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Por Manuel Fuentes

Copiapó (Chile), 12 oct (EFE).- Hace cinco años, las campañas de Copiapó, una ciudad minera enclavada en el desierto chileno de Atacama, repicaban jubilosamente para celebrar que 33 hombres que llevaban más de dos meses enterrados estaban siendo rescatados sanos y salvos. Hoy, varios de los protagonistas reviven aquella epopeya en el mismo yacimiento que los sepultó.

Los 70 días que permanecieron atrapados a 700 metros de profundidad cambiaron radical y definitivamente la existencia de los 32 mineros chilenos y su compañero boliviano. Algunos todavía sufren las secuelas de la dramática experiencia. Otros intentan superarla. Ninguno la puede olvidar.

«Si yo fuera rico, gastaría toda la plata en volver a ser como antes. Me cambió harto la vida, pero a puro sufrimiento», relata a Efe Víctor Zamora, el minero «poeta», que durante la reclusión llegó a escribir 180 poemas, muchos de ellos dedicados a su hijo, que entonces tenía cuatro años, y a su esposa, embarazada de tres meses.

«No me gusta que me vean derrotado», declara con una extraña mezcla de arrogancia y humildad este hombre, que en marzo pasado perdió su casa durante los aluviones que azotaron el norte del país.

Hoy, mientras su hijo juega a «sacar mineros», Víctor confiesa que le gustaría entrar de nuevo al yacimiento San José, aunque la explotación permanezca clausurada desde el rescate y él siga teniendo pesadillas con «el día en que el cerro empezó a crujir y cayó la roca».

La llamaban «la mina de los locos», porque antes de que se produjera el colapso ya había dado varios avisos. «Pero la plata que pagaban era buena», dice Zamora, para justificar el riesgo que él y sus compañeros corrían casi conscientemente.

En 2013, la fiscalía de Atacama exculpó a los dueños de la mina, Alejandro Bohn y Marcelo Kemeny, y cerró la investigación abierta a raíz del accidente. Hoy los propietarios intentan vender el terreno de mil 500 hectáreas donde se encuentra el yacimiento del que se extraía oro y cobre.

Los mineros, sin embargo, quieren un destino diferente para el lugar donde sus seres queridos convivieron durante semanas con los equipos de rescate y periodistas llegados de todos los rincones del mundo.

«Queremos formar de nuevo el Campamento Esperanza, con nuestras mujeres, nuestras familias. Para contar lo que ellas pasaron, la angustia, el frío, el hambre. No un teatro, sino la realidad».

Cuando el 22 de agosto la sonda llegó hasta el lugar donde se encontraban los mineros, habían pasado 17 días desde el accidente.

Prácticamente no había comida ni agua, pero sí mucho polvo y monóxido de carbono. Los mineros golpearon el cilindro metálico con herramientas, lo embadurnaron de pintura y le colgaron diez mensajes, entre ellos el ya legendario «Estamos bien en el refugio los 33» escrito por José Ojeda.

La desesperación era tal que, cuando la sonda volvía a la superficie, Claudio Yañez, uno de los más ágiles y delgados, se colgó del artilugio.

«Yo estaba desesperado, quería subir, pero no podía. los ‘cabros’ (muchachos) me sujetaron», se ríe Claudio al recordar ahora la anécdota frente al orificio de apenas 20 centímetros de diámetro excavado en el pétreo suelo del desierto.

Mientras en la superficie se desataba una carrera contra el tiempo para hacer realidad el milagro del rescate, abajo, los días transcurrían lentamente.

Para que se distrajeran, por la sonda de comunicación les mandaron un miniproyector y un lienzo. Los fines de semana querían ver el fútbol, pero no se ponían de acuerdo con los partidos. «Al final acabábamos viendo películas y noticias», recuerdan. Para evitar que se pusieran ansiosos, los informativos les llegaban censurados.

Los mineros guardan una especial afecto por los rescatistas. «Esa gente maravillosa luchó harto por nosotros durante 70 días para sacarnos del infierno en el que estábamos», explica a Efe Claudio Yáñez, quien también elogia al entonces presidente Sebastián Piñera, «porque hizo todo lo humanamente posible».

A pesar de la inédita operación de rescate, muchos de los mineros siguen atrapados todavía por la catástrofe. Sin empleo fijo y marcados por la traumática experiencia, muchos de ellos trabajan esporádicamente como transportistas, albañiles o mecánicos. Incluso como mineros.

De la película «Los 33», que estos días puede verse en las pantallas de medio mundo, los mineros no van a recibir ni un peso hasta que transcurran dos o tres años y los productores recuperen la inversión y repartan las ganancias.

Tienen opiniones encontradas sobre el filme. Para Víctor Zamora, se trata de un montaje con mucho glamour y poco realismo, mientras que Luis Urzúa, el jefe de turno, cree que la cinta servirá para mostrar a millones de espectadores lo que vivieron.

«Ha sido un largo peregrinaje. Estamos luchando para poder ser mejores. Hoy nosotros representamos a todos los mineros de Chile», enfatiza el capataz.

Pero aunque no siempre estén de acuerdo, el accidente marcó las vidas de estos 33 hombres hasta el extremo que entre ellos existe un vínculo indestructible.

«A veces no todos estamos juntos, discutimos. Pero por encima de todo somos una familia, somos hermanos», concluye Zamora.

Redacción/SinEmbargo

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