¿A ti te visita Brad Pitt todos los días y tienes de vecina a Daenerys Targaryen?

31/05/2015 - 12:10 am

“Deja las redes sociales y cómprate una vida”: una de las frases más escuchadas por quienes han decidido erigirse en los paladines de una nueva moral y, por tanto, en fanáticos censores de aquellos que consideran que está mal, que hay que cambiar.

No entienden que a nuevos tiempos, nuevos paradigmas, costumbres otras, sistemas de comunicación que van adaptándose a las herramientas en boga y que merecen en todo caso ser observados con atención, suspendiendo el juicio, para ver de qué se trata precisamente esto de vivir en el siglo XXI.

No hay peor lacra que la emanada por aquellos que no resisten la tentación de subirse a una tarima y señalar al prójimo con el dedo para marcar lo mal que vive, lo mal que hace todo, el otro, el distinto, el de afuera.

Pensaba todo esto mientras iba camino a presentar la novela Lo que Facebook se llevó, de la debutante Alejandra Gómez Macchia, una muchacha sin duda talentosa y cuya ópera prima se construye alrededor del muro y los mensajes de la herramienta creada por Mark Zuckerberg.

La novela, editada por Penguin Random House, es testimonio de un territorio donde las relaciones humanas parecen haber encontrado un camino de ida sin retorno y que sin embargo, no por tecnológico, deja de expresar una pulsión antigua: el deseo de hacer contacto con alguien que está en alguna dimensión extraordinaria, esperando por nosotros, nosotros por ellos.

Los más grandes recordarán la hermosa película que protagonizaron hace ya unos cuantos años la fallecida Anne Bancroft y el actor británico Anthony Hopkins. Se llamó 84 Charing Cross Road y en español llevó el título mucho menos sutil de Nunca te vi, siempre te amé.

Una escritora de Nueva York hace contacto epistolar con un empleado de una librería en Londres. Durante veinte años se escriben cartas que poco a poco expresan lo más íntimo de sus respectivos mundos interiores y construyen un lazo profundo entre dos seres que comienzan a amarse en forma irremediable.

La película fue producida por Mel Brooks como regalo a su mujer, Anne Bancroft, por el 21 aniversario de su matrimonio y aun hoy puede verse con ojos prístinos, tanto que nos hace reflexionar en torno a la espiritualidad, a la verdadera razón ontológica por la que siempre buscamos arrimarnos a alguien que expandirá nuestro universo y nos hará estallar el corazón de alegría.

Nos ayuda a pensar también en eso que tanto ha marcado la filosofía en el sentido de que el sexo en nuestras sociedades modernas constituye en muchos casos un ítem sobrevalorado, tal como lo habían entendido las civilizaciones antiguas como las griegas, para las que las relaciones carnales eran poco más que un deporte higiénico que se practicaba sin tapujos y con fruición, sin que a nadie se le fuera la vida en ello.

También está Contacto, la película de Robert Zemeckis basada en el libro homónimo de Carl Sagan, en donde una jovencísima Jodie Foster, en el papel de la doctora Arroway, traspasaba la frontera del entretenimiento para recrear una historia filosófica que expresara con gran verdad esa ansiedad de nuestra especie: hacer contacto con la grandeza del universo y tener un papel importante en ese vínculo.

En la novela de Alejandra Gómez Macchia las cosas no son ni tan espirituales ni tan filosóficas, pero se desarrollan con un trasfondo donde lo esencial resulta conocido: siempre hay alguien que quiere hacer contacto con otro y todo lo que viene después está originado en ese instinto básico.

A la narradora no le alcanza la pluma para expresar lo que siente. Quiere gritar lo tremendo de una situación en la que el engaño, el autodesprecio  y la brutal indiferencia de su pareja –un hombre adicto a las relaciones por Internet- dibujan un panorama donde la mudez, lo que no se dice, es más revelador que lo que se pronuncia.

En esta historia, como en tantas otras, el Facebook es la forma, no el contenido. Es la herramienta, no el sustento.

Desde que se desató el auge de las redes sociales, comenzaron a crecer las voces en contrario y, por supuesto, con ellas la enunciación del miedo con que los custodios espontáneos de la moral y las buenas costumbres intentaron siempre en todas las edades de la historia humana contener las expresiones del afecto y del intercambio emocional y cultural con “el extraño”.

No te juntes con el otro, no hagas contacto con gente desconocida, no le abras la puerta a nadie, son las máximas indubitables con las que el establishment ha pretendido diseñar un mundo uniforme y moralmente constreñido.

No soy ingenua. No desconozco los despropósitos y los incluso crímenes acontecidos en el marco de la nueva comunicación tecnológica, reflejo de lo que en todo caso acontece más allá de las redes sociales: los malos siempre encuentran un sitio donde sembrar su veneno.

Sin embargo, son muchas más las historias de amor, de reencuentros, de intercambio de opiniones  donde se comparten intereses deportivos, musicales, literarios, un fluido intenso de comunicación entre personas de todas las edades y clases sociales, que dan sustancia al Facebook y al Twitter.

No puede ser tan malo si tantos millones de personas se han volcado con tanto entusiasmo  a ello.

La censura no obstante no para. Ahí está el “buen ser humano” señalando al “malo”, al “otro”, a aquel “que debería hacer lo que yo digo si quiere pertenecer a lo mejor de raza humana”.

Me pregunto, a  los que dicen que los internautas no tienen una vida, ¿los visita Brad Pitt todos los días y tienen de vecina a Daenerys Targaryen? ¿Nos estamos perdiendo una existencia de ensueño por mandar un mensaje a nuestro amigo de La Coruña, preguntándole cómo va su nueva novela?

¿Renunciamos al paraíso en la tierra cada vez que le pedimos por Messenger a nuestra hermana que vive en Buenos Aires su fantástica receta de empanadas? ¿Perdimos al príncipe azul que teóricamente vive al lado de nuestra casa el día que respondimos ese correo luminoso de un viejo amor que nunca nos ha olvidado?

No sé tú, pero yo…bendigo al Facebook, al Twitter, a los dibujos en las cuevas de Altamira, a las latitas de puré de tomate con una soga atada a otra latita de puré de tomate. Todo esto es un “Hola, cómo estás” y siempre ha sido.

Mónica Maristain
Es editora, periodista y escritora. Nació en Argentina y desde el 2000 reside en México. Ha escrito para distintos medios nacionales e internacionales, entre ellos la revista Playboy, de la que fue editora en jefe para Latinoamérica. Actualmente es editora de Cultura y Espectáculos en SinEmbargo.mx. Tiene 12 libros publicados.
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