Thomas von Wittich, fotógrafo alemán, muestra en «Adrenalina» los riesgos que corren los «Berlín Kidz»
PorRedacción/SinEmbargo
23/08/2018 - 12:10 am
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El fotógrafo alemán Thomas von Wittich ha convertido en sus musas a «Berlin Kidz», un conocido grupo de grafiteros de Berlín que se juega la vida en cada obra de arte.
Madrid/Ciudad de México, 23 agosto (ElDiario.es/SinEmbargo).- La adrenalina es una hormona segregada por el organismo en respuesta a los estímulos percibidos como amenaza para la supervivencia. Bajo sus efectos, el corazón se acelera, la respiración también, los vasos sanguíneos se contraen en una hiperexcitación que conocen bien, por ejemplo, quienes practican deportes de riesgo. Para el fotógrafo alemán Thomas von Wittich, esa sustancia da nombre a su serie de fotografías sobre los «Berlin Kidz» o «Niños de Berlín» en alemán callejero. Esta banda de artistas callejeros se juega la vida en cada pintada. Tienen entre 16 y 35 años.
Von Wittich les ha acompañado para retratar sus acciones más espectaculares. Los «Kidz» dicen evitar trabajar. «No queremos formar parte de un sistema que te fuerza a trabajar para los sueños de otras personas», dice a eldiario.es uno de ellos, conocido por su firma: Paradox – «Paradoja». «No nos vemos en un trabajo de nueve de la mañana a cinco de la tarde para después pasar el resto de nuestra vida delante de la televisión», señala «Paradoja». Los «Kidz», dice él, «viven para las letras». En sus características pintadas, siempre hay grandes letras. Entre ellas se esconden, escritos en pequeño, mensajes que llaman a la rebeldía o la libertad.
El gran desafío de cada grafiti que firman «Paradoja» y compañía es situarlo cuanto más alto en la ciudad, mejor. Así es cómo estos «niños» llevan ya años dejando su marca en infinidad edificios berlineses. Entre sus objetivos destaca la parte más alta de uno de los campanarios gemelos de la iglesia de San Bonifacio de Berlín, una obra arquitectónica neogótica con fecha de principios del siglo XIX situada en el céntrico barrio berlinés de Kreuzberg.
La pasada primavera, una pareja de los «niños» berlineses se subió allí arriba, a una altura equivalente a la de un decimoprimer piso. Escribieron: «Libertad sobre todas las cosas». Lo hicieron con las ya características letras rojas y azules que suelen emplear estos grafiteros. Von Wittich, subido a un tejado frente a la iglesia, inmortalizó la escena.
Hacía frío. El fotógrafo iba parapetado con tres pantalones y dos jerséis. «También tenía un termo con té y un sandwich enorme», recuerda Von Wittich a eldiario.es frente a la fotografía de aquella acción de los «Kidz». Habla en la Open Walls Gallery, la galería berlinesa que expone regularmente sus trabajos.
Aquella no era la primera ni la segunda pintada de los «Kidz» a la que asistía para tomar fotos este joven nacido en Osnabrück (oeste germano) hace 35 años. Von Wittich ya estaba acostumbrado a fotografiarles y a subir a tejados sin permiso de nadie para tener las mejores vistas a lo que estaban haciendo los grafiteros. Pero frente a la iglesia de San Bonifacio, a Von Wittich le pusieron el corazón en un puño.
«El techo de esa iglesia está realmente muy inclinado, no es un sitio donde uno quiera estar o ver a otras personas», recuerda. «Después de dos horas allí, preparándose y pintando, veo que uno de ellos me hacía señales con la luz del teléfono móvil, no me había dado cuenta de que me había llamado veinticinco veces para preguntarme si tenía boquillas [pulsadores, ndlr.]; se les olvidaron, y me dijo: ‘vuelvo en media hora'», cuenta Von Wittich.
El grafitero se marchó a por lo que le faltaba. Regresó corriendo. También lo hizo por el tejado, aunque éste solo ofrecía una superficie de unos diez centímetros para caminar sobre él. «Corría con los brazos abiertos para mantener el equilibrio y en la última parte saltaba y corría, al ver aquello me entraron arcadas», cuenta Von Wittich. «Esa fue la única vez en la que de verdad tuve miedo por ellos», añade.
COCINERO DE BARCO, DESPUÉS FOTÓGRAFO
Este fotógrafo podría haber tenido una vida mucho más tranquila. Viene de una buena familia, de «clase media alta, un ambiente de ricos, dirían algunos», según sus términos. «Uno de mis abuelos hizo mucho dinero como coleccionista de arte, crecí con esa idea de que el dinero era súperimportante, al igual que el apellido», explica. La familia Von Wittich sigue utilizando su escudo de armas.
Thomas Von Wittich, sin embargo, entró en conflicto con la idiosincrasia familiar nada más llegar la adolescencia. A los trece años ya había trabajado en una cadena de empaquetado de carne y se ocupaba de cocinar para marineros a bordo de un barco. A los dieciocho tuvo problemas con la Justicia. La policía lo pilló haciendo una pintada, algo que acabó convirtiéndose en una multa de 20 mil euros. Hace tiempo que dejó el grafiti pero haber tenido su experiencia hacía de él un buen candidato para seguir a los «Kidz».
«Desde el principio me pusieron a prueba para ver qué era capaz de hacer y qué no; juzgaban mi estado de forma», cuenta Von Wittich. Una de sus imágenes de la serie «Adrenalina» está sacada en el hueco de un edificio, donde normalmente iría un ascensor, dispositivo del que carecen buena parte de las construcciones menos recientes en Berlín. El fotógrafo escaló por ese hueco veinte metros junto con el grafitero que le acompañaba. Era la segunda salida de Von Wittich con los «Kidz».
En su avance por el edificio, el grafitero forzó cuantas puertas y ventanas fueron necesarias para que Von Wittich llegara al tejado y buscara desde allí una perspectiva interesante. En aquella ocasión, tomó las fachadas del Cuvrybrache, un rincón de Kreuzberg conocido por las enormes pintadas del artista italiano Blu que han decorado el lugar durante años.
Un día de invierno de 2014, esas fachadas aparecieron cubiertas de negro. Existe el proyecto de hacer en ese lugar nuevas edificaciones. Ello pasaba, según los promotores, por acabar con unas pintadas consideradas míticas por la escena internacional del arte callejero. Los «Kidz» no estaban de acuerdo con esas intenciones. Por eso pintaron una mano haciendo una enorme peseta en una de esas fachadas negras.
CADA PINTADA, COMO ATRACAR UN BANCO
Entre otras lindezas dirigidas a quienes quieren cambiar el que los «niños» consideran «su» barrio, éstos escribían en inglés: Fuck you – «que os jodan». Para esa, y para la mayoría de sus pintadas, los «Kidz» utilizan cuerdas fijadas en los tejados que emplean para quedar colgados y pintar con sus espráis mientras hacen una suerte de arriesgadísimo rápel urbano.
«Cada pintada se planea como si fuera un atraco a un banco, tiene que ser así, porque ellos van mucho más allá que el resto de grafiteros, han llevado el grafiti a otro nivel, utilizan cuerdas desde los tejados. También tienen que asegurarse de que, de algún modo, van a llegar a los tejados, tienen que abrir puertas y ventanas, organizar esto implica ir al sitio con antelación», expone Von Wittich.
El fotógrafo conviene en definir a estos chicos berlineses como «malhechores», pero deseosos, no «sólo de poner su nombre en un muro, sino de actuar contra algo, poniendo mensajes como ‘mantén la cabeza alta’ o ‘libertad'», explica. «Creo que hay en ellos un 30 por ciento de querer ver su nombre pintado en un sitio, otro 30 por ciento de expresar ‘esta ciudad es mía y hago lo que quiero en ella’ y otro 30 por ciento de lucha contra la gentrificación», abunda.
Con ese término alude el fotógrafo a la transformación que está viviendo la capital alemana y que obliga a que las poblaciones que tradicionalmente habitaron ciertos barrios tengan que abandonarlos por los incrementos del coste de la vivienda. «Queremos mostrar que no estamos contentos con el modo en que está evolucionando la ciudad y queremos hacer algo contra esto», apunta sobre esta cuestión Paradox, el miembro de los «Kidz».
UNA «DROGA» LLAMADA ADRENALINA
En las cuentas de Von Wittich faltaba un 10 por ciento. Es el de la adrenalina. Esta es el otro pilar que mantiene la actividad de los «Kidz», a quienes el fotógrafo define incluso como «yonquis de la adrenalina». Para ellos, el peligro «cuenta mucho», porque «cuando empiezas a acostumbrarte a él empiezas a cometer errores», asegura el que firma como Paradox.
A base de ir con los «niños de Berlín», Von Wittich acabó probando «la droga» de la que abusan estos grafiteros acróbatas. Tras haber realizado alguna fotos de estos «niños» haciendo ‘train-surfing’, peligrosa práctica que consiste en subir sobre los tejados de vagones de trenes de cercanías o de metro cuando están en marcha, Von Wittich pidió consejo sobre su trabajo al fotógrafo danés Jacob Aue Sobol.
Este genio de la fotografía, que trabaja para la prestigiosa agencia internacional Magnum y que ha ganado, entre otros, un premio World Press Photo, instó a Von Wittich a que se acercara más a los «Kidz», para poder ponerse en su lugar y tomar imágenes. Von Wittich terminó por hacer una serie de fotografías sobre el techo de un vagón de un tren de cercanías.
«Los ‘Kidz’ encontraron un buen tramo para hacerlo conmigo, era un tramo de tren de cercanías largo, de unos siete minutos, sin puentes ni túneles que obliguen a agacharse o tumbarse estando ahí arriba», cuenta. «Aún así, hay que saltar cuando el tren está en marcha, porque si no alguien puede delatarte al conductor», aclara, antes de poner palabras a la dosis de adrenalina a la que sometió su cuerpo.
«Al caer sobre el techo me sentí Spiderman, me costó ponerme de pie, pero cuando lo hice me sentía muy estimulado, pude hacer las fotos al miembro de los ‘Kidz’ que me acompañaba, él estaba haciendo posturas todo el rato, sacando medio cuerpo fuera del techo del vagón y payasadas de ese tipo», recuerda.
Bajar del techo del vagón una vez terminado el trayecto no fue difícil. «Cuando estas bajo los efectos de la adrenalina ves que eso es fácil», comenta. «Pero poco después de aquello, noté como mi estómago se revolvía, me temblaban las piernas, tuve que sentarme y fumarme un cigarrillo», añade.
Von Wittich no ha vuelto a repetir un chute de esos. Desde hace algo más de un año vive en París, donde documenta el trabajo de otros artistas. Por su parte, los «niños de Berlín» siguen haciendo de las suyas. «Siempre y cuando nadie se haga daño, todo va bien», concluye el chico que firma com Paradox.
Redacción/SinEmbargo
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