Crear al sub Marcos fue la decisión más inteligente del zapatismo en su origen; desaparecerlo lo es aún más. «Matar» a Marcos, la botarga revolucionaria, es una muestra de madurez de un movimiento que nos ha costado trabajo leer desde los códigos urbanos y de la política tradicional, pero que cada día da más muestras de tener muy claro a dónde va y que no tiene prisa.
Marcos es el personaje que crearon los indígenas para que el mundo occidental los voltear a ver, pero sobre todo, se encantara con ellos. El movimiento zapatista no sería lo que es si no fuera por ese personaje mezcla de Che Guevara con Pedro Infante; poeta revolucionario y cómico de arrabal; cínico como político y profundo como viejo de pueblo. Que conquistó a los medios mexicanos y extranjeros, a lo intelectuales y universitarios, a líderes políticos y sociales que hicieron que La Realidad, Chiapas existiera en el mapamundi y que la realidad de Chiapas se conociera en el último rincón de Italia.
Si lo ponemos en la balanza, podemos decir que, veinte años después, el resultado de este invento es sin duda positivo. Por supuesto que el personaje Marcos no estuvo exento de contradicciones y sangronerías y se equivocó más de una vez («herrar es humano, dijo el herrero», apunta Marcos con gran humor en su comunicado de despedida). Pero, haiga sido como haiga sido, para citar a otro clásico, Marcos es la apuesta de política simbólica más inteligente y exitosa de los últimos años en México (el Chupacabras fue un buen intento, pero estuvo lejos de ser trascendente).
Nunca entendí por qué los zapatistas aceptaron ir a las conversaciones en la catedral en 1994, para luego ir a una consulta y que más de 90 por ciento de sus bases votaran en contra de los que habían acordado su líderes. Veinte años después la versión de Marcos, en su despedida pareciera apuntar a que la apuesta nunca fue arreglarse con el gobierno sino arreglarse con su propio futuro. Quizá es una versión acomodada de la historia, pero está claro en todo caso que el zapatismo no ha estado exento de contradicciones y que Marcos fue el arma simbólica con la que enfrentaron, y hay que decirlo, ganaron, casi todas las batallas mediáticas que enfrentaron.
Ha muerto Marcos; lo mataron los mismos que lo crearon. Con él los zaptistas cierran la etapa de la guerrilla sin balas, de los pasamontañas y el rostro mestizo. Adeptos y detractores de zapatismo le debemos a Marcos, y su indudable sentido del humor, la lección de que la política será simbólica o no será (ojo, simbólica, no mediática; la política simbólica no es bombardear con mensajes en los medios sino ser capaces de construir un sentido común).