Tras un tira y afloja contra el Gobierno, el sistema de Justicia e, incluso, buena parte de la población, el Tribunal Superior del país levantó su censura el 21 de septiembre, de forma temporal, para que Rafiki pudiera ser considerada para los premios Óscar.
Por Patricia Martínez
Nairobi, 1 de octubre (EFE).- Tras siete días en cartelera, la película Rafiki vuelve a estar prohibida en Kenia por fomentar el lesbianismo, pero su tremendo éxito entre el público supone una grieta de esperanza en una sociedad llena de prejuicios hacia la comunidad LGTBI.
«Yo creo que el mensaje es correcto y la película en sí te da esperanza. Después de verla piensas que otras personas conseguirán también vivir su propio final feliz», expresa a Efe la keniana Gemma a la salida de los cines Prestige en Nairobi.
El éxito ha sido tan abrumado, que en los últimos días tuvo que incrementarse el número de pases diarios de uno a tres, con salas de más de 200 espectadores abarrotadas en las pocas ciudades kenianas en las que este filme fue autorizado.
Tras un tira y afloja contra el Gobierno, el sistema de Justicia e, incluso, buena parte de la población, el Tribunal Superior del país levantó su censura el 21 de septiembre, de forma temporal, para que Rafiki pudiera ser considerada para los premios Óscar.
«Es un momento triste y un gran insulto no solo para la industria fílmica, sino para todos los kenianos que apoyan la moralidad (el hecho de) que una película que glorifica la homosexualidad sea un sello del país en el extranjero», señaló entonces el Consejo de Clasificación de películas de Kenia (KFCB), que vigila que los contenidos se ajusten a los valores nacionales.
Así llegó finalmente Rafiki a la gran pantalla, bajo la advertencia en rojo de «película para mayores de 18 años» -que se proyecta en grande antes de cada sesión- pese a no mostrar más que unos cuantos besos y una implícita noche de sexo entre las dos protagonistas.
Lejos de constituir una mirada de «voyeur» a una ferviente relación amorosa adolescente, este filme retrata el fuerte rechazo social de la sociedad keniana a la homosexualidad y, por ende, al colectivo LGTBI (lesbianas, gais, transexuales, bisexuales, intersexuales).
La cinta también refleja tanto la vejación cotidiana como el abandono que padecen quienes se ven obligados a fingir ser otros.
«La gente cuando piensa en homosexualidad solo piensa en la parte sexual, pero esta película se centra en la relación humana entre dos personas, y te hace comprender que lo que ellas sienten puede sucederle también a tu hermana o a tu hermano», relata a Efe el espectador Okaka Felix.
En Kenia, las relaciones entre personas del mismo sexo están penadas con hasta 14 años de prisión y hasta hace solo unos meses era constitucional realizar al sospechoso un examen anal como prueba de su condición de homosexual.
«La historia es una historia de amor, pero a veces el amor es complicado y ahí es cuando entran los derechos humanos», reivindicó su directora, Wanuri Kahiu, en una entrevista a Efe en mayo durante el estreno de este filme en el Festival de Cannes.
«El derecho humano más importante y el primero de todos es el derecho a amar», puntualizó la cineasta.
Para Kahiu, lo que realmente es contrario a los valores nacionales es «permitir que la gente vote, pero no que se exprese», coartando la libertad de expresión y, por tanto, la democracia.
Aunque Rafiki finalmente no haya sido nominada para los Óscar como mejor película en lengua extranjera, después de perder el pulso contra la simpática Supa Modo (Likarion Wainaina, 2018), el hecho de que una obra con esta temática haya resonado a nivel global -tanto en la esfera mediática como cotidiana- es para muchos una victoria.
«Puede ser que todavía no estemos haciendo el suficiente ruido, y que aún nos quede mucho camino por recorrer -reflexiona Gemma- pero esto es, sin duda, un comienzo».