, los problemas psicológicos y hasta el abuso y dependencia de las drogas.

La mexicana aboga por empezar a superar parte de esas dificultades consultando los jóvenes aquellos programas dirigidos a responder a sus necesidades reales.

Sin olvidar -dice- que sus problemas no son individuales, sino que se corresponden con los del conjunto de los pueblos indígenas.

“No puedes decirle a un joven que siembre si no tiene tierra donde sembrar”, según Ángel, que comparte el sufrimiento por los desplazamientos forzados ante la entrada en territorios indígenas de industrias extractivas y agroalimentarias.

Ante la falta de oportunidades, las nuevas generaciones están emigrando a los núcleos urbanos, donde también padecen violaciones de los derechos laborales. Una situación que sería distinta, en opinión de la activista, si se garantizase su derecho a la tierra.

“Tienen que destinarse recursos específicos a los jóvenes, revitalizar e incorporar todos los conocimientos tradicionales con un enfoque más integral”, concluye.