Los visitadores y el sueño de rancho grande

11/06/2013 - 12:00 am

En un solo mes vinieron a México los dos dueños del mundo, y me recordó mi niñez, lo cual no es fácil a los 67.

Viendo la televisión durante el discurso monocorde del mandatario de China, me quedé dormido y me soñé de diez años; en el cine de mi pueblo proyectaban una película de rancho grande en las que los patrones de la hacienda iban a revisar cómo iba la cosecha y la crianza del ganado acompañado de su hija, que se había empecinado en ir a recordar cuando niña.

Cipriano, el administrador, le contaba las nuevas posibilidades de negocio: abrir más tierras, comprarle la parcela a su compadre Matias, comprar armas para defender los becerros de los coyotes, y le confesaba que el tenía su guardadito en monedas de oro para cuando se retirara a descansar.

Todo bien, pero necesita más inversión, garantizándole éxito, porque tiene la mejor peonada: trabajan de sol a sol, comen poco y cobran menos, viven en jacales y cuando se enferman o accidentan van con Sabina la curandera, a la cual con unos centavos se le conforma, medicinas no es necesario Sabina receta yerbas y los mocosos ya para los ocho años ayudan a sus papás en la labor, para que vayan aprendiendo.

En un momento de la película-sueño, el administrador se pone serio y el hacendado le pregunta: ¿Qué te sucede Cipriano que te quedaste mirando pa’dentro? Y el administrador, con cara de circunstancia le confiesa: «Nada patroncito, es que tenemos problemas con los cuatreros».

Don Tomás OvalMa Fernandez, que así se llamaba el patrón, le ofrecía los rifles nuevos para que la peonada les diera su merecido a esos bandoleros, pero desconocía que su sobrino, el abogado que se había ido a la capital desde chaval y que pretendía a su hija Evangelina, era el que les compraba las canales de res robada.

Don Tomás se sienta en la amplia biblioteca de su despacho fumando un habano y pensando qué hacer, cuando entra Evangelina sonriendo y superalegre con un vestido de vuelo, y lo saca a empujones para ver los fuegos artificiales y escuchar al nuevo caporal que canta de maravilla.

Toda la peonada estaba feliz, tenían poco pan y poca fiesta, así que había que aprovechar la visita del patroncito. El caporal-cantante, en un solo de los mariachis (¿será solo?), le guiñaba el ojo izquierdo, siempre el izquierdo a Don Tomás, pero Evangelina creía que a ella, cupido y la música apropiada causaban el efecto que la audiencia esperaba y ya para entonces estábamos sentados en la orilla de la banca de madera del cine del pueblo.

Pero un cómplice del bandido mayor, «El Tuto», presentía la traición y le mandaba un propio a toda carrera al sobrino-abogado conocido por su tamaño como «El Grande Guzmán», pidiéndole apoyo, pues ese caporal le daba mala espina.

Al mismo tiempo Don Tomás le llamaba a su competidor en la comarca, el otro hacendado, Don Tranquilino Juan-Juan, y mientras disfrutaban de la fiesta platicaban cómo repartirse las tierras que les faltaban y que las habían ocupado precisamente los peones desplazados, algo había que hacer y ¿si le dieran trabajo a los desplazados? A lo mejor cobran menos y así seguía la fiesta. En esas estaban cuando aparecía «El Grande Guzmán» y raptaba a Evangelina.

El caporal cantante que extrañamente lucía calvo (pues el actor era Lupillo Rivera), descubría su identidad secreta con una voz engolada: «Soy agente especial de la Policía Federal de la República y he descubierto las trampas de su sobrino, y con su permiso salgo a rescatar a Evangelina», subía a un hermoso caballo blanco, el animal se levantaba sobre sus cuartos traseros y salía como flecha. Para entonces todos los chavales estábamos gritándole porras y animándolo para que se diera prisa.

Repentinamente escuché, o me pareció escuchar que el traductor del mandatario chino, decía que «Estamos dispuestos a invertir, pero tienen que cambiar las reglas». Con eso desperté y traté de hacer algunas reflexiones acerca de lo que vinieron a hacer los presidentes a México. Realmente solo me hice preguntas, sobre mi sueño y los visitadores.

¿Por qué Cipriano no invierte su guardadito aprovechando el conocimiento que tiene de la producción y de la mano de obra regional? Tal vez si lo hiciera, mejorarían todos los del pueblo, y en una nada hasta le compraban con los años la hacienda a Don Tomás.

¿Por qué nuestros presidentes andan pidiendo inversiones extranjeras, si en México viven algunos de los hombres más ricos del mundo, que andan invirtiendo en otros países?

¿Por qué pedir inversiones si los servicios bancarios son muy caros y las ganancias han servido para recuperar los bancos extranjeros de sus problemas nacionales? ¿Por qué no animar a los bancos a prestar para la inversión en México?

¿Para qué tenemos tantas reservas en dolares si tenemos tantas necesidades entre la población?

¿Por qué Don Tomás le promete armas para que la peonada proteja su hacienda y Cipriano se lo agradece, si los que se van a morir son los vecinos del pueblo?

¿Por qué pedir apoyo a EE.UU. para la guerra de los cárteles en México si los que se mueren son nuestros paisanos?

¿Por qué esa extraña vinculación del abogado con los delincuentes en mi sueño?

¿Por qué siguen relacionados los policías de todos los niveles con los cárteles?

Mi sueño, como las series de televisión, está construido con base en personajes y situaciones ficticias que por pura casualidad se parecen mucho a la realidad.

Gustavo De la Rosa
Es director del Despacho Obrero y Derechos Humanos desde 1974 y profesor investigador en educacion, de la UACJ en Ciudad Juárez.
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