Ocho días antes de su muerte Luis Donaldo Colosio estuvo en Guadalajara. Habían pasado unos días desde el famoso discurso del 6 de marzo, pero en aquellas fechas el discurso no solo no era famoso, había sido apenas una nota más en medio del maremagno político provocado por la guerrilla zapatista en Chiapas. El equipo de campaña del PRI citó a directivos de medios de comunicación para una reunión en el Camino Real. Había que llegar a las 5:30 para comenzar a las seis, y “platicar en corto” una hora con el candidato.
Colosio apareció alrededor de las 7:15. Venía de mal humor, vestido de pantalón de gabardina azul, camisa blanca, sin saco ni corbata, y una cantidad de polvo en el pelo, los zapatos y los pantalones, suficiente para dejar huella en la alfombra mientras caminaba. Una pequeña herida asomaba en el labio. La reunión fue corta, insulsa y marcada por el mal humor del candidato. Ni las infaltables frases zalameras de algunos directivos de medios le arrancaron una sonrisa.
Todo tenía una explicación: el retraso, el polvo, la herida. Esa misma tarde, cuando caminaba por una colonia popular en Guadalajara, una mujer lo golpeó con un paraguas. Al llegar al hotel, mientras le curaban la pequeña abierta en el labio, se presentó el general del Estado Mayor, Domiro García Reyes, para informarle que aumentarían el nivel de seguridad de su campaña y que no aprobaría más eventos en los que tuviera ese nivel de exposición con la gente. Colosio montó en cólera: la campaña apenas levantaba y no iba a permitir que lo alejaran de la raza. La discusión fue larga y acalorada. Domiro sostenía que aquella herida podía haber sido un intento de asesinato, que con algo tan simple como un paraguazo podían envenenarlo. Luis Donaldo, que a esas alturas empezaba a ver amenazas a su candidatura por todos lados, lo acusó de querer sabotear la campaña. La discusión terminó mal. Colosio impuso su estilo de campaña, como debía ser, y Domiro García fue incapaz de proteger al candidato: fue justamente en un “baño de pueblo” una semana después que dispararon contra el candidato.
A Luis Donaldo Colosio pudieron asesinarlo de manera aparentemente simple porque el esquema de seguridad se había relajado. A menos que nos creamos la absurda historia del asesino solitario en un día de furia, es evidente que quien decidió matar al candidato del PRI tenía información de dentro del equipo de campaña sobre los problemas de seguridad; aprovecharon que el candidato estaba muy débil anímicamente, popularmente, políticamente y en medio de una crisis interna para eliminarlo. Como en todo magnicidio nunca terminaremos por saber a ciencia cierta cuál fue la mano que meció la cuna, de dónde vino la orden, lo que sí sabemos es que quien lo hizo no estaba lejos del candidato y conocía sus debilidades.