Cuando Villalobos vende un perro, hay que comprárselo

18/01/2015 - 12:01 am

Desde su irrupción en la literatura contemporánea con la formidable Fiesta en la madriguera, el tapatío Juan Pablo Villalobos ha demostrado ser una voz única y extraordinaria, capaz de convocar mundos propios y expandir así el interés de lectores cansados de tener que conformarse con platillos caseros e insípidos cuando se puede comer caviar todos los días. Y sin aburrirse.

Como Roberto Bolaño, como antes incluso que el autor de Los detectives salvajes, viajando desde Julio Cortázar a W. G. Sebald, con reminiscencias –si me apuran- de Alfred Jarry,  el también autor de Si viviéramos en un lugar normal(todos sus libros son editados por Anagrama) ha ido construyendo –con la arrogancia humilde de los talentosos y seguros de sí, es decir, aquellos que no necesitan padrinos ni amantes entre los jurados de un concurso para acceder a los primeros planos de las letras- un universo tan personal como gozoso.

Y no sólo porque pasa por alto las convenciones literarias en auge, sino porque sus historias y personajes obedecen a una verdad intrínseca: la del autor que quiere contarlas con esmero y pasión, como si fuera un vocero esclavo de algo que está adentro suyo y que por lo mismo no alcanza a comprender cabalmente.

Ahí están el humor delirante y las criaturas ciegas o inermes frente a una realidad que parece estar hecha sólo para los “aptos a”, los competentes, los alfa de un planeta dispuesto a aplastar a los débiles una y otra vez, para dar sustancia a situaciones absurdas que terminan por resultar de lo más normales.

Ahí está, para mí, el gran carozo dulce de las novelas de Juan Pablo: no trafica con noticias de un mundo paralelo, sino que extrae de la realidad más plana ese desborde antinatural por el que sin razón alguna nos llamamos “personas comunes”.

No hay nada de común en vivir como si fuéramos inmortales y al mismo tiempo nacer condenados irremediablemente a la futilidad.

Y en esa rueda estrambótica gira la novelística de Villalobos, un muchacho nacido en 1973 en Guadalajara, quien –por si llegaran a ocupar- es además una finísima persona, tierna, simpática, educada en el decir e impecable en el vestir.

Te vendo un perro es la última joyita de su taller de orfebrería. Y no defrauda. Es quizás la más intelectual de las tres y sin duda la gran novela teatral de Villalobos: una línea – una acción describen las aventuras de Teo, el anciano lector de Teoría estética, de Adorno, asesino frustrado de cucarachas, viejo calentón que todavía tiene algunos cartuchos guardados para dispararlos a algunas de las dos caderonas amigas que se dejen y las que por alguna razón que la novela no explica le prestan atención.

Podría ser también un tratado gastronómico. Aunque este asunto no lo vamos a dejar claro para no romper el enigma que el lector necesita para salir corriendo a la librería a comprar un ejemplar de Te vendo un perro.

Juan Pablo pinta atmósferas entrañables y sus criaturas tienen un aire portugués –entre Pessoa y Tabucchi, ahí se ven, sostiene Maristain- que intenta desmentir sin éxito esa melancolía que nos persigue como un francotirador ciego a diario y a toda hora.

Yo sólo digo: cómprenle el perro a Juan. Que ladra y muerde. Como debe ser.

Mónica Maristain
Es editora, periodista y escritora. Nació en Argentina y desde el 2000 reside en México. Ha escrito para distintos medios nacionales e internacionales, entre ellos la revista Playboy, de la que fue editora en jefe para Latinoamérica. Actualmente es editora de Cultura y Espectáculos en SinEmbargo.mx. Tiene 12 libros publicados.
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