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Fabrizio Mejía Madrid

04/10/2023 - 12:05 am

La 4T explicada a los niños

Este punto es crucial porque el obradorismo no es sólo una persona, sino millones que ven en el dirigente, Andrés Manuel, la representación de sus demandas, emociones, y esperanzas.

La otra tarde, me topé con Agustín Hernández y su hija, Sofía, de diez años en una de las avenidas que a diario tomo para pasear. Él se dedica al comercio y la niña estudia el quinto de primaria. Después de comentarme alguna de estas videocolumnas que hago para Sin Embargo, me dio una tarea:

—¿Podría explicarle a los niños de la edad de Sofía qué es lo que estamos viviendo? Como una 4T para niños —me propuso. 

Y ese es el tema de esta videocolumna que, espero, cumpla con el propósito de hacerle inteligible a la niña Sofía lo que, de otra forma, serían puros disparates de Xóchitl Gálvez, mentiras bochornosas de Loret de Mola, y una serie interminable de «mañaneras». Y aquí voy. 

Lo primero que tienes que saber, Sofía, es qué pasó en 2018, cuando Andrés Manuel López Obrador obtuvo 30 millones de votos, es decir, el 53 por ciento de la votación. De la elección del 2012 en que ganó Peña Nieto del PRI al triunfo de López Obrador, hubo un aumento de 11 millones que votaron por primera vez. Esos 11 millones que no habían participado antes decidieron usar su voto para cambiar el régimen. López Obrador, entre 2012 y 2018, duplicó sus votos, es decir, los ciudadanos que quisieron que fuera el Presidente, aumentaron de 15 a 30 millones. De eso hablamos cuando decimos que empezó ahí una revolución pacífica, hecha de votos y no de fuerza. Este punto es crucial porque el obradorismo no es sólo una persona, sino millones que ven en el dirigente, Andrés Manuel, la representación de sus demandas, emociones, y esperanzas. Habrás escuchado a los opinadores de la televisión y el radio decir que los que apoyamos a la 4T somos unos ilusos, que no pensamos, que no sabemos, que nos engañan, que votamos sólo con el corazón. Bien. Pues de eso se trata justo la irrupción de los siempre habían sido excluidos de los asuntos públicos. Entran con la sabiduría política que les da su propia experiencia: que tanto el PRI como el PAN saqueron al país, lo entregaron a las empresas extranjeras o a sus amigos, y destruyeron lo que era de todos: el petróleo, la comida, la luz, la seguridad pública, la salud en las clínicas y hospitales, y una larga lista. Son millones que llegaron a una conclusión: nada de ese régimen y su ideología, el llamado “neoliberalismo”, les benefició en 30 años, ni les beneficiará nunca. Todo lo contrario: los salarios se encogieron, los empleos desaparecieron, y la pobreza aumentó. Muchos emigraron a Estados Unidos. Te pongo un ejemplo, Sofía. En ese modelo del neoliberalismo, los gobiernos de Fox, Calderón y Peña Nieto, le concesionaron el 11 por ciento del territorio nacional a tan sólo 14 compañías mineras. Esto quiere decir que muchos pueblos, sin siquiera saberlo, están parados sobre el subsuelo que le pertenecía por 30 o 50 años a un particular que puede excavar ahí en busca de minerales. Otro ejemplo es lo que hizo el Presidente Carlos Salinas de Gortari hace treinta años cuando obligó a los campesinos a vender o rentar sus tierras comunales. Las tierras eran de todos y por eso había luchado Emiliano Zapata y las había repartido Lázaro Cárdenas. Pero Salinas los obligó a alquilarle sus tierras a los ganaderos al desaparecer a la Conasupo y al Banrural, es decir, a quien les compraba el maíz, el frijol, el trigo y también a quien les prestaban dinero. Por eso, muchos se fueron.

Pero, ¿cómo le hizo López Obrador para tener más de la mitad de los votos totales, duplicando a los suyos en tan sólo seis años? La respuesta es que visitó tres veces cada uno de los dos mil 469 municipios del país, en sus tres campañas para la Presidencia: 2006, 2012 y 2018. En cada una de ellas, sin importar si había cinco o diez personas, escuchó a la gente. Y con las demandas que tenían fue concentrando en un solo tronco lo que la gente quería: acabar con la corrupción. Así, si la gente les decía que habían privatizado, por ejemplo, el agua y que ahora la tenían que pagar muy cara, les explicaba que el encargado de la Conagua, con Fox, era un exdirector de Coca Cola y de Leche Lala, Jaime Jáquez, y que le había dado el agua de las personas a esas dos empresas. También les explicaba que las empresas más ricas de México no pagaban impuestos, como todos los demás. Los gobiernos sólo de Calderón y Peña Nieto, es decir el último del PAN y el último del PRI, les habían perdonado el pago de impuestos por 366 mil millones, con lo que, por ejemplo, se podrían construir 26 mil hospitales. Eso es corrupción porque, además, ese perdón al cobro de impuestos se daba a cambio de que esas empresas financiaran las campañas electorales del PRI y del PAN. Así que Andrés Manuel escucha a la gente y ésta a él. Y se va hilando lo que se llama el obradorismo. 

Pero en 2018 sucede otra cosa importante, además de la irrupción de millones que ejercen su derecho a votar. Y es el fin del sistema de partidos en México, uno que se había construido en 35 años. A eso le llamaban los catedráticos la “transición democrática”, que no fue más que el relevo entre el PRI y el PAN con un mismo modelo “neoliberal” de saqueo y corrupción. Había elecciones pero daba un poco lo mismo quién ganaba entre el PRI y el PAN. Los partidos reciben miles de millones de pesos para mantener a sus empleados, incluso cuando no hay elecciones. Miles de millones cuesta también el Instituto Electoral, el Tribunal Electoral, la propaganda electoral que transmiten en la radio y la televisión. Entre el PRI y el PAN también se repartieron los organismos autónomos como el de la Transparencia, el de la Competencia, el de las Telecomunicaciones. Para ello, los partidos proponían a sus catedráticos preferidos que entraban gracias a ellos y les servían en reciprocidad. Ese sistema se cayó en el 2018 y no logra recomponerse porque, para arreglar algo, lo primero que tiene que hacerse es reconocer que está descompuesto. Y el PRI y el PAN no lo han hecho. En cambio, el lugar que debieron ocupar, se lo apropió un junior de la élite, Claudio X. González, que es el heredero de quien fabrica el papel de baño y los pañuelos desechables. En lugar de reconstruir al PRI y al PAN, les propuso que se unieran en un solo Frente contra López Obrador. Así, sólo están en contra y tienen que inventar noticias falsas todas las semanas para tratar de convencernos de que, con ellos, todo estaba mejor. Otra opción es convencernos de que, al menos, Morena y su Gobierno, son tan malos como los gobiernos del PRI y del PAN. Pero no lo consiguen porque muchos todavía nos acordamos de la crisis del Fobaproa que provocaron Salinas de Gortari y Ernesto Zedillo en los años noventas del siglo pasado y que dejó a millones de personas sin propiedades. Ese episodio, Sofía, conocido como la crisis del “efecto tequila” hizo que las personas que habían adquirido un préstamo de los bancos, tuvieran que pagar hasta cuatro veces, su valor. Y, al mismo tiempo, los bancos se autoprestaron, desviaron dinero para las empresas de sus compadres, y terminaron rescatadas con nuestro dinero por el Gobierno de Zedillo. A lo mejor no lo sabes, Sofía, pero tú debes 102 mil pesos de ese desfalco que sucedió antes de que nacieras y que se llama Fobaproa. No hemos tampoco olvidado la Presidencia frívola de Vicente Fox que hizo ricos a quienes habían contribuido a su campaña y, también, a sus hijastros. No nos hemos recuperado de la matanza que fue la guerra de Felipe Calderón contra el narcotráfico que dirigió un señor que trabajaba para ellos, para los narcos, Genaro García Luna, nada más ni nada menos que el Secretario de Seguridad de Calderón. No consiguen que nos creamos las mentiras de la oposición porque estamos viviendo una experiencia individual, familiar y colectiva que todos los días nos muestra que la economía se recupera, que no nos hemos endeudado, que los salarios han aumentado, que hay trabajos. ¿Cómo hablar de una “destrucción de México” cuando ni siquiera ellos podrían decirnos tres cosas que se han destruido? 

El Gobierno de López Obrador que terminará en un año, ha construido muchas cosas que son mejores que las del PRI y el PAN. Tiene dos pilares: la contención de la pobreza y la construcción de obras. Habrás oído, Sofía, que hay programas sociales que le dan dinero a los más desprotegidos por 35 años de “neoliberalismo”. Como los campesinos que tuvieron que dejar sus tierras o como los que debían dinero y perdieron todo en el Fobaproa. Ellos tienen derecho a recibir una compensación por las injusticias que se han cometido con ellos. No valen menos por ser pobres, o viejitos, o discapacitados, ni dejan de ser mexicanos por eso, y deberíamos todos de preguntarnos por nuestra responsabilidad como país para con ellos. Así que tienen derecho a que se les compense y López Obrador encontró una manera de que reciban sus apoyos sin intermediarios que luego se los robaban, y puedan cada mes o dos disponer de esos recursos que son la contribución de todos nosotros para tratar de aliviarles un poco en su situación porque ellos contribuyen a la nuestra por medio de la desigualdad. Habrás escuchado que la oposición en la radio y la televisión dicen que ese dinero no es un derecho, que los hace ser flojos, y ya no hacer nada. Pues te digo una cosa, Sofía: en cinco años, hay nueve millones que han salido de la pobreza, la desigualdad entre los más ricos y los más pobres bajó de 21 veces a 15. Y los que reciben apoyos directos son los que más horas trabajan. Están las becas a los estudiantes como tú. Quizás tú la recibas o no, pero no importa. La idea es que la reciban todos los niños y adolescentes que van a la escuela. Todos, no sólo los que sacan dieces, porque sacar 10 no es un talento personal, sino que depende de si vives cerca de tu escuela o a dos horas en camión y metro, si tienes libros en tu casa o no, si tienes un lugar para hacer las tareas o las debes hacer en un mercado. Por eso tiene que ser para todos, porque el Estado mexicano no tiene como función reconocer el talento —ni que fuera el Óscar— sino en tratar de limar las injusticias.   

En las obras realizadas, habrás escuchado sobre el nuevo aeropuerto Felipe Ángeles, el de Tulum, el Tren Maya, el Corredor Transístmico —de Oaxaca a Veracruz—, del Proyecto de energía solar en Sonora y los canales de riego en el Pacífico o la dotación de agua para Monterrey. Todo eso crea empleos de quienes los construyen —200 mil sólo en el Transístmico— pero no es ese el propósito, sino desarrollar regiones enteras del país olvidadas porque se consideraban que no eran buen negocio para los privados. Por ejemplo, Sofía: en el norte, un 23 por ciento de los que nacieron pobres, morirán pobres; mientras que, en el sur, ese porcentaje es de 67 por ciento. Se necesita que el Estado actúe para atemperar esta situación y es por eso que se han hecho obras en el sur, por primera vez en 30 años. Pero si has escuchado a Xóchitl Gálvez decir que los mexicanos del sureste son más flojos que los del norte, eso se debe a que no han tenido oportunidades, no a su “cultura laboral”. De todos modos, que una niña pueda vender gelatinas y terminar con contratos con el Gobierno por mil 400 millones de pesos, sin que haya sido corrupta, no es posible, ni en el norte ni en el sur. Sólo el dos por ciento en el sur y el siete por ciento en el norte podrán subir en la escala social en una sola generación. Es un país injusto por clase social, etnia, género, color de piel, aspecto, zona geográfica en la que le tocó nacer, y es responsabilidad del Estado mexicano aligerar esa desigualdad. 

Y así llegamos a la parte que más me gusta de lo que ha sucedido en tan sólo cinco años de Gobierno de la 4T y es lo que llamo el “arraigo republicano”, que no es más que el renovado orgullo por pertenecer a México en este momento de su historia, tras la larga noche del “neoliberalismo”. No es un asunto de vivir aquí porque quienes han sido los más entusiastas obradoristas viven y trabajan ahora en Estados Unidos. Y mandan sus ahorros a sus familias. México es un país en el que los más ricos sacan sus ahorros de aquí para no pagar impuestos y los más pobres los regresan en forma de remesas desde Estados Unidos para ayudar a sus familias. Los migrantes se sienten representados por López Obrador, en parte, porque están fuera del país por culpa del desastre del PRI y el PAN. De su corrupción y su nulo interés en la nación que no es donde acaban las fronteras, sino donde hay mexicanos. A lo mejor no me lo entiendes, tú que habrás nacido por ahí de 2013, pero no había existido el orgullo por el país en, por lo menos, sesenta años. No el nacionalismo que rechaza todo lo que no es de aquí, que inventó el PRI, o el entreguismo de querer ser como los españoles, que inventó el PAN, sino el sentirse parte de una Patria que te incluye, que no te dice todos los días “naco”, “prieto”, “vieja”, “joto”, “huevón”, “macuspano”, “indio pata rajada”, “inculto”, “iluso”. Sino que te incluye y eres el motor del cambio desde un pasado terrible a un presente todavía con esperanza. Es pertenecer, no a un país, sino a una República, es decir, a la democracia de la mayoría antes excluida y cotidianamente ninguneada. 

Eso es lo que ha sucedido en cinco años, Sofía. Espero no haber sido muy confuso en mis explicaciones y es que no hay nada sencillo en esta historia y es por eso que nos resulta tan apasionante. 

Fabrizio Mejía Madrid
Es escritor y periodista. Colabora en La Jornada y Aristégui Noticias. Ha publicado más de 20 libros entre los que se encuentran las novelas Disparos en la oscuridad, El rencor, Tequila DF, Un hombre de confianza, Esa luz que nos deslumbra, Vida digital, y Hombre al agua que recibió en 2004 el Premio Antonin Artaud.
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