En los detalles se esconde la cola del diablo, dicen en los Altos de Jalisco, o lo que es lo mismo nunca firmes un contrato sin haber leído la letra chiquita, donde se contradice, limita y desvanece todo lo que te vendieron. Las celebradas reforma de Peña Nieto están entrando a la hora de las verdad, la de las leyes secundarias, y ahí no solo no existe la concordia del pacto y la civilidad política del nuevo gobierno, sino que la política se ha hecho chiquita, la mayoría se ha vuelto mezquina y las reformas una masa de dudas.
El primer síntoma de la restauración del sistema fue el afán centralista con el que comenzó el gobierno de Peña Nieto el año pasado. El segundo, y más preocupante, es el autoritarismo presidencialista, que tan bien sintetizó el ex presidente Carlos Salinas en aquella frase de «ni los veo no los oigo». Peña y los Videgaray boys tampoco ven ni quieren oír las discusiones en torno a las leyes secundarias de telecomunicaciones y energética.
Los contratos de riesgo en la reforma energética no son buenos o malos en sí mismos, los puede haber ventajosos para el Estado o para el particular, dependiendo de la letra chiquita. Si son ventajosos para el Estado no habrá empresario que le entre, pero si la ventaja es para el particular no tenemos ninguna certeza de que la corrupción no vaya a operar, y es ahí donde está el gran riesgo.
Los mecanismos de protección que está proponiendo la ley secundaria de la reforma energética están lejos de asegurarlo. Se podrá decir, con razón, que no hay reglamentación que evite la corrupción cuando hay voluntad de delinquir, pero el tema no se resuelve transmitiendo los concursos por internet, sino amarrando los contratos, defendiendo desde el Estado y la sociedad la letra chiquita, y eso no se ve.
Pero el tema más preocupante es el medioambiental. Dice la máxima de la política mexicana que cuando trata de no resolver un problema no hay nada mejor que hacer una comisión. La creación de la Agencia Nacional de Protección al Medio Ambiente, cuando existe una secretaría dedicada específicamente a eso, suena a ese afán eterno de los políticos mexicanos de «resolver» los problemas creando instituciones burocratizadas en lugar de aplicar a ley. Si Pemex es un peligro para el medio ambiente, empresas petroleras en busca de rentabilidad lo serán aún más.
La prisa de diputados y senadores priistas para sacar las leyes secundarias no es una buena señal. Si negar que el país requiera de estas reformas para generar crecimiento económico, el riesgo de no cuidar la letra chiquita es que compremos más problemas que soluciones.