Estas dos dos mujeres no se conocen. Una vive en una remota localidad agrícola de la costa oeste de Estados Unidos, la otra a 16 mil kilómetros (10 mil millas), en África. Pero las vidas de ambas están entrelazadas de algún modo por la pandemia de la COVID-19, que ha trastocado la cadena de abastecimientos y generado un caos económico. Los confinamientos causaron estragos en las tiendas, que ya enfrentaban problemas para sobrevivir antes de la llegada del coronavirus. El virus hizo colapsar el sector textil y dejó sin trabajo a millones de personas como Orozco y Litali.
Por Louise Donovan/The Fuller Project
WASHINGTON (AP).– En las últimas semanas que trabajó para la tienda J.C. Penney, Alexandra Orozco tomó su teléfono y apretó “grabar”. La joven de 22 años grabó un video de los enormes carteles que decían “¡Se debe vender todo!” y lo publicó en Tik Tok en octubre.
“Lentamente pierdo mi trabajo”, escribió debajo, pocos días antes de que la tienda de Delano, California, cerrase definitivamente, una de 156 tiendas de J.C. Penney que cerraron en Estados Unidos desde junio de este año.
Buscó trabajo como consejera de niños y para hacer entregas de flores, pero todavía no le respondieron.
“Es algo muy triste”, comenta por teléfono. “Cuesta encontrar trabajo aquí”.
Del otro lado del mundo, la vida de Matefo Litali también fue trastornada. Hábil costurera de 53 años, trabajaba para Tzicc Clothing, una empresa que produce prendas de vestir para grandes firmas de Estados Unidos como J.C. Penney y Walmart en Lesotho, región montañosa del sur de África, rodeada por Sudáfrica. Trabajaba allí desde hacía dos meses cuando un confinamiento dispuesto por el Gobierno obligó a cerrar temporalmente las fábricas textiles en marzo. Fue despedida el 7 de mayo.
“Me sentí indefensa”, relató. “Lo primero que pensé fue, ‘¿por qué me pasa esto a mí?’”.
Estas dos dos mujeres no se conocen. Una vive en una remota localidad agrícola de la costa oeste de Estados Unidos, la otra a 16 mil kilómetros (10 mil millas), en África. Pero las vidas de ambas están entrelazadas de algún modo por la pandemia de la COVID-19, que ha trastocado la cadena de abastecimientos y generado un caos económico. Los confinamientos causaron estragos en las tiendas, que ya enfrentaban problemas para sobrevivir antes de la llegada del coronavirus. El virus hizo colapsar el sector textil y dejó sin trabajo a millones de personas como Orozco y Litali.
En las dos últimas décadas la industria textil de Lesotho, donde nueve de cada diez empleados son mujeres, registró un rápido crecimiento y llegó a ser la principal fuente de trabajo, produciendo ropa para empresas como Levis Strauss, Wrangler y Walmart. Si bien Lesotho no tiene la importancia de China o Bangladesh en el sector textil, es otro ejemplo de una economía que depende enormemente de la demanda en Estados Unidos. Fuera del continente africano, Estados Unidos es el principal importador de prendas fabricadas en Lesotho —casi la mitad de su producción—, de acuerdo con la información más reciente de la Organización Mundial del Comercio, del 2017.
Las tiendas de ropa estadounidenses han sido golpeadas con particular dureza por la pandemia. J.C. Penny, cadena fundada hace 118 años que no registra ganancias desde el 2010, se declaró en bancarrota en mayo. Seis meses después fue vendida y vino una reestructuración en la que se despidió a 10 mil empleados, según confirmó a The Fuller Project una fuente al tanto de la situación. J.Crew, Neiman Marcus y Brooks Brothers también se declararon en bancarrota este año.
“Cuando una cadena grande de Estados Unidos quiebra”, dijo Neil Saunders, director administrativo de GlobalData Retail, “los efectos se tienen en todo el mundo”.
En marzo, cuando las tiendas estadounidenses suspendieron órdenes o dejaron de pagar las que ya habían hecho —acciones que involucraron miles de millones de dólares—, el impacto se sintió en toda la cadena de abastecimiento.
Tzicc Clothing ha despedido a una quinta parte de su personal desde mayo, de acuerdo con Tšepang Makakole, de la Unión Nacional de Trabajadores del Sector Textil de Lesotho. “Para las mujeres es un desastre. El sector se expone a un colapso total”.
A Lali le temblaron las rodillas cuando se enteró de que se había quedado sin trabajo. Enviudó hace ocho años y mantiene a una hija de 20 años y a una nieta de cuatro. Durante el último confinamiento, su patrón demoró tres meses el pago de su último sueldo —94 dólares—, hasta mayo.
El director de recursos humanos de Tzicc Clothing, Masefatsa Mofolo, confirmó que la empresa despidió personal porque ya no recibe tantos pedidos de ropa.
Durante meses Litali no tuvo ingreso alguno ni beneficios del Gobierno y sobrevivió a partir de donaciones de alimentos de su iglesia hasta que llegó su último sueldo. “Estaba tan alterada que pensé que me volvía loca”, declaró. “Me pasaba el día durmiendo”.
En California, Orozco de vez en cuando pasa frente a la tienda de J.C. Penney. Ya no hay carteles con liquidaciones en las vidrieras y las puertas están cerradas con llave. “Era muy amiga de una señora que trabajaba en la limpieza”, expresó. “Me duele saber que probablemente nunca la vuelva a ver”.
Un vocero de J.C. Penney declinó comentar los cierres de tiendas.
Si bien vive con sus padres, Orozco todavía tiene cuentas que pagar. Su auto, el teléfono… Cuando la tienda cerró temporalmente en marzo para prevenir contagios, ella estuvo sin empleo tres meses y se acogió al seguro de desempleo. Aprovechó el tiempo para dedicarse a otra de sus pasiones y vendió cosméticos, pestañas postizas, lápices labiales y ropa vía Instagram.
Gana unos 200 o 300 dólares mensuales con estas ventas, casi cinco veces menos que su sueldo en J.C. Penney
Hoy, tanto Litali como Orozco enfrentan un futuro incierto. En agosto Litali consiguió trabajo en otra empresa textil que produce jeans, pero teme que no le renueven el contrato, que es temporal.
Orozco, por su parte, espera que para el año que viene haya ahorrado lo suficiente como para abrir un local propio. “Es duro, pero sé que un día habrá valido la pena”.