Sigo pensando que el mejor aporte de Miguel Hidalgo a la Patria es el puente del 16 de septiembre, aunque para lograrlo haya tenido la invaluable ayuda de dos enemigos de la misma: Maximiliano de Habsburgo, quien inventó eso de salir al balcón para recibir el saludo de los súbditos, tal como lo hacía su padre en Austria, y de otro innombrable, don Porfirio Díaz, quien decidió que nada mejor como festejar con dinero del ajeno y le agregó al saludo de los súbditos una verbena popular el día 15 en la noche, el mero día de su cumpleaños. Pero aceptemos que la idea original de hacer de México una nación independiente (y por lo mismo del puente) fue de Miguel Hidalgo y por ello le estaremos eternamente agradecidos.
¿Qué significa, hoy, ser una nación independiente?, o si se prefiere, ¿que tan independientes somos realmente como país para tomar las decisiones que nos afectan y para decidir el rumbo? Los complotistas dirán que nada, que las decisiones se toman en Washington, que el gobierno es un títere del capital internacional, y nosotros unas pobres víctimas idiotizadas (lo idiotizado no nos quita el carácter de víctimas, porque en este discurso lo fundamental es la auto conmiseración). Sin caer en esos extremos podemos decir que hoy México, si bien es un país que toma sus propias decisiones para elegir a sus gobernantes (que nadie se llame se lave la culpa, los que tenemos y los que hemos tenido en los últimos años los elegimos nosotros), decide su forma de gobierno y toma sus propias decisiones en política interna y externa, también es cierto que en materia económica nuestros márgenes son cada día más estrechos, más por lo que hemos dejado de hacer que por la culpa de otros.
Ahora sí que no tiene a culpa el ladino sino el que lo invita de padrino. Después de dar muchos tumbos, en el salinato los mexicanos decidimos vincular de una manera más clara y definitiva nuestra economía a la estadounidense. Ya eran nuestros principales socios comerciales, pero a partir del TLC decidimos hacerlos casi únicos; ya andábamos con ellos, pero en ese momento decidimos compartir la casa. Hicimos, para bien y para mal, una economía monogámica. El 80 por ciento de nuestras relaciones comerciales son con un solo país, lo cual tiene algunas ventajas y un altísimo costo en términos de independencia.
En los años 80 decíamos que en los medios la única independencia posible era la pluridependencia: cuando dependes de muchos no dependes de nadie. Algo similar sucede en economía. Brasil, por ejemplo, tiene al menos cinco países con los que mantiene intensas relaciones comerciales de ida y vuelta. Si bien China ha aumentado significativamente su importancia, la relación con Estados Unidos, Argentina y Japón equilibran las fuerzas. En México no tenemos esa baraja de posibilidades y cada decisión económica que tomamos estamos más atentos a cómo se recibe en Washington y que opina el New York Times o el Wall Street Journal que a la opinión de nosotros mismo.
La independencia es un valor pero también una condición. La independencia no se proclama por Facebook o Twitter, la independencia se construye.