En sus libros, Roger Vilar, (Holguín, Cuba, 1968. Naturalizado mexicano) entremezcla aspectos de la teología, la historia o el psiconálisis, con elementos propios de los géneros especulativos, principalmente de la novela negra y del fantástico, para entregar a los lectores historias sombrías, con fuerte inclinación a la lujuria, lo demencial y la violencia.
Por Javier Moro Hernández y Jonás «Eveready» Domínguez
Ciudad de México, 11 de marzo (SinEmbargo).- A este entrecruzamiento de géneros, Roger Vilar lo define como un «Melting Pot literario». Basta un ejemplo: «mi primera novela, Habitantes de la noche, podría clasificarse como ‘realista’, en el sentido de que lo que ahí narro tiene como base algo que realmente pasó. De manera que uno de los elementos que utiliza es el periodismo. «Incluso intercalo algunas crónicas y reportajes -uno de ellos sobre unos secuestradores capturados en Chalco-. Sin embargo, el tratamiento de las atmósferas, de los ambientes, es propio del género negro, del género de terror, y un poco también del gótico. Mi escritura trata de generar suspense con estas técnicas», explica.
Aunque su isla natal apenas es escenario en un par de cuentos, su novela Una oscura pasión por mamá es prácticamente una oda freudiana de amor-odio a La Habana. Esta novela, cuenta el autor, tiene como detonante «una época convulsa» en su vida, cuando ya residía en México (entre 1998 a 2000), en la que se desempeñó como reportero de nota roja en los diarios Metro y Reforma. «Veía violencia todos los días y eso me provocó una serie de pesadillas muy violentas que transcribí en un cuaderno. En esas pesadillas, curiosamente, se mezclaba el mundo mexicano con el cubano. Este cuaderno es un punto de arranque. El otro detonante responde a mi deseo de dejar algún testimonio de lo que yo considero la catástrofe imparable de la nación cubana, provocada por más de medio siglo de dictadura».
Aclara que «el personaje, un exiliado», deambula por esa ciudad abandonada «en busca de un viejo amor, que tampoco es real, porque es algo que se ha inventado en su imaginación a partir de varias mujeres y parejas que él tuvo en el pasado, eso es curioso». Si la novela está construida mediante una relación edípica se debe a que «la madre funciona como un símbolo del país natal, porque al país natal lo amas y lo odias», dice. La madre además es representada en diferentes momentos ya sea como una vieja o una adolescente o una bruja «y además el personaje tiene que hacer el viaje inverso al nacimiento, es decir, entrar en su madre para poder llegar al lugar en donde se encuentra su nombre, entonces es una búsqueda de identidad. Tal vez hay partes de la novela que hablan justo de liberación, pero también de la búsqueda de una relación más pacífica con la madre».
A muy temprana edad Vilar publicó tres libros de cuentos en su país de origen: «Yo tenía menos de veinte años cuando publiqué dos pequeños libros en Cuba. El primero se llamó Corceles en la pradera (1986) y el segundo Aguas de la noche (1988). Ambos contenían narraciones de corte fantástico, género que he cultivado a lo largo de mi vida como escritor. Se publicaron porque ganaron premios locales de literatura, el primero, en la ciudad de donde soy oriundo, Holguín, y el segundo un premio un poco más importante, el de toda la provincia -que además de la ciudad de Holguín incluye varios municipios, no recuerdo bien, pero quizás más de diez-. De estos libros sólo rescataría hoy dos breves cuentos. Son parte de mi pasado literario. Mi escritura actual se ha despegado mucho de aquel momento inicial», asegura. Además publicó La noche del reportero (2014), conformado por tres relatos de género negro que ocurren en México, «este libro sí lo considero parte de mi obra ya en pleno desarrollo», afirma.
—¿Qué diferencias encuentras al publicar en México y Cuba?
—Son mundos editoriales totalmente diferentes. Cada uno tiene sus pros y sus contras. Lo positivo del mundo editorial cubano es que no hay auto edición ni está condicionado por el libre mercado, por lo tanto el libro que sale al público ya ha pasado por varios filtros, generalmente escritores con experiencia, capacitados para decir si un libro es bueno o no. Lo negativo del mundo editorial cubano es que, como el país está regido por una dictadura unipartidista, aquellos textos que atenten contra algún miembro de la familia Castro, o sus ideas, simplemente no se publican. En el pasado, incluso, hubo escritores presos por publicar estos textos en editoriales extranjeras. En el presente, debo admitir que esta situación se ha flexibilizado bastante. Al mundo editorial mexicano lo dividiría en dos partes. Una, el de las grandes editoriales transnacionales, donde lo que se publica es lo que manda el libre mercado, o sea, no importa tanto si el libro es bueno, lo que importa es que venga de un escritor que venda mucho, o de un tema de moda. Esto no implica que todos los libros sean malos, Misery, de Stephen King es un best-seller, pero también una gran novela. Las cincuentas sombras de Grey es otro best-seller pero es una pésima novela. La segunda parte del mundo editorial mexicano son las llamadas editoriales independientes, hay muchas. Algunas publican buenos libros, otras libros realmente malos. Algunas financian el libro, en otras el autor pone el dinero. Algunas editoriales independientes sólo quieren el dinero así que si viene algún fulano con un bodrio de novela pero con dinero en mano, se la publican. Y eso está muy mal. En fin, lo único que nos puede dar criterio para comprar un buen libro, es nuestra propia formación como lectores, que nos permitiría elegir entre un mal libro y un buen libro.
En México, Vilar ha publicado las novelas Habitantes de la noche y Una oscura pasión por mamá (Editorial De Otro Tipo: 2014 y 2016, respectivamente) además de Agustina y los gatos (Abismos, 2014), así como dos volúmenes de cuentos: Brujas y Sobre la realidad de los dragones (Sediento Ediciones: 2013 y 2015, respectivamente). El más reciente es Reino de dragones (Ediciones Periféricas, 2017), su primera incursión en la literatura infantil y juvenil.
—En Reino de dragones retomaste una figura mítica que forma parte de tu imaginario narrativo, ¿qué te ha llevado a convertirte en una especie de recolector de historias de dragones?
—Mis lecturas infantiles y adolescentes estuvieron relacionadas con los dragones: en El Cantar de los nibelungos aparece un dragón al que el héroe Sigfrido se enfrenta y, creo recordar, vence. También Beowulf, al final de sus días, enfrenta a un dragón. El mago ‘Merlín’, figura mítica que seguramente engendró al mago Gandalf, también interviene en una lucha entre dragones. En el Apocalipsis, de la Biblia, también aparece como Drako Magnus Rufus, el Gran Dragón Rojo, y aquí tiene otro significado: es Lucifer, Satán, o, en todo caso, el líder de los ángeles rebeldes a los que enfrenta y vence el Arcángel Miguel, comandante de los ejércitos celestiales. El Drako Magnus Rufus, es quizás, «el primer rebelde de la historia» (occidental), el primero en cuestionar un poder absoluto, y como a mi no me gustan los poderes absolutos por eso me simpatiza el Gran Dragón Rojo, en su simbolismo rebelde, más no en el otro que le han dado algunas sectas satánicas, como instigador del mal, el asesinato, la tortura, y otras miserias que pasan por la mente de los humanos.
—En dos novelas tuyas, y algunos cuentos, los personajes son reporteros. Dentro de la ficción de Habitantes de la noche, un reportero de nota roja se atreve a «crear la realidad». Algo similar a ‘el exiliado’ de tu siguiente novela, un escritor que ha perdido su identidad…
—En realidad la identidad, la historia y la madre es lo que el escritor está escribiendo, el monstruo que busca y que tiene su nombre es el mismo en su faceta de escritor, lo que en realidad se destruye es la escritura, en cierto sentido es una novela sobre el proceso de la escritura y cómo habitas el mundo que creas al momento de estar escribiendo, a pesar de que al mismo tiempo, no lo habitas, porque tu vida real siempre quedará fuera, pero de alguna manera la construcción de ese mundo lo has hecho tú al escribir. En el personaje de Elenor, por ejemplo, se puede ver parte del proceso creativo, porque podemos ver justo como él la va construyendo y como está consciente de que ella no existe, él mismo decide construirla a partir de retazos de recuerdos de otras mujeres.
—Y sin embargo, la creación no parece ser el tema más relevante en tus novelas, sino la redención de los personajes…
—Empezaría por decirte que tengo muchos conocimientos teológicos porque a los 18 años me había propuesto ingresar a la Orden de Predicadores, más conocidos como dominicos, u Orden de Santo Domingo, y en ese sentido recibí muchos cursos de iniciación teológica. Pero nunca pasé de ser postulante, porque me di cuenta de que para mi el celibato era un imposible y un absurdo, no pasaba un día en que por lo menos tuviera fantasías eróticas por lo menos con tres mujeres diferentes, sobre todo si eran mulatas, que son el sex symbol en Cuba. Respecto a Habitantes…, hay muchas sutilezas de corte teológico. Mario Ribalta, el reportero, es un símbolo de Lucifer, por dos cosas: 1) Busca suplantar a Dios en el sentido de que intenta crear la realidad a su modo y voluntad, manipulando al escritor demente para que cometa los asesinatos; y 2) Los primeros diálogos de Ribalta con el escritor demente Joseph Alda, son un palimpsesto del pasaje del Evangelio de San Mateo, donde Lucifer tienta a Jesucristo. ¿Y con que lo tienta? Le ofrece la gloria terrenal, entre otras cosas, y Ribalta hace lo mismo: le ofrece la gloria y la fama a Alda a cambio de que lo obedezca y se convierta en un asesino.
—Justo este desafío o engaño externo, o por algo inmanente a ellos mismos, la mayoría de tus personajes, tanto en los cuentos como en las novelas, sufren una especie de desdoblamiento…
—Uhmmmm…. Y sí, muchas veces mis personajes tienen una doble personalidad. Por ejemplo, en Una oscura pasión por mamá, la madre aparece de varias maneras: deformada, distinta, juega diferentes papeles. Creo que ese desdoblamiento, o doble personalidad, proviene de mi propia personalidad. Por ejemplo, puedo ser muy pragmático, audaz, y muy comunicativo a la hora de practicar el periodismo pero a la vez suelo tener periodos de retraimiento y encierro en mí mismo. Sigo siendo Católico Romano pero defiendo a capa y espada los derechos individuales y soy contrario a cualquier poder absoluto. En fin, serían muchos los ejemplos en los que adopto una posición dual, o un poco contradictoria en sí misma. Mi mayor dualidad es mi doble nacionalidad: cubano y mexicano, y en ese sentido me siento enteramente cubano y enteramente mexicano.
—Regresando a Cuba, la atmósfera de Una oscura pasión por mamá es una especie de pesadilla, en la que prevalece el miedo y la angustia, en medio de un ambiente de violencia extraña que nos acerca a un Apocalipsis tropical…
—Es una Habana exacerbada, hiperbolizada al máximo, porque es una ciudad apenas habitada, en donde los humanos han degenerado en una especie de simios o de gente que se esconde, en este sentido es más una novela sobre la identidad que sobre la crisis económica de Cuba en los noventa, sin embargo no se trata de una novela realista, porque sobre este periodo se han publicado muchas novelas y libros (Pedro Juan Gutiérrez tal vez sea el escritor más famoso), pero esta novela no tiene esas características, lo que hago es un viaje interior y simbólico, es una novela que plantea retos al lector, es una novela de metaliteratura, es una novela de cajas chinas, en la que, por supuesto, hay ambiente apocalíptico, sobre la destrucción de la Cuba que a mí me tocó vivir, que es una etapa de ruinas, de hambre, pero estas ideas se complementan porque en momentos de crisis buscamos nuestra identidad.
—Mencionas ciertas fantasías eróticas en tu época de postulante; en la mayoría de tus invenciones hay una intensa carga erótica, no pocas veces marcada por la violencia…
—El motor de toda mi escritura es el placer, el placer que experimento narrando algo. En ese sentido, narrar las escenas eróticas tiene que ver con el placer de escribirlas, y por otra parte, yo busco el lado sombrío, o aterrador, que puede tener el erotismo.
—Si uno piensa en un erotismo sombrío inmediatamente aparece la figura de la bruja o la hechicera, personajes mágicos que también has explorado. ¿Por qué te interesa este tema?
—Es un tema familiar. Mi familia por parte de madre emigró de Islas Canarias (España) a Cuba. Estos isleños tenían gran fama de hechiceros. Incluso, se dice que algunos de mis antepasados llegaron a practicar estos rituales. A mí todo ello sólo llegó en forma de tradición oral a través de mi abuelo Emiliano Fernández, pero obviamente despertó la curiosidad del niño que yo era. El primer cuento que escribí en mi vida trataba sobre una bruja. Después en mi vida adulta he investigado bastante sobre el tema. Hay un libro fundamental para entender la brujería occidental: el Malleus Maleficarum (Martillo de las Brujas) escrito por dos inquisidores, frailes dominicos, en el Siglo XV, para quienes lo demoniaco es fundamental. De este libro he sacado mucha información. Así también de algunos libros medievales y renacentistas llamados «grimorios» y que contienen algunos rituales de tipo mágico. He leído a académicos, estudiosos del tema, etnógrafos, historiadores de las religiones, que abordan la brujería como un fenómeno más bien cultural.
—¿Y qué crees que la brujería dice de sociedades como la mexicana o la cubana?
—En cuanto a la hechicería de origen yoruba que abordo en uno de mis cuentos, es algo inherente, uno de los elementos que constituyen la idiosincracia cubana, formada a partir del mestizaje de españoles y africanos; aunque hay que tener en cuenta que lo que llaman la «brujería» o «santería» de los afrocubanos, en realidad es un aspecto de la religión politeísta yoruba, trasladada a Cuba por los esclavos procedentes de la actual Nigeria, entre otros países. Consiste en oráculos y sacrificios de animales a ciertos dioses, como en su tiempo también lo hicieron los griegos o los romanos. La figura de Lucifer o Satán no existe en la religión Yoruba. De ella tengo conocimientos por dos vías: personal, pues he conocido a personas que la practican, o a través de libros hechos por antropólogos y etnógrafos. Entre ellos creo que el más importante es El Monte, de Lydia Cabrera.
Recientemente me he estado adentrando en el mundo del chamanismo mesoamericano, en algunas creencias religiosas, sobre todo en lo que los especialistas como López Austin llaman los hombres-dioses. Quetzalcóatl, al parecer, fue el más importante de ellos. Sobre él ya escribí un cuento que viene dentro del libro Reino de dragones y tengo proyectado escribir más, pero tardará, porque me falta mucho por investigar.
—Finalmente, al ficcionalizar, ¿te interesa la proyección de lo oscuro (el mal) o su delimitación ética?
—Ninguna de las dos. Yo no utilizo mis creencias para escribir. Mi intención es fabular con el personaje de Lucifer, una figura creada por los inquisidores en la Edad Media, el cual, para mí es mitológico y surge de la simbiosis de algunas tradiciones hebreas con dioses paganos europeos como Pan, los sátiros, los príapos o Baco (de ahí los cuernos, las patas de cabra y la tendencia lujuriosa de los demonios). En cuanto a Dios, en lo personal sí creo en su existencia real, pero es imposible de definir para el ser humano. Quizás el que más se aproximó fue San Agustín cuando dijo: busqué a Dios en muchas partes y solo le vine a hallar dentro de mí. O sea, Dios sería un especie de misterio que nos habita. En cuanto a la moral hay que recordar el dogma del libre albedrío, o sea la libertad que da Dios al hombre de elegir entre el mal y el bien, de donde se colige que lo malo o lo bueno que pueda haber en este mundo es obra de los humanos. Sin embargo es bueno puntualizar que en los cuatro evangelios canónicos, Jesús tiene una opción preferencial por los oprimidos, los pobres y los débiles.