Entrevisté a tres chicas mexicanas de doce años, que van a uno de los colegios más caros de la ciudad de México, ellas descubrieron que volarse una clase para una bejay (adaptación del anglicismo Blow job o felatio) en el baño de niños, les dará prestigio entre los chicos, y tal vez se harán merecedoras de algún regalo. Otras chicas de secundaria de Monterrey, al norte de México, descubrieron una nueva moda: los chavos un poco mayores, les obsequiarán desde un brazalete, hasta un teléfono inteligente, o una iPad usada, a cambio de favores sexuales sin vínculos afectivos.
“El chiste es que estés de acuerdo en que no eres novios ¿entiendes?, sólo el bejay y ya. Si no lo haces eres muy teta ¿ves?. Es sólo sexo y nadie más se entera” dice A de trece años. Las chicas de secundaria en una escuela de los Legionarios de Cancún, hacen lo mismo, su discurso está plagado de paradojas que muestran una desesperación por ser aceptadas. La presión entre iguales es un factor común. Ellas no creen en el amor, sino en tener “amigos con privilegios”, que no son lo mismo que los freebes (encuentros sexuales rapiditos. Una suerte de rito de aceptación escolar para las chicas).
En la era de la información, el sexo virtual ha dado paso a una nueva forma de diálogo despersonalizado, en que el sexo se contempla como una mercancía y no como parte de un proceso de intercambio apasionado. La pornografía adulta ha perdido importancia y clientela, de allí que los dueños de esa industria multimillonaria global comprendieron que su mercado está, en las y los púberes. Niñas, niños y adolescentes se han convertido, sin que la mayoría de padres, madres o tutores se enteren, en la clientela receptora y consumidora de un discurso de hipersexualización infantil, en apariencia inocua porque se transmite por medios electrónicos, ya sea desde una computadora hasta un teléfono inteligente.
Ante nuestros ojos, y en medio de un confuso debate que asegura que todo lo que cuestione la sexualidad postmoderna hoy en día es moralino o represor, chicas y chicos se entregan sin muchos miramientos a la pornutopia: la utopía de lo pornográfico, de lo sexualmente explícito, que poco a poco construye el andamiaje sobre el que comienza a sostenerse un nuevo discurso de la sexualidad juvenil, que deja tras de sí toda carga de romanticismo o vinculación afectiva.
El amor y el sexo son transgresores cuando se sitúan fuera de la lógica social dominante. En la década de los sesenta, el amor libre era lo que transgredía las normas. Así, que quienes deseaban romper los paradigmas tradicionales, tanto de las relaciones afectivas como eróticas, se negaban a asumir la monogamia y el amor romántico de principios de Siglo. Poco a poco se construyó un discurso que abarcaba la revolución sexual, impregnada de una carga de libertad amorosa, asimilada por hombres y mujeres que simplemente no deseaban atenerse a las convenciones del cortejo amoroso para llegar a la cama (a la hamaca o la playa).
Ya para entonces Masters y Johnson, así como la doctora Hite, habían documentado los vínculos entre la biología, el deseo, el amor y la reproducción. Los experimentos científicos ayudaron a las generaciones de los años setenta, y posteriores, a comprender los mecanismos del orgasmo y los secretos de la atracción sexual, que dan paso a la construcción de una relación erótica y afectiva. Hasta hoy en día, cuando hablamos de relaciones interpersonales, existe el consenso de que el camino hacia el erotismo, pasa por el enamoramiento; mientras que para tener un encuentro sexual, basta con la disposición genital (aunque cada quien haga sus trampas mentales después).
Tanto Octavio Paz como Rougemont, planteaban que el amor para vivirse en plenitud, necesita ser transgresor. En la modernidad la sexualidad genitalizada era lo que transgredía las normas; hoy en día, ni lo explícitamente sexual, ni la pornografía adulta, ni el sadomasoquismo, ni siquiera el amor homosexual, son ya infractores sociales. Sin duda, hay quienes consideran la sexualidad entre dos hombres o dos mujeres, como una perversión, pero en general, el erotismo y el romance homosexual ya no son marginales (lo es la familia homosexual con progenie, pero ese es tema de otro texto).
Para estos chicos y chicas, el sexo entendido como pasión tiene un vida corta, y pasa del descubrimiento inicial del propio cuerpo y su respuesta al deseo, a la repetición promiscua con parejas múltiples. Incluso con esta nueva construcción de la sexualidad juvenil, la heterosexualidad pierde cada vez más poder y las etiquetas se difuminan. Las cientos de chicas que he entrevistado para mi investigación, aseguran que se descubren a sí mismas como seres deseantes, tanto con mujeres como con hombres y, aunque en México los hombres adolescentes son más homófobos que los de otros países, también hay una tendencia a la experimentación sexual de varones con varones, que ellos mismos califican de amistad con sexo y, por lo tanto, no es contemplada como parte de una relación homosexual, por la simple y sencilla razón, de que no son relaciones románticas ni eróticas. Más bien son, según ellos, meros encuentros sexuales momentáneos que responden a un deseo de placer aquí y ahora: “con quien tengo cerca, es accesible y no pide nada de mi”. Es decir, con todas las complejidades que esto implica, todo parece indicar que frente a nosotras se construyen nuevas subjetividades de lo sexual y lo amoroso.
Estos constructos comenzaron a germinar hace décadas, pero han encontrado la vía de la normalización a partir de la híper comunicación tecnológica en la que se normalizan las amistades virtuales, las relaciones afectivas extracorporales, y el sexting.
Estamos frente al sexo como un producto de consumo compulsivo, desprovisto casi siempre de significado. Entre los y las adolescentes que entrevisté para mis libros, que revelaron sin tapujos estos nuevos vínculos sexuales, encontré una constante: la rebelión contra el amor romántico, un descreimiento del matrimonio y de las relaciones monógamas tradicionales. Pero también encontré en las miradas de esas chicas y chicos, ese destello fugaz cuando les pregunté como viven el rechazo o la aceptación de los otros a partir de su sexualidad. Desean el amor, pero no saben qué amor desean.
Aunque quienes me hablaron del poliamor con un discurso más elaborado, fueron jóvenes de entre 20 y 25 años, si encontré a adolecentes con plena convicción de que es posible acostarse y amar a varias personas, sin entrar en conflicto emocional. Creen sin embargo, que algún día se enamorarán y vivirán con alguien con quien probablemente tengan una familia, ignoran si cuando llegue ese día, volverán al amor convencional como el de sus padres y madres.
Mientras tanto frente a nosotras, hay una evolución de la sexualidad adolescente, no desprovista de una suerte de escisión entre el cuerpo y los sentimientos. Por ahora, para ellas y ellos, el sexo es sólo un cambalache muy parecido al que proponen las y los promotores del sexo comercial y la prostitución: el cuerpo como objeto, el sexo como moneda de cambio. Los embarazos adolescentes en ese contexto, son responsabilidad única de las chicas, ese es el trato según J, un chico de catorce años que ha tenido sexo ya con veintitrés niñas.