San Luis se quiere ganar un lugar en la lista de estados vinícolas de México que encabezan Baja California con el Valle de Guadalupe y es seguido por estados como Querétaro, Guanajuato y Aguascalientes.
San Luis Potosí (México), 12 mar (EFE).- El clima, la orografía y una tradición familiar en la elaboración de vinos impulsó a los viticultores del estado de San Luis Potosí a fortalecer sus bodegas para convertir a esta región en uno de los principales productores vitivinícolas de México.
En esta zona del centro mexicano las mañanas son frías y con neblina, mientras que las tardes son muy cálidas. Las tierras ricas en minerales del este de la Sierra Madre Occidental han albergado durante décadas el cultivo de la vid que un puñado de familias aprovechó para producir vinos tintos y blancos de alta calidad.
Jordi Abella, heredero de una larga tradición de viticultores, cuenta a Efe que, junto con otras cuatro bodegas, en los últimos 10 años han dado pasos sólidos para que los consumidores encuentren en San Luis un lugar de fabricación de excelentes vinos.
“Se está haciendo una buena labor. Una de las bodegas, Cava Quintanilla, es la que más ha incursionado para que se den a conocer los vinos de San Luis a nivel nacional, nosotros hemos venido atrás en esa expansión, pero cada vez nos iremos dando a conocer”, explicó.
Aunque con una producción emergente, San Luis se quiere ganar un lugar en la lista de estados vinícolas de México que encabezan Baja California con el Valle de Guadalupe y es seguido por estados como Querétaro, Guanajuato y Aguascalientes.
TRADICIÓN VINÍCOLA
Junto a la cava que honra a la historia familiar, Jordi Abella contó a Efe que su abuelo, Luis Abella, originario de Cataluña, llegó a México en 1939 exiliado de la guerra civil española y se estableció con su familia en San Luis Potosí tras vivir en varias ciudades.
Además de la producción lechera, unos cuantos almendros y olivos, en menos de una década los Abella lograron la primera cosecha de mistela, un vino originario del noroeste de España que degustaban en las fiestas familiares o daban como regalos de fin de año.
Ese vino dulce, que se elabora a partir de la uva rosada conocida como Rosa del Perú, es el que ha dado fama a lo que ahora es Viña Cordelia, bodega del altiplano potosino que comercializa el mistela y que en 2014 inició el cultivo de Malbec, Cabernet, Syrah, Grenache y Chardonnay de la mano de un enólogo argentino.
Los procesos artesanales que llevan a cabo, en los que la uva aún es pisada y filtrada, dan como resultado vinos desde suaves hasta más complejos con 20 meses en barrica que apuestan por un equilibrio en la mezcla de variedades para llegar a diversos segmentos de mercado.
Los vinos de Viña Cordelia se distribuyen en al menos cinco ciudades de México. Uno de los planes es incrementar la producción de mistela y tintos a 50 mil botellas al año, pero mantenerse como una bodega pequeña, además de impulsar la línea de rosados y espumosos a corto plazo.
EXPANDIR LA PRODUCCIÓN
El éxito de Cava Quintanilla con 120 hectáreas de parras y Viña Cordelia con cerca de 15 hectáreas de parras propició el surgimiento de nuevos proyectos vinícolas en diversas escalas que aprovechan las bondades de la tierra potosina.
Mientras aún hay bodegas que generan vino para autoconsumo, el viñedo boutique Pozo de Luna apuesta a la expansión con cosechas que ya han sido premiadas en el mundo, contó a Efe la sommelier Mildred González Pérez.
“Por la altura que tenemos son vinos con muy buena extracción, muy buen color, cuando están las uvas plantadas a mayor altitud hay una maduración fenólica notable, también. Son vinos potentes con un grado alcohólico bien formado y muy aromáticos con notas minerales que reflejan el suelo”, explicó.
Pozo de Luna empezó como un proyecto familiar entre dos amigos que se aventuraron a hacer vino en pequeñas proporciones para degustarlo con conocidos y restaurantes locales. La calidad que lograron los llevó a incrementar la plantación a Malbec, Merlot, Syrah, Viognier y Sauvignon Blanc y a buscar la profesionalización, agregó.
Enclavado en el municipio de Soledad de García Sánchez a más de mil 800 metros sobre el nivel del mar, este viñedo de 12 hectáreas produce tintos, blancos y rosados con un proceso que mezcla la tradición con la tecnología sin dejar el lado el sello single vineyard para privilegiar las características de la crianza de cada varietal.
González Pérez aseguró que uno de sus secretos es que cada uva utilizada en la fermentación proviene de los cultivos propios de esta bodega y producto del trabajo del enólogo mexicano Joaquín Madero.
“Desde el viñedo vamos diseñando el vino, la decisión de no comprar ni vender uva es para tener el control total de la calidad, cuando la compras nadie te asegura cómo la trataron. Tenemos rendimientos muy bajos, usamos 60 por ciento de la cosecha, se van haciendo sacrificios, al final de cuentas es una bodega que va a comenzar a ser un negocio”, aseguró.
La bodega ganó la Gran Medalla de Oro Malbec 2015, como Vino Revelación de México y en agosto de 2020 su Viognier 2019 se hizo acreedor a la Medalla de Bronce en el International Wine & Spirits Competition.