Jorge Zepeda Patterson
11/03/2018 - 12:00 am
El tigre es peor que como lo pintan
Sin decirlo (no en esta ocasión pero sí en muchas otras), López Obrador está haciendo referencia a la tarea de contención que realizó en 2006 tras los comicios en los que fue derrotado en condiciones dudosas, por decir lo menos. Como se recordará, hace doce años el líder opositor perdió por una pestaña tras llevar amplia ventaja en las encuestas y padecer una jornada plagada de irregularidades, algoritmos postelectorales incluidos.
Hace unos días publiqué un artículo en el diario El País en el que me preguntaba hasta dónde se atrevería a llegar Enrique Peña Nieto en su afán de hacer Presidente a su delfín, José Antonio Meade. La pregunta es pertinente a la luz del uso faccioso que el gobierno ha hecho de la PGR y de la Secretaría de Hacienda con tal de perjudicar a los rivales de su candidato, ubicado en un desesperanzado tercer lugar en las encuestas de intención de voto. ¿Se atreverá Los Pinos a imponer un triunfo del PRI cueste lo que cueste, fraude electoral incluido?
Mi pregunta, que es la de muchos, dejaba en el aire otra interrogante, secuela de la anterior. Y en tal caso (fraude electoral), ¿qué es lo que harán aquellos a los que se les arrebate el triunfo? Este viernes Andrés Manuel López Obrador respondió de manera categórica: “Tengo dos caminos, ya lo he expresado: Palacio Nacional o Palenque, Chiapas. Si las elecciones son limpias, son libres, me voy a Palenque, tranquilo. Si se atreven a hacer un fraude electoral, me voy también a Palenque a ver quién va a amarrar el tigre. El que suelte el tigre que lo amarre”.
Sin decirlo (no en esta ocasión pero sí en muchas otras), López Obrador está haciendo referencia a la tarea de contención que realizó en 2006 tras los comicios en los que fue derrotado en condiciones dudosas, por decir lo menos. Como se recordará, hace doce años el líder opositor perdió por una pestaña tras llevar amplia ventaja en las encuestas y padecer una jornada plagada de irregularidades, algoritmos postelectorales incluidos.
En aquél momento muchos seguidores del tabasqueño concluyeron que habían sido víctimas de un fraude flagrante y quisieron actuar en consecuencia. Las corrientes radicales de la izquierda asumieron que el sistema les estaba negando el acceso al poder por vía pacífica y que la única manera de recuperarlo era a través de la violencia. Por menos que eso brotaron movimientos guerrilleros urbanos y rurales en los años setenta. López Obrador entendió que el país no estaba para desencadenar un alzamiento y mucho menos la represión que eso provocaría y optó por el plantón de Reforma como una vía para canalizar la rabia y la impotencia. Lo que muchos vieron como un acto rijoso e irresponsable fue en realidad una medida tan estratégica como inteligente para evitar un derramamiento de sangre. Pocos están enterados de los esfuerzos que debió hacer «El Peje» para acallar los tambores de guerra que atronaron entre sus filas.
Es paradójico que Vicente Fox y Felipe Calderón, quienes en su momento violentaron las instituciones, desde el intento de desafuero hasta el haiga sido como haiga sido, acusen a López Obrador de ser un peligro para las instituciones. En 2006, en la peor crisis política que el país haya vivido, fue el único de los protagonistas que actuó con un verdadero espíritu democrático.
La afirmación de López Obrador esta semana en la reunión de banqueros de Acapulco tiene pues un subtexto: “en 2006 a mí me tocó amarrar al tigre que soltaron en su afán de quedarse en el poder; si vuelven a hacerlo en 2018 tendrán que amarrarlo ustedes mismos”. O, en otras palabras, si quieren incendiar la pradera no seré yo quien la haga de bombero. Sobre advertencia no hay engaño.
@jorgezepedap
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