Edgar Iván Zazueta
21/03/2019 - 12:01 am
Alimentarnos no está en chino
La alimentación, desde la perspectiva de la sustentabilidad social y como concepto sociocultural, resulta ser una serie de procesos complejos que van más allá de cumplir funciones meramente fisiológicas. Dentro de estos procesos, la alimentación también desempeña funciones sociales, ya que es central para la reproducción social y la identidad colectiva (Gracia, 2009). Si bien […]
La alimentación, desde la perspectiva de la sustentabilidad social y como concepto sociocultural, resulta ser una serie de procesos complejos que van más allá de cumplir funciones meramente fisiológicas. Dentro de estos procesos, la alimentación también desempeña funciones sociales, ya que es central para la reproducción social y la identidad colectiva (Gracia, 2009).
Si bien es cierto que, se han usado en los últimos años distintos conceptos para referirnos a varias maneras de cómo alimentarnos, por ejemplo, tenemos el concepto de seguridad alimentaria, el cual se nos dijo que se da “cuando todas las personas tienen en todo momento acceso físico, social y económico permanentemente a alimentos seguros, nutritivos y en calidad suficiente para satisfacer sus requerimientos nutricionales y preferencias alimentarias y así poder llevar una vida activa y saludable” (Conferencia Mundial de la Alimentación, 1974, reestructurado, FAO, 2009), en realidad aquí no se precisa de dónde provienen los alimentos o las condiciones en las que se producen y distribuyen dichos alimentos, una condición de la sustentabilidad.
A pesar de los numerosos esfuerzos por erradicar el hambre del planeta, las cifras oficiales (FAO; FIDA; OMS; PMA y UNICEF, 2017), refieren que, durante el año 2016, el número de personas subnutridas aumentó hasta los 815 millones y, en el caso particular de América Latina, el panorama no resulta muy diferente ya que, alrededor de 42,5 millones de personas, no tienen acceso a la cantidad suficiente de alimentos que aportan una buena alimentación (FAO y OPS, 2017). Entonces, ¿qué se necesita para una buena alimentación?, apostaría, en este sentido, por una soberanía alimentaria. El concepto de soberanía alimentaria surgió en respuesta al término “seguridad alimentaria” que formaba parte del discurso institucional de diversos gobiernos y ONGs al tratar sobre alimentación y agricultura. De acuerdo a la Vía Campesina (2018), “la soberanía alimentaria es una propuesta que consiste en un cambio sistemático, donde las personas tienen el control directo y democrático de los elementos más importantes de su sociedad sobre cómo comemos y nos alimentamos, cómo usamos y mantenemos la tierra, el agua y otros recursos en nuestro entorno para beneficio de las generaciones actuales y futuras y cómo interactuamos con los demás grupos, personas y culturas”. Las y los autores refieren que la soberanía alimentaria da lugar al debate necesario sobre poder, libertad, democracia, igualdad, justicia, sostenibilidad y cultura, fomentando una visión más integral de todo el proceso de la alimentación, entendido este proceso a partir de 7 categorías, según Mennel, las cuales son: 1) la producción, transformación y almacenamiento, 2) el aprovisionamiento y compras, 3) el almacenaje y conservación, 4) la preparación y cocinado, 5) el servicio-lavado-recogida de utensilios, 6) el reciclaje de sobras y horticultura, y 7) los préstamos e intercambios o trueques.
Es importante aumentar y comprender los estudios que vinculen todas estas categorías como un proceso alimentario y desde una perspectiva de género (quién participa y cómo), así como añadiendo la importancia del uso del tiempo y con una perspectiva de desarrollo sustentable, en donde se complejicen y articulen las desigualdades para focalizar la política pública de manera diferenciada por sectores regionales y poblaciones. Un enfoque de desarrollo que no sea inclusivo y equitativo con la diversidad, no se puede concebir como desarrollo y bienestar; es necesario realizar estudios que incorporen e interrelacionen las esferas sociales, económicas y ambientales que impactan en una alimentación saludable y de calidad, accesible a su población, socialmente justa en todo el proceso alimentario y ambientalmente responsable con el medio ambiente del que se abastece.
Es cierto que, históricamente (y por su rol tradicional) se ha relacionado a las mujeres con la alimentación, sobre todo en las etapas específicas de preparación y cocinado, pero existen 6 categorías más que, si son analizadas a detalle, permiten explorar la posible participación de más participantes en el proceso alimentario. Aunque también la reproducción de los roles de género tradicionales propicia que también las personas homosexuales y transexuales o intersexuales, en su rol de género o identidad de género femenina, sean mayormente responsables de alimentar a las personas con quienes viven o conviven aumentando su carga de trabajo. Las mujeres y lo femenino es lo que está en condiciones de desventaja y en posición de desigualdad y subordinación en el ámbito familiar, comunitario y social.
Otra bondad de analizar todas las etapas del proceso alimentario podría arrojar información sobre el tipo de alimentación que se tiene cuando existen situaciones precarias, como por ejemplo a la falta de electrodomésticos como el refrigerador, ya que esta forma de situación configuraría el tipo de alimentos a los que se puede acceder o no. De esta forma, la gama de alimentos disminuye al no contar con refrigerador, porque los alimentos a elegir deben ser de fácil almacenamiento y no perecer rápidamente. Es así como la alimentación, la pobreza y la desigualdad tienen cabida en la sustentabilidad social y la podemos dirigir hacia el trabajo de las políticas familiares, después de todo alimentarnos soberanamente es algo de mexicanos, y si lo tenemos en la mira no es un sueño imposible.
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