La reacción de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) a la reforma educativa era tan previsible como una lluvia de verano; si todos los años en esta ciudad llueve en agosto, nadie puede decir que la tormenta de ayer le tomó sorpresa. Los maestros de la Coordinadora son más predecibles que el Big Ben. Nunca se han salido de su guión y desde que comenzó a hablarse de la reforma educativa el escenario más previsible era este. No se podía tener certeza de cómo iba a reaccionar el sindicato que hasta hace un tiempo encabezaba «La Maestra» Gordillo; no había claridad de cómo iba a votar la izquierda ante una reforma como la que planteaban Peña Nieto y los grupos empresariales que la empujaban; de lo que no había duda era que los maestros de la CNTE no iban a estar de acuerdo y que saldrían a las calles.
El asunto no es pues si estamos de acuerdo o no con los maestros y sus métodos, sino la falta de operación política de quienes, curiosamente, se vendieron como los grandes expertos en ese tema. Tenemos un Secretario de Educación, Emilio Chuayffet, cuya experiencia no es en materia educativa sino política, y lo entendimos porque el diagnóstico era muy claro: el problema de la reforma es político. Pero, curiosamente, cuando aparece el conflicto, el Secretario de desaparece. El titular de Gobernación, Miguel Ángel Osorio, tampoco le ha entrado al tema; el Jefe de Gobierno, Miguel Ángel Mancera, hace como que la virgen le habla; los gobernadores, con tal de tenerlos lejos no sólo no ayudan a resolver el problema sino que apoyan la marcha, y todos quieren que el Legislativo tome la decisión, como si la reforma fuera sólo un asunto de leyes.
El gobierno federal y los gobiernos de los estados son los que tienen la rectoría en materia de educación y son ellos los que deben entrarle al toro. Los gobernadores son felices porque la descentralización de tiempos de Zedillo les dio el manejo de los recursos para educación, pero ninguno ha querido tomar las responsabilidades que les confiere la ley, menos aún los problemas políticos que implica el manejo de la educación
El conflicto magisterial puede brincar fácilmente a un asunto de gobernabilidad. Ya sabemos lo que pasó en Oaxaca en el 2006; vimos los coqueteos y ligas con los grupos de auto defensas a principios de este año en Guerrero y Michoacán; conocemos los vínculos que tiene la Coordinadora con lo que queda de los grupos guerrilleros que aparecen y desaparecen pero nunca se han terminado de extinguir. Si el gobierno federal y los gobiernos de los estados no se abocan a escuchar y entender el movimiento, y toman decisiones rápidas para atajar el problema, si cada uno sigue por su hebra y no lo operan de manera conjunta con el Gobierno del Distrito Federal, lo que ahora vemos cómo unas molestas manifestaciones en unas semanas puede convertirse en la tormenta perfecta. La suma de violencia, desaceleración económica, falta de empleo y esperanza de futuro, con el descrédito de las autoridades y la crispación social son demasiadas nubes y demasiado densas.
Se está formando la tormenta y no parece haber nadie en el timón del barco. Capitán sólo hay uno.