La popularidad del presidente Enrique Peña Nieto es compañera de tobogán de la expectativa económica: van cayendo al mismo ritmo y velocidad, y ninguna de las dos es una buena noticia. La caída del presidente no es solo un dato de opinión pública, que se traduce en más chistes, sino de debilidad política, y la caída de la economía es más que una cifra, es un dato que se mide, a fin de cuentas, en el número de fideos en la panza de los mexicanos.
La gran expectativa que nos vendió el gobierno del PRI fue la capacidad para reactivar la economía. El diagnóstico era claro y preciso: hay que quitar las grandes taras que impiden el crecimiento, y para ello hay que hacer reformas estructurales. Las reformas se hicieron con el apoyo de los partidos de oposición, pero la normatividad de éstas, y por tanto su operatividad, está estancada en medio de jaloneos de grupos de interés. La gran fuerza que mostró el gobierno federal al principio del sexenio se ha ido diluyendo en la medida que ha tenido que ceder frente a los grandes actores económicos, y lo peor, apostó su resto en una reforma hacendaria que pegó en la línea de flotación de los pequeños negocios. El resultado no podía ser peor: los grandes grupos, nacionales y extranjeros, no toman decisiones de inversión por falta de claridad en las leyes secundarias de las reformas, y la pequeña y mediana empresa, que mantiene el empleo, quedó paralizada por la reforma fiscal.
Por segundo año consecutivo la expectativa de crecimiento quedará muy por debajo de lo previsto por la secretaría de Hacienda. Este incumplimiento de las expectativas genera un doble problema para los negocios y las familias: no solo les afecta la falta de oportunidades por el escaso crecimiento, sino que las inversiones que se realizaron ante una promesa de recuperación económica no tienen el retorno esperado, lo que pone en riesgo el patrimonio. Cuando esto sucede por dos años consecutivos, como es el caso, la lectura no puede ser más que un sentimiento de engaño.
Los políticos son animales de presa y clavan el colmillo donde huelen debilidad, y la de Peña Nieto es la caída de su popularidad. La relación con el Congreso se va a complicar en los próximos meses y a partir del segundo informe se abrirá la temporada electoral de cara a la renovación del Congreso y con ello la de mezquindad política. Ahí pues, el presidente tendrá que poner su resto en los próximos meses para sacar las leyes secundarias, aunque siga perdiendo popularidad. Si se dedica a cuidar su imagen ahora, queriendo recuperar con televisión lo que se perdió por la economía, lo que que pone en riesgo es más que su imagen; es la posibilidad de dar resultados en la segunda mitad del sexenio.