Guadalupe Correa-Cabrera
16/11/2020 - 12:03 am
El Oso y el Puercoespín en la Era de Joe Biden
Lo que sí pudo haber pasado en la era de Trump es que en un periodo de hibernación el Oso ignoró en cierto modo al Puercoespín.
Al día de hoy, el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador no ha reconocido el triunfo de Joe Biden en las elecciones presidenciales del pasado 3 de noviembre en la Unión Americana, explicando que espera aún el resultado oficial de dicho proceso. El presidente de México actúa con cautela y podría tener la razón. El conflicto postelectoral en Estados Unidos continúa, y él prefiere ceñirse a los principios de no intervención y a la Doctrina Estrada, por así convenir a los intereses del país que representa. Considerando la posición que ocupa México en el contexto geopolítico y al hecho de que Donald Trump es aún presidente de Estados Unidos—y lo será por lo menos hasta el 20 de enero del próximo año—su decisión es de gran significado y peso.
Aunque todo parece indicar que no existe marcha atrás en los resultados del proceso electoral estadounidense, el presidente mexicano, como todo un estadista que comprende bastante bien el papel de su país en el tablero mundial, decide esperar los tiempos formales para proteger a México de los posibles embates del aún ocupante de la Casa Blanca—un hombre inestable y aún muy poderoso. Muchos actores políticos, comentócratas y otras personalidades en la esfera pública han criticado la decisión del presidente mexicano con gran ahínco. Timoratos—y algunos quizás manifestando un cierto complejo de inferioridad ante los vecinos poderosos—no desean hacer enojar al nuevo presidente-electo de Estados Unidos (según todos los conteos formales a la fecha). Felicitan a Joe Biden y a Kamala Harris por su triunfo en nombre de todos los mexicanos y celebran una nueva era feliz en las relaciones México-Estados Unidos. Además, temerosos de contravenir los intereses de las nuevas cabezas del gobierno del vecino país, se muestran preocupados por el desaire que el inquilino de Palacio Nacional hace al futuro presidente del vecino país del norte.
Es interesante leer los comentarios de todos estos individuos, aterrados y simplemente preocupados por el futuro de las relaciones entre México y Estados Unidos, recordando además el otro desaire que hizo el presidente mexicano a los demócratas en su visita a Washington en julio de este año. Piensan que el nuevo inquilino de la Casa Blanca y su gabinete estarán molestos, y eso le hará un gran daño a México. Tienen temor de la posible reacción de Biden y su equipo, y hubieran preferido—como lo hicieron otros mandatarios a quienes sí apoyaban—una actitud sumisa y servil desde el inicio, y no hacer enojar a quienes, como siempre, han llevado y llevarán la batuta en la relación bilateral. No los culpo, tienen miedo.
Estos individuos, invadidos por la preocupación y los prejuicios quizás, comparan a Andrés Manuel López Obrador y a Donald Trump y les llaman populistas y autoritarios; además, los consideran amigos. Están felices de que ahora el presidente mexicano ya no tendrá a su amigo supremacista en la Casa Blanca, pues ahora sí un presidente bueno, previsible y con un equipo más profesional se encargará de poner en cintura a AMLO. Para ellos, es momento de celebrar y hasta quizás de poner una veladora al honorable ganador de las elecciones de noviembre. Ya todo volverá a la normalidad y Andrés Manuel aprenderá la lección; “ya no la tendrá tan fácil con Joe Biden.”
Pues aquellos que piensan así, parece que no entienden bien las dinámicas de la relación México-Estados Unidos ni la gran desventaja con la que siempre opera nuestro país con sus contrapartes. Su corta memoria y quizás limitado conocimiento sobre historia y geopolítica les hace perder la dimensión de lo verdaderamente importante. Estados Unidos (representado por Barack Obama, Joe Biden, Ronald Reagan, Donald Trump o cualquier otro presidente) no es un país amigo. Estados Unidos no tiene amigos, sino intereses. México siempre será el débil de la relación y quien estará ceñido a los designios del vecino país del norte.
Sin embargo, la importancia geopolítica de México no es despreciable. Bien lo ilustraba Jeffrey Davidow—ex-embajador de Estados Unidos en México durante los años 1998-2002—en su icónico libro El Oso y el Puercoespín escrito en 2003. Estados Unidos, según este relato, se asemeja a un Oso grande, fuerte y poderoso, pero lento y que a veces ignora la presencia de su vecino el Puercoespín (o sea México) quien es mucho más chico—pero espinoso. El Oso podría pisar, aplastar y matar al Puercoespín cuando así lo desee, pero en este proceso puede espinarse y eso le haría daño (podría sangrar). Nadie quiere salir espinado ni sangrado; entonces el Oso decide convivir con el Puercoespín en paz, pero siempre en dominio total de la situación—por su condición de Oso.
La fuerza del Puercoespín, según entiendo, está en sus espinitas, las cuales detienen al Oso y le salvan la vida. México es un país espinoso; comparte con Estados Unidos un territorio estratégico de grandísima importancia para su vecino: una frontera de más de 3,100 kilómetros que le sirve de escudo a este último en un mundo que ahora parece ser multipolar. En una ocasión, el diplomático, periodista y político mexicano Adolfo Aguilar Zínser (Q.E.P.D), nos dijo en una de esas tertulias que organizábamos en Nueva York en mis tiempos de estudiante de doctorado que “el gobierno de este entonces [el de Fox] no entendía la importancia que la posición geográfica de México representaba para Estados Unidos; es decir, no entendía que en la relación bilateral también nuestro país tenía un cierto poder relativo”. Él nos dijo en esa ocasión que no obstante la relación de desigualdad que mantenía México con su vecino del norte, nuestros gobernantes debían entender la importancia estratégica de nuestro país y negociar beneficios, no doblegarse a la primera. México no debía aceptar ser “el patio trasero de Estados Unidos”. Nunca voy a olvidar sus palabras. Yo acababa de leer el Oso y el Puercoespín de Davidow; y sigo creyendo que Aguilar Zínser tenía toda la razón.
Muchos de los políticos mexicanos no entienden el papel de México y por complejos de inferioridad o por así convenir a sus intereses personales optan por la sumisión y el servilismo; lo dan todo a Estados Unidos, sin pedir nada a cambio. Pienso en los casos de Vicente Fox, Felipe Calderón, Genaro García Luna, Salvador Cienfuegos, Enrique Peña Nieto, entre muchos otros, quienes decidieron vender al país y a sus recursos, y pelear una guerra de la mano de Estados Unidos que no era suya y que nos bañó y nos sigue bañando de sangre. No obstante la actitud servil y rastrera de nuestros gobernantes, Estados Unidos opta al final por defender sus intereses nacionales, mantener la ley y el orden, y desprecia la lealtad de quienes fueron sus mejores empleados. Como decíamos, Estados Unidos no tiene amigos, sino intereses; si no lo creen, hay que preguntarles a los dos ex servidores públicos arrestados en la Unión Americana y que ahora esperan su juicio en Nueva York.
Ahora bien, ¿qué le espera a México en su relación con Estados Unidos en la Era Biden? ¿Se enojará el nuevo presidente estadounidense y le hará el feo a nuestro país y a nuestro presidente? En mi opinión, los estadounidenses son mucho más inteligentes que eso. Y como se reporta en medios recientemente, es muy probable que se reencauce la relación, se limen asperezas rápidamente, y que para ello se forme, de ser necesario, “un equipo de control de daños”. Aunque no será una luna de miel, será muy probablemente una relación funcional y como lo ha sido siempre, desigual y siempre cargada hacia los intereses de Estados Unidos.
Por otro lado, para los que pronostican una era dorada en la relación México-Estados Unidos con Biden (después de la era obscura de Donald Trump), podrían quedarse esperando. Quienes mantienen sus grandes esperanzas en el nuevo ocupante de la Casa Blanca, deben recordar que Estados Unidos es un imperio, que opera de acuerdo a sus intereses. También vale la pena recordar la Iniciativa Mérida, el Plan Frontera Sur, el papel de la DEA en nuestro país, la anexión de Texas, el Tratado de Guadalupe-Hidalgo y todas las intervenciones de Estados Unidos en México.
Nuestros inseguros compatriotas que temen la embestida de Joe Biden y su gobierno ante el desdén de AMLO no entienden que el nuevo presidente estadounidense ya tiene planes para México y que necesita de nuestro país para conservar su hegemonía en el hemisferio. Tampoco entienden que Biden no va a abrir la frontera a todos los migrantes de Centroamérica, México y otras partes del mundo. Al igual que Trump, el gobierno de Biden va a ejercer una fuerte presión sobre México para que controle los flujos migratorios provenientes del sur y para que brinde asilo (con ayuda de ACNUR) a los que no entrarán a Estados Unidos—que serán bastantes. No obstante los promotores de las fronteras abiertas (o las sociedades abiertas) que apoyaron la campaña de Biden y formarán parte de su gobierno, los controles migratorios y el manejo de fronteras continuarán siendo una de las piedras angulares de la relación bilateral. Lo que sí es que Estados Unidos centrará su imperialismo también en otros frentes.
Lo que podría ser el futuro de la relación entre México y Estados Unidos en la era de Biden parece ilustrarse bien en una columna de Jeffrey Davidow [sí, el mismo que escribió el Oso y el Puercoespín] en el diario Reforma del pasado 7 de noviembre titulada “La Luna de Miel con AMLO llega a su Fin”. En esta interesante columna, quien fuera embajador de Estados Unidos en México, tanto con Bill Clinton como con George W. Bush, parece darnos un avance de lo será la relación bilateral una vez terminada la era de Trump.
Tengo varios problemas con la columna, y el primero tiene que ver con la idea misma de una supuesta “luna de miel”. Pienso que con Trump, México no vivió ninguna luna de miel, sino todo lo contrario. Yo más bien la vería como un matrimonio arreglado entre dos personas de distintas clases sociales en el que una es un abusador consuetudinario y la otra es simplemente un pragmático sobreviviente. Con Trump, México firmó un tratado comercial que le fue benéfico a Estados Unidos y le quitó competitividad a nuestro país. Además, Estados Unidos impuso a nuestro país el programa “Quédate en México” (formalmente llamado Protocolos de Protección a Migrantes) y el manejo de la migración irregular sin los recursos que un esquema de Tercer País Seguro conlleva. Y por si fuera poco, se mantuvieron todos los elementos de una relación desigual como es la que siempre ha existido entre Estados Unidos y México.
Lo que sí pudo haber pasado en la era de Trump es que en un periodo de hibernación el Oso ignoró en cierto modo al Puercoespín. Pero según lo que escribe Davidow en su columna del Reforma, el Oso parece haber despertado de nuevo. Según Davidow, «hasta ahora, AMLO no ha tenido mucha presión por parte de un Trump introspectivo.” Y en un tono, un tanto prepotente, nos dice que “A partir de ahora, México comenzará a sentir una presión que muchos de sus ciudadanos agradecerán, pero que forzará a AMLO a enfrentar retos más complejos de los que probablemente espera”.
No entiendo bien cómo Davidow, en su calidad de diplomático y ciudadano estadounidense, sabe bien lo que necesitamos o agradeceremos los mexicanos, pero independientemente de ello, vale la pena considerar los siguiente: El ex embajador asegura que “El presidente Joe Biden llegará a la Casa Blanca con diferentes preocupaciones … como el respeto por los derechos humanos, …, la preocupación real por el medio ambiente y las políticas humanitarias para la migración”. También nos dice que “en el frente económico, hay indicios de que el nuevo tratado de libre comercio promoverá más desafíos por parte de Estados Unidos en temas de derechos laborales, medio ambiente y energía”.
El texto de Jeffrey Davidow es una joya porque nos revela cómo podría ejercer su imperialismo la nueva administración progresista de Joe Biden y Kamala Harris—apoyada, por su puesto, por los intereses globalistas. En el centro de la agenda bilateral estarían los derechos humanos, la ideología de género, las políticas medioambientales y las políticas humanitarias de una visión renovada de “Quédate en México”. Es importante leer este texto. Recordemos además que Davidow trabajó para Bush y para Clinton. Los Bush apoyaron a Biden y el grupo que los representa, muy probablemente ayudará a gobernar al nuevo presidente y a los intereses globales que están detrás de él.
En este nuevo contexto veremos cómo manejan AMLO y su gabinete la “nueva” relación con Estados Unidos y cómo responde a las exigencias de una nueva administración que parece que utilizará, al mismo tiempo, el poder blando del discurso progresista y los derechos humanos, y un puño de hierro (siempre característico de los belicistas). Ojalá que nuestro presidente comprenda la importancia estratégica de México, y se resista a convertirnos (como en otras administraciones) en “un patio trasero”.
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