Óscar de la Borbolla
16/05/2022 - 12:03 am
Radiografía de la imaginación 2
Así, no tiene nada de extraordinario que podamos imaginar, pues de hecho, estamos imaginando siempre, es nuestro estado.
El carácter ilusorio de la realidad, el hecho de que sea una representación en la conciencia, una representación más o menos estándar —decía en la entrega anterior— es la clave de que los seres humanos seamos capaces de imaginar, de traer novedades al mundo. Si no vemos lo real, la cosa-misma, sino su imagen en nuestra conciencia, podemos sospechar que «lo que es» bien pudiera ser de otra forma, de múltiples formas entre las que, obviamente, preferimos las que mejor se acoplan con nuestros deseos.
Hoy quisiera volver al abordaje de este asunto, pero desde la faceta que para mí es la más originaria de todas: los sueños, pues son la gran puerta por la que podemos comprender que «lo que es» no es como aparece en nuestra conciencia. En la actualidad, tenemos muy clara la frontera entre el sueño y la vigila, y pensamos que lo que sucede en sueños, pese a su posible viveza, no es. Hemos establecido que la realidad es la vigil; pero no siempre fue así, ni en la historia ni en nuestras biografías. Mostrémoslo con algunos ejemplos:
En el pasado (aunque todavía hoy muchos siguen creyéndolo), los sueños eran tan o más veraces que la vida. En la Grecia clásica los dioses utilizaban los sueños para comunicarse con las personas. Así lo constata el diálogo platónico Fedón, donde Sócrates confiesa que tuvo un sueño insistente que lo instaba a dedicarse a lo más poíético (productivo), y que por eso entregó su existencia a la filosofía, pero, viendo próximo su fin — en este diálogo está a punto de tomar la cicuta— Sócrates duda de que la filosofía sea lo más poíético, y para no desobedecer lo que le ordenaban sus sueños, escribe unos poemas, pues tal vez la poesía fuese de entre todas las actividades humanas la más poíética. Ahora no me interesa la duda vocacional de Sócrates, sino lo que para él y su época significaban los sueños: mensajes divinos que era preciso obedecer: igual o incluso más reales que la vigila.
Otra idea de que los sueños son completamente reales aparece en el poeta romano Lucrecio, quien, en su libro De rerum natura, explica que, cuando soñamos, el alma se desprende del cuerpo y va a un mundo donde sucede lo que ocurre el los sueños, y que la prueba de este desprendimiento es el hecho de que cuando se nos despierta intempestivamente no despertamos conscientes del todo, pues el alma no tiene tiempo de entrar tan rápido en el cuerpo.
Y otro tanto ocurre en la infancia. Permítaseme citar un recuerdo personal: cuando mi hijo Ulises a la edad de 4 años estuvo enojado conmigo varios días, porque había soñado con unos dinosaurios que lo atacaban y yo, que estaba en su sueño no lo había ayudado a escapar. En algún momento de la infancia no tuvimos clara la frontera entre lo soñado y lo vivido. Y, de hecho, son contadas las veces (sueños lúcidos) en las que ponemos en duda la fantasmagoría de lo soñado cuando estamos soñando: lo soñado se nos impone con la misma certeza que lo que aparece en nuestra conciencia cuando estamos despiertos y percibimos el mundo.
Así, no tiene nada de extraordinario que podamos imaginar, pues de hecho, estamos imaginando siempre, es nuestro estado.
La educación (formal, no formal e informal) nos impone una imagen del mundo, la imagen oficial de nuestra época; establece un sueño como el único valido y no está mal, pues de lo contrario cada persona viviría como cada loco en su propio mundo. Valdría la pena, sin embargo, reivindicar el derecho que tienen otras fantasmagorías: defender la multiculturalidad.
Twitter @oscardelaborbol
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