A como van las cosas no nos extrañe que el próximo lunes en todos los avisos clasificados del mundo leamos algo similar a: Olimpiada busca sede. Requisitos: chequera ilimitada, ganas de perder dinero, capacidad de gestionar más de diez mil páginas de cuadernos de cargos en dos años y aguantar la prepotencia del Comité Olímpico Internacional. Urge. Trato directo. Informes con Dilma Rousseff.
La verdadera tragedia de Brasil y el problema de Dilma comienzan el lunes, cuando además de tener que explicar el gasto excesivo de un Mundial exorbitantemente caro, lleno de decisiones absurdas (como construir estadios donde no hay equipos de futbol de primera división), una corrupción sorprendente aún para los mexicanos y no ganar la copa, tiene que comenzar a gestionar presupuesto para realizar las Olimpiadas de Río de Janeiro 2016.
Los juegos Panamericanos más caros de la historia fueron los de Río en 2007. Brasil gastó mil 400 millones de dólares, el doble de lo que invirtió Guadalajara en 2011 (que no se puede decir que haya sido poco) y no hicieron Villa Panamericana (nunca lograron ponerse de acuerdo y terminaron rentando un fraccionamiento recién construido en las afueras de la ciudad, a dos horas del estadio de atletismo). La excusa fue que estaban construyendo sedes que fueran utilizables para la Olimpiada de 2016. Con todo y ese “avance” hoy Río de Janeiro es la sede más atrasada en la historia olímpica a dos años de la inauguración. A estas alturas del partido Atenas, que ya era un desastre, llevaba 40 por ciento de avance; Londres, que era un ejemplo, llevaba 60 por ciento. Río lleva solo diez por ciento. Esto es, lo que hicieron para Panamericanos sirvió de poco o nada, pues efectivamente una Olimpiada es otra cosa.
Cuando Londres se lanzó a la aventura olímpica calculó un gasto de cerca de 5 mil millones de dólares. Terminaron gastado 21 mil millones, de los cuales cerca de dos mil fueron solo para temas de seguridad. Este gasto no incluye, por supuesto, las adecuaciones al sistema de transporte que se hicieron aprovechando la ocasión y que representaron otros 20 mil millones de dólares. Sobra decir que esta inversión no tuvo un retorno que haya beneficiado a los londinenses, o si se prefiere, ese dinero invertido en otras cosas habría sido mucho más productivo. Lo que da la organización de unos juegos olímpicos es marca de ciudad, posicionamiento global, algo sin embrago difícil de medir y fácil de perder. Los 17 mil millones de dólares invertidos en el Mundial de futbol, por ejemplo, no le dejó a Brasil una mejor imagen como país, al contrario, surgieron un montón de dudas sobre el modelo de desarrollo de uno de los países más exitosos de los últimos años. Valga una observación: en las tribunas de los estadios lo único evidente fue el racismo galopante y la desigualdad; había más negros en la tribuna del Maracaná en 1950 que en el estadio de Mineirao el martes pasado.
En medio de una elección presidencial, acusaciones de corrupción, decepción nacional y dudas sobre la capacidad de Brasil para enfrentar el reto, la posibilidad de que la Olimpiada 2016 busque sede es absolutamente real. ¿Quién se puede echar el tiro de organizar unos Juegos Olímpicos en dos años: Boston, Berlín, Londres otra vez?
Parafraseando al gran Eliseo Alberto, la crisis, como la eternidad, también comienza un lunes.