Los venezolanos soportan la peor crisis económica en la historia de la nación petrolera. Los servicios básicos como el agua corriente y la electricidad se han convertido en lujos.
Durante los últimos nueve meses, los residentes de Maracaibo sufrieron apagones escalonados, pero la situación se complicó el 10 de agosto, cuando un incendio destruyó una de las líneas principales que abastecían a los 1,5 millones de habitantes de la ciudad.
Las unidades de refrigeración dejaron de funcionar y la carne comenzó a pasarse. Al menos cuatro carnicerías han estado vendiendo productos en mal estado en Las Pulgas, el mercado central de Maracaibo.
Maracaibo, Venezuela, 23 de agosto (AP).— Los residentes de Maracaibo, una ciudad conocida en su día como la Arabia Saudí de Venezuela por su vasta riqueza petrolera, hacen ahora fila para comprar carne podrida. Los refrigeradores fallan por los cortes de electricidad que sufren desde hace nueve meses y que recientemente fueron a peor.
Algunos caen enfermos por tomar la carne estropeada, que se vende a precios muy bajos y es la única forma de poder comprar proteína ante la profunda crisis que vive el país.
«Huele un poquito mal, pero eso se lava con un poquito de vinagre y limón», dijo Yeudis Luna, padre de tres niños que compra cortes echados a perder en una carnicería en la segunda ciudad del país.
Los venezolanos soportan la peor crisis económica en la historia de la nación petrolera. Los servicios básicos como el agua corriente y la electricidad se han convertido en lujos.
El Presidente del país, el socialista Nicolás Maduro, culpa de los problemas a la guerra económica librada por Estados Unidos y otras potencias capitalistas. Omar Prieto, Gobernador del estado de Zulia, donde está Maracaibo, declaró recientemente que se estaban reparando los apagones, pero el cambio no se ha hecho notar.
A orillas de un vasto lago, la ciudad portuaria de Maracaibo sirvió en su día de centro de producción petrolera, generando casi la mitad del crudo que se exportaba al resto del mundo.
Un puente sobre el Lago Maracaibo sirve como recordatorio de los buenos tiempos. La estructura, de ocho kilómetros (cinco millas) de largo que se erigió hace cinco décadas y brillaba por la noche con miles de luces, unía la ciudad con el resto del país. Maracaibo estaba limpia y llena de restaurantes internacionales.
Hoy en día, las luces del puente no funcionan y las plataformas petrolíferas rotas vagan por un lago con las orillas sucias de petróleo. Los que fueran centros comerciales lujosos cayeron en la ruina y los negocios internacionales cerraron sus puertas y se marcharon.
Durante los últimos nueve meses, los residentes de Maracaibo sufrieron apagones escalonados, pero la situación se complicó el 10 de agosto, cuando un incendio destruyó una de las líneas principales que abastecían a los 1,5 millones de habitantes de la ciudad.
Las unidades de refrigeración dejaron de funcionar y la carne comenzó a pasarse. Al menos cuatro carnicerías han estado vendiendo productos en mal estado en Las Pulgas, el mercado central de Maracaibo.
El carnicero Johel Prieto explicó que los cortes de luz estropearon un lado de la carne que él picó y mezcló con otra fresca para tratar de enmascarar el deterioro.
Una bandeja de carne acre picada y otras piezas grises expuestas en el mostrador atraían a las moscas y a un flujo constante de clientes. Algunos se la dan a sus perros, explicó Prieto, pero hay quienes la cocinan para alimentar a sus familias.
“Claro que comen carne, gracias a Maduro”, manifestó Prieto. “La comida de los pobres es la comida podrida”.
En otro puesto, un carnicero sin camisa que fuma un cigarrillo ofrece bandejas de carne ennegrecida.
“La gente lo va a comprar”, señaló José Aguirre, mientras manipulaba un pollo en mal estado.
Luna, un vigilante de estacionamiento de 55 años, se llevó un kilo de carne a casa sabiendo que estaba mala, pero haciendo lo posible para que fuese comestible.
Su mujer se marchó a Colombia el año pasado, abandonándolo a él y a sus tres hijos de 6, 9 y 10 años. Según Luna, ya no podía soportar el hambre, y no ha vuelto a saber nada más de ella.
Mientras preparaba la carne, Luna contó que primero la enjuaga con agua y luego la deja macerando en vinagre durante la noche. Exprimió dos limones y la dejó hervir a fuego lento con un tomate y media cebolla.
Luna y sus hijos se la comieron.
“Me dio miedo que se enfermaran porque están pequeños”, apuntó. “Pero sólo le cayó mal al pequeñito, que le dio diarrea y vómito”.