Alejandro Páez Varela
@paezvarelaSi Xóchitl aspira a perder en 2024 con al menos los mismos porcentajes con los que perdieron José Antonio Meade y Ricardo Anaya, tiene aplicarse y doblar el número de votos que trae ahorita. Y luego, si todavía le queda fuerza después de multiplicar por dos la intención de voto que trae, podría atreverse a soñar con ser competitiva. Para alcanzar a Claudia Sheinbaum necesita frenar la caída, regresar a los tres partidos a los niveles de intención de voto que traían en 2018 y luego intentar crecer.
PRI, PAN y PRD debieron refundarse y dejar de lado a las élites cargadas toxicidad; las que los usaron durante cinco años para expresar su odio personal a López Obrador. Debieron crear ciudadanía de verdad, no anclarse a las organizaciones que simulan ser ciudadanas y que están cargadas de panistas que se avergüenzan de llamarse panistas; de perredistas que se avergüenzan de quienes son y de priistas que ya no tienen cabida ni en su propio partido. De hecho, esos priistas no tendrían cabida en una sociedad moderna, tampoco. Y eso me lleva a Morena, que debería entender la deshonra de haberle abierto las puertas a Germán Martínez, a Lilly Téllez o a Manuel Velasco y respetar la memoria de Heberto Castillo, de Rosario Ibarra de Piedra, de Valentín Campa y de Rubén Jaramillo y de otros que lucharon contra la adversidad y entregaron su vida por una causa de izquierda.
Las últimas noticias dicen que el Frente prepara un equipo de “voceros” para defender a Xóchitl Gálvez. Es como si el gerente de un restaurante le subiera a la música cuando los comensales se quejan del ruido de las cumbias, en vez de aceptar que las cumbias no son música para un desayuno en familia. Los voceros, si se anuncian, son para defender a la Xóchitl que canta cumbias a gritos. No suena tan inteligente. Pues que les vaya bien con los que esperaban un desayuno en familia: ahora, cinco gritones iguales que ella (del tipo Germán Martínez o Javier Lozano) le harán coro en todos los rincones del restaurante. Qué horror. Para salir corriendo sin dejar propina.
Durante años, el único “éxito” del hijo de un multimillonario ha sido crear fondos perdidos con dinero del padre y de otros empresarios; fondos que se pueden gastar sin retorno. Y así vieron a PRI, PAN y PRD: un nuevo fondo de inversión para cumplir ciertos objetivos, como lo es Mexicanos contra la Corrupción. O como los fondos que se han creado para atacar a Andrés Manuel López Obrador, de los que nadie espera una remuneración económica porque se asumen como perdidos.
Esos empujones no hubieran llevado a nadie a renunciar a la izquierda en el pasado. Esos empujones habrían sido caricias para alguien como, digamos, Ricardo Flores Magón, Rubén Jaramillo, Lucio Cabañas, Heberto Castillo, Rosario Ibarra de Piedra o el mismo López Obrador.
“¿No va a intentar hacer un gesto a la ultraderecha?”, le insiste la reportera del diario español. Xóchitl abre el huipil y ruedan las monedas de oro: “Yo a la ultraderecha le voy a dar certeza jurídica, le voy a dar energía limpia para que hagan negocios. Van a pagar impuestos porque van a hacer más negocios, la libre empresa está clara, no soy una persona que crea que el Estado tenga que tener monopolios”.
Los líderes fascistas se venden como demócratas, acceden al poder usando los andamios de una democracia y luego abandonan ese camino.
Quizás las albercas llenas y el pasto verde se vean lindos; quizás no es tu responsabilidad dar consuelo a la familia de un policía caído; quizás el liberalismo nos inculcó ser individualistas y algo imbéciles.
Si los matamos, si sacamos la pistola humeante para rematarlos, otros detrás de ellos, atentos a su ejemplo, ocuparán su lugar.
Los corruptos suelen ser mentirosos creativos porque de eso depende, de ser muy creativo, que sobrevivan un tiempo hasta que el olvido socialice su nueva fortuna.
Ser de izquierda es actuar de izquierda. El movimiento mexicano de izquierda debe insistir en ello hasta el hartazgo. También debo recordar el peso que tienen los líderes más destacados de la izquierda mexicana con las mayorías. Todo, absolutamente todo lo que digan los precandidatos o los dirigentes tiene importancia porque es un movimiento naciente y hay una base social que escucha y aprende.
Antes de Trump, antes de 2018, hubo quienes advirtieron que entregar tu soberanía energética o alimentaria a tu vecino del norte no era una cosa de risa. Era peligroso, estúpido e irresponsable.
Por eso el Presidente disfrutó tanto que Ken Salazar se diera cuenta que María Amparo Casar y Lorenzo Córdova son alacranes al seno. Disfrutó que fueran a acusar al Embajador, con mentiras y manipulación, a The New York Times.
Echeverría gobernó México con profunda hipocresía. Por fuera se vendía a sí mismo como un “preocupado por los países en desarrollo” y dio asilo a los izquierdistas perseguidos. Adentro fue el autor de varias masacres, entre ellas las de estudiantes y opositores en Tlatelolco, siendo Secretario de Gobernación, y la del Jueves de Corpus ya como Presidente. Genaro Vázquez y Lucio Cabañas fueron asesinados durante su mandato y sus familias perseguidas, torturadas y desaparecidas. Su herencia es el horror y la represión.
La derrota no es el fracaso, necesariamente; puede ser una oportunidad. Pero tratar de traducir una derrota en victoria épica, en una batalla gloriosa, tiene consecuencias.
En 2004, en 2010 y en 2016 ya había operaciones sofisticadas en las redes para atacar a López Obrador. En 2017 y 2018, para fortuna del entonces candidato de izquierda, había una Tatiana Clouthier en activo. Ahora no se ve que ni en Morena ni en el Gobierno federal haya un plan para contener las campañas de lodo que, sin duda, vendrán.