Cuando Felipe Calderón declaró la guerra al narco comentamos que el gobierno no podría acabar con el narco por la misma razón que el perro no se muerde la cola: son parte de la misma estructura, aunque uno sea la cabeza y el otro el apéndice (hoy día no estaría tan seguro de quién es quién en esta metáfora). Mientras la sociedad no se involucre en el combate al crimen organizado y la creación de una sociedad donde rija el estado de derecho la mafia nadará a sus anchas.
Hoy que el gobierno de Peña Nieto se propone limpiar Michoacán se enfrenta a una situación aún más compleja y perversa, pues después de tantos años de abandono del Estado es muy difícil saber dónde termina la sociedad y comienza el narco. El cáncer está tan difuminado y tiene tantas metástasis que no hay manera de hacer un corte quirúrgico, quitar el cáncer sin llevarse entre la navaja tejido sano, o más o menos sano. Si el mundo se dividiera en buenos y malos, blancos y negros, sería muy fácil distinguir a los unos de los otros, pero no es así; la harina y la sal ya no están separados, son hoy parte del mismo pan. Son muchos, muchísimos, los mexicanos que están de una u otra manera vinculados a las mafias, sea por convicción malévola (los menos), por amenaza o simplemente porque el crimen organizado es el medio ambiente, el hábitat, en el que hay que sobrevivir.
El caso de la senadora perredista por Michoacán, Vianey Mendoza, que apareció en una foto bailando junto a la hija de un presunto narcotraficante y a una regidora de Apatzingán, misma que supuestamente invitó a empresario miembros de Los Caballeros Templarios al Senado, es un claro ejemplo de los vínculos sociales entre la clase política, la clase empresarial y el crimen organizado. Los mafiosos y sus familias no son marcianos, son hombres comunes y corrientes cuyos hijos están en las escuelas de nuestros hijos, que caminan por las calles por las que caminamos y que suelen estar ahí donde está el poder y el dinero, es decir donde frecuentan los políticos y los empresarios.
Pero más allá de la convivencia con el poder, en las comunidades el crimen organizado ha ido tejiendo sus propias redes en sustitución de las redes naturales, y deseables, de solidaridad de una comunidad y de las estructuras de bienestar que debe proveer el Estado. Cuando es la mafia la que regala los juguetes el día del niño, la que alimenta a los desposeídos, la que cura a los enfermos, la que decide quién vive y quién muere, quién tiene trabajo y quién no, los lazos comunitarios son remplazados por telarañas de complicidad.
Ahora que el Estado quiera regresar a Michoacán se va a dar cuenta que eso que llamamos narco no es una persona o una organización sino un continum social.