«Quiero aquí celebrar la disposición que ha tenido la Federación Mexicana de Fútbol para ratificar a Miguel Herrera como director técnico de la Selección Nacional». Lo dijo el presidente Enrique Peña Nieto en una comida en Los Pinos con algunos de los jugadores y cuerpo técnico de la selección el miércoles pasado. La declaración puede parecer a simple vista intrascendente, incluso banal, salvo que el Presidente lo dijo antes de que el “Piojo” fuera ratificado. Lo que hizo, en la práctica, fue mandar línea o, suponiendo que efectivamente la decisión estaba previamente tomada, hacer como que mandaba línea. En todo caso no aguantó la tentación de hacer sentir el poder.
El asunto, podemos coincidir, no tiene mayor importancia y en todo caso solo ayudó a que el pintoresco entrenador de la selección nacional amarrara su contrato, pero el acto tiene una carga simbólica enorme: el mensaje es que, en el presidencialismo restaurado, el poder de Peña no tiene límites. El presidente decide lo que quiere, cuando quiere y sobre cualquier tema. “Para eso es presidente”, dirían los nostálgicos del poder omnímodo y unipersonal que marcó el siglo XX mexicano.
El PRI entendió que el acceso al poder debe ser democrático. En el año 2000 entregó pacíficamente la presidencia tras perder la elección y se preparó durante doce años para volver a ella. Lo que no está en el esquema mental priista es que el ejercicio de poder deba o pueda ser democrático. El mando lineal, la estructuración del poder a partir de una sola gran figura que, para bien o para mal, decide absolutamente todo, genera una sensación de eficacia gubernamental y, por supuesto, de superioridad de la figura presidencial.
Los símbolos externos del poder, que se desvanecieron con Ernesto Zedillo y Vicente Fox, y reaparecieron tenuemente con Felipe Calderón, se han reinstaurado en todo su esplendor en la presidencia de Peña. Si el presidente atraviesa una ciudad no hay manera de no darse cuenta, pues el convoy de 30 o 40 vehículos, entre los que van ambulancias, militares y policía federal, cierran las calles y provocan un embotellamiento en un kilómetro a la redonda. El día comienza comienza cuando se le levanta el presidente, la gente llega cuando dice el presidente y come cuando diga el presidente.
No es una tema de la persona, no es Enrique Peña Nieto: la presidencia es un aparato de Estado, omnipotente y arrollador; el presidente es una puesta en escena del poder. Para que el poder se actualice en la figura presidencial tiene que mostrarlo, hacerlo sentir, ejercerlo. Igual da si se trata de una gran reforma estructural, de decidir quién dirige el sindicato de maestros, quién gobierna en Michoacán o si nadie debe comer en su presencia.
¿Qué horas son? Las que usted diga señor presidente; ¿quién debe dirigir a la selección? Quien usted diga señor presidente.