Si no hay amor que no haya nada

13/09/2015 - 12:03 am

unnamed

Durante la pasada y nunca olvidada Dictadura Militar en Argentina, una de las tantas cosas que estaban prohibidas (respirar y vivir eran concesiones al uso que podían practicarse aunque no en forma excesiva, el resto, todo el resto era censurable), estaban los conciertos de rock.

Fíjate: a los militantes de izquierda ortodoxos, cómo decirlo mejor: estalinistas –eso- tampoco les gustaban los conciertos de rock.

“Son los reflejos del imperio”, decían. Y tú caminabas por una calle oscura, a solas, y nunca sabías por qué ni cómo pero siempre llegabas a la puerta de un concierto. Abrías grandes tus ojos verdes, si podías dejabas correr una lagrimita y luego te dejaban entrar sin pagar la entrada.

Una vez ibas tan ensimismada que te golpeaste la frente con un poste de luz que se te cruzó en el camino. Toing. El golpe seco y a la vez sonoro en la testa. Pero no te importó.

Allí, donde la gente te pegaba tu sudor, donde gritabas y saltabas con una parsimonia furiosa (sí, la ira será escolástica o no será), te sentías a salvo del mundo. Y nunca entendiste bien por qué, hasta ahora que miras con la sangre corriendo en sentido contrario a las agujas del reloj, las fotografías de Arturo.

El Flama flameante: lo que bulle desde la lente hasta este rincón donde –como pedía Roger Waters- la música te cambia el rumbo del torrente sanguíneo. Y te dan ganas de gritar Eureka, porque al fin lo entiendes.

Allí donde Iggy Pop, esa salamandra brillante muy fea, se hace hermoso, el esbozo del miedo, la tragedia y la muerte, gritan como zombies desde un agujero.

Gritan desaforadamente, pero nunca llegan desde el mar negro y hediondo hasta esta orilla en la que un gnomo con un sombrero hongo toca tres acordes mágicos en la guitarra.

Sí, los cuerpos mojados que te aplastan y te dejan moretones durante unos cuantos días es si lo miras bien un filme de horror donde no te pagan como protagonista: eres un extra del infierno oliendo el perfume que otros te ponen en la piel.

unnamed-2

En la multitud se ha colado un dragón de cara blanca y ojos rojos, muy rojos. Allí, como en un “dónde está Wally” pero peor: amenaza con lanzar grandes bocanadas de fuego y nadie percibe el peligro.

La rubia en el aire.

La acordeonista con flores en la cabeza.

La boca abierta de un gigante llamado Emmanuel.

Esos calzones blancos que asoman desde los pantalones negros.

Un hombre llamado Anthony.

Una mujer.

Una túnica blanca.

La virginal Natalia.

Jimena en trance.

Como una pasajera en trance (todos los caminos conducen a Charly)

El llano rockero en llamas al final.

Porque todo arde y entiendes, al fin, entiendes, que tú podrías ser la mujer que se levanta la camisa y muestra los pechos, enardecida, hacia un horizonte donde lo único que importa es un riff y decirte a ti misma: Ey, respira doble, vive muchos años, nada malo te pasará, los zombies malolientes que te quieren destrozar la mandíbula no llegarán a la orilla, no harán de ti la ceniza del olvido.

Siempre me ha interesado el trabajo de Arturo Lara, Flama para quienes lo queremos, por lo que hay en él de amenazante y perturbador. Es el fotógrafo que capta el peligro de la existencia humana, ese vivir en trato directo con la muerte, pero sobre todo con la muerte cuando se aparece en forma trágica y súbita.

Flama no es el tipo que te dice: la vida es hermosa y tú estás a salvo. Por el contrario, es el que te lleva hasta el infierno, para que veas con tus ojos propios aquello con lo que te deberás enfrentar si quieres sobrevivir con cierta dignidad.

unnamed-1

La vida es tu problema, te dicen sus fotografías. A ver qué haces con estos años que te han sido prestados.

Mi tarea, parece decir el fotógrafo mediante estos cuerpos sonoros, es mostrarte lo que he tenido que pasar para construir el paisaje de la belleza que ahora ves y donde intentas cobijarte.

Entenderás al fin, como dijo un viejo poeta rockero, que aun entre el fuego, en medio del averno, lo único importante es saber que “si no hay amor, que no haya nada”.

Si no hay oscuridad, que no haya luz.

Si no hay deshielo, que no haya flama.

Pero hay.

Mucho Flama.

Y flamea, gracias a Dios.

Mónica Maristain
Es editora, periodista y escritora. Nació en Argentina y desde el 2000 reside en México. Ha escrito para distintos medios nacionales e internacionales, entre ellos la revista Playboy, de la que fue editora en jefe para Latinoamérica. Actualmente es editora de Cultura y Espectáculos en SinEmbargo.mx. Tiene 12 libros publicados.
en Sinembargo al Aire

Opinión

más leídas

más leídas