Las principales urbes de Bolivia son un alivio navideño para la pobreza indígena

24/12/2017 - 3:02 pm

Desde principios de diciembre es común encontrarse en las calles de La Paz con grupos de niños indígenas que se mueven alegres al son de tonadas autóctonas.

Una Niña Juega Con Una Muñeca Foto Efe

Por Gina Baldivieso

La Paz, 24 diciembre (EFE).- La pobreza extrema en algunas zonas bolivianas queda patente en la época navideña, cuando los indígenas emigran a las principales urbes del país para conseguir algo de dinero, ropa o juguetes apelando al espíritu solidario que inunda este momento del año.

Desde principios de diciembre es común encontrarse en las calles de La Paz con grupos de niños indígenas que se mueven alegres al son de tonadas autóctonas, esperando que la gente les deje algunas monedas a cambio de su arte.

Otros pequeños acompañan a sus madres en la venta callejera de dulces, pañuelos desechables o limones. También hay ancianos que recorren las calles, unos pidiendo limosna y otros tocando algún instrumento autóctono.

Es el caso de Santiago Acero Lucana, un minero retirado de 65 años proveniente de una comunidad situada en el norte de Potosí (suroeste), quien llegó a La Paz por tercera vez con la misión de reunir dinero para que sus siete hijos puedan seguir estudiando.

«Yo vengo a veces nomás, siempre para Navidad, llego por una semanita, dos días, tres días. Mis hijos están estudiando, ahora no hay producción en mi lugar, (es) muy frío, mucha altura y no hay riego», dice Acero a Efe.

Durante el día, Acero recorre el centro paceño interpretando su música con un charango o con un pinkillo (una especie de flauta andina), y luego se dirige a la terminal de autobuses para pasar la noche en un albergue habilitado allí por la Alcaldía de La Paz para acoger a los indígenas.

El albergue se abre en la época navideña y también en invierno, los dos momentos del año en que se producen estas migraciones temporales de indígenas hacia las urbes procedentes en su mayoría del norte de Potosí, una de las zonas más deprimidas del país.

Las autoridades destacaron hace unos meses que al menos 1.6 millones de bolivianos, el 17 por ciento de la población actual, salieron de la pobreza extrema en la última década y se han planteado sacar a otro tanto de esa situación hacia 2021.

Ajenos a estas cifras, los indígenas que llegan a La Paz buscan recaudar «algún tipo de ingresos para llevar a sus lugares de origen y poder sobrevivir», explica a Efe el responsable del albergue municipal, Andrés Santos.

«Cada comunidad tiene ciertas características y ciertas necesidades que no se han podido resolver y es por eso que utilizan esto de la migración temporal para poder generar recursos», señala.

El lustro que este funcionario lleva a cargo del albergue le permitió acercarse a los indígenas, tímidos y reservados en su mayoría, y conocer sus problemas y necesidades.

Algunos se trasladan a las ciudades en Navidad para conseguir juguetes para sus hijos, mientras que otros vienen «exclusivamente a trabajar» para reunir dinero, explica Santos.

Otros dejan sus comunidades en invierno porque las condiciones son muy duras, difícilmente se puede trabajar la tierra e incluso se dice que «las piedras se congelan y revientan de frío».

Por el albergue han pasado 6 mil 500 personas desde que comenzó a funcionar en 2010, ante la necesidad de dar una respuesta «a esta problemática y para conocer de mejor manera a la población que migra», señala Santos.

Ese diálogo permitió identificar el apoyo que requieren y poner en marcha dos áreas de asistencia, una social y otra educativa.

Una Mujer Y Su Hijo Reciben Regalos Y Alimentos El 22 De Diciembre Foto Efe

La ayuda comprende desde la alfabetización y el apoyo para obtener documentos de identificación, hasta talleres para dar a los migrantes herramientas que les permitan procurarse un mejor futuro.

Según Santos, muchos de los adultos que llegan hoy con sus hijos vinieron a La Paz de niños junto a sus padres. Así, estas migraciones son un «fenómeno sociocultural que se está transmitiendo de generación en generación» desde fines de los años 70, agrega.

«No está mal, uno siempre se traslada a otros lugares donde hay mayores fuentes de ingreso. Lo que está mal es naturalizar el trabajo infantil o la mendicidad», afirma Santos. Por ello en el albergue se empieza por explicar a la gente cuáles son sus derechos.

El sitio tiene capacidad para acoger a 150 personas y apenas queda espacio para caminar entre los colchones que instalan para pasar la noche.

Pero el ambiente está igualmente cargado de la solidaridad de funcionarios municipales y voluntarios que se encargan de que la gente no vaya a dormir con el estómago vacío, de que los niños pasen un rato agradable con juegos y canciones y de repartir la ropa, comida y juguetes que hacen llegar diversas almas caritativas.

Quienes quedan fuera porque el albergue ya está lleno tienen que pasar la noche en improvisadas camas en el piso de la terminal, o en la calle, con la esperanza de que tener mejor fortuna al día siguiente.

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