El prólogo de la edición facsimilar de Artes de México nos introduce a las peripecias de la escritura prohibida. En él, Rosario Hiriart dibuja la genialidad desterrada de Lydia Cabrera y los viajes que emprendió el manuscrito de Arere Marekén para poder ser publicado. La edición, que presenta en un primer momento el texto plano y posteriormente el facsimilar del poema pintado, es una muestra del choque de varios mundos.
Por Sara Odalys Méndez
Ciudad de México, 24 de enero (SinEmbargo).- Arere Marekén es un homenaje a Cuba, sus colores y aromas. La autora, Lydia Cabrera, crea este retrato poético no de hechos acontecidos en la isla, sino de la atmósfera y del aire salado que inunda cada calle de La Habana. Como una de las voces poéticas del en los sesenta, Cabrera vivió en Europa y en Estados Unidos, cargando en su equipaje los sabores y ruidos de su hogar. Sus cuentos, poemas y pinturas están inundados por esa nostalgia del lugar donde nació. De este modo, la mezcla del exilio y de la condición de mujer dio como resultado la relación entre ella y Alexandra Exter, artista rusa, para trabajar en un poema glosado por pinturas.
El prólogo de la edición facsimilar de Artes de México nos introduce a las peripecias de la escritura prohibida. En él, Rosario Hiriart dibuja la genialidad desterrada de Lydia Cabrera y los viajes que emprendió el manuscrito de Arere Marekén para poder ser publicado. La edición, que presenta en un primer momento el texto plano y posteriormente el facsimilar del poema pintado, es una muestra del choque de varios mundos. Por un lado, está el Caribe descrito por Cabrera desde la distancia y el dolor; por otro, el desconocimiento de del español por parte de Alexandra Exter ocasionó errores gramaticales y ortográficos muy interesantes en el poema ilustrado, pues ella también se encargó de la caligrafía.
Exter dibujó el Caribe como lo imaginaba y como Lydia Cabrera se lo mostró en la traducción del poema. Al ver los dibujos sería difícil imaginarse que la pintora rusa nunca puso un pie en Cuba. Sin embargo, su fineza en pintar el paisaje de las Antillas cobra sentido al leer el poema: está lleno de ritmos, sabores y paisajes que remiten a Cuba.
El poema cuenta la historia de un rey viejo que está casado con Arere, una mujer joven y hermosa. Él es celoso y por eso cada vez que ella sale a la calle le pide que cante todo el tiempo, pues él tiene su voz atrapada en una piedra y la puede escuchar siempre. Esta imagen va de la mano con el imaginario característico en la obra de Lydia Cabrera, como se puede ver en El monte y Cuentos negros de Cuba. Sus escritos están entremezclados con lo real maravilloso y la religión yoruba.
La joven reina cumple los deseos de su esposo, hasta que en una de sus salidas se encuentra con Hicotea, un hombre fornido y sensual que le declara su amor. Ella comienza a estar con él cada vez que sale al mercado e inventa excusas que le impiden cantar cuando sale. Las escenas eróticas son implícitas y eso dota al texto de mayor sensualidad, pues es suficiente con las descripciones del ambiente y el canto de ella para evocar la sexualidad en la que vive.
La exuberancia expuesta en el poema también permea a las pinturas. La vanguardia característica de Alexandra Exter es el complemento perfecto. No representa las figuras de los personajes, sino que sumerge al espectador en un mundo submarino lleno de frutas, colores, explosiones, animales y movimientos. Esta forma de ver la vida caribeña es una de las representaciones más acertadas ya que retrata la identidad cubana desde el desconocimiento teórico, pero desde la comprensión espiritual.
Finalmente, Arere y Hicotea son descubiertos por el rey, quien decide matar a palos al amante. Sin embargo, él renace gracias al amor que tiene por la reina. Esta imagen final, glosada con una pintura de flores siendo agitadas por el viento, es el puente que une la propia vida de Lydia Cabrera y a Arere. El poema, tras ser extraviado en varios países, logró renacer de la ejecución de la dictadura. Lydia Cabrera, gracias a su amor por Cuba, se ha mantenido viva en nuestros libreros, su canto lo seguimos escuchando en la arena del Caribe y en las piedras del malecón.