Si alguien representa en el mundo la síntesis de la corrupción de los medios y la política ese es el tres veces presidente del consejo de ministros de Italia y recién condenado a prisión, Silvio Berlusconi. Digamos que en la metáfora de los patos y las escopetas, Berlusconi es al mismo tiempo la escopeta que se vuelve pato y el pato que se vuelve cazador.
Uno de los signos más preocupantes de la decadencia de las democracias en el mundo es la confusión de roles de los medios y la clase política. A lo largo del siglo XX, la prensa y los medios electrónicos se concibieron como un contrapoder, un equilibrio necesario ante los abusos del poder público. El poder de los medios, con todos sus defectos y abusos, ventilaba la política. En Estados Unidos se utilizaba incluso la imagen de que los medios eran los perros guardianes de la democracia, una metáfora que no nos deja muy bien parados a los periodistas pero que describe bastante bien el rol social esperado de este oficio.
Los medios siempre han querido influir en la elección de los poderes, y los poderes en el contenido de los medios, pero fue Berlusconi, un abogado milanés interesado en temas publicitarios, y unos de los beneficiarios de la apertura de la radio y la televisión en Europa (una apertura tardía con respecto a sucedía en México, pues la televisión privada en Italia comenzó en los setenta y en Francia y España hasta los ochenta), el primer empresario de medios que uso su plataforma para convertirse en presidente de su país, con resultados desastrosos. Hay otros ejemplos en el mundo, pero ninguno de manera tan burda y ninguno en un país perteneciente a las grandes economías del mundo.
La crisis del modelos de negocio de los medios y la falta de legitimidad de los gobiernos ha provocado que lo que antes se concebía como una frontera infranqueable hoy sea una espacio gelatinoso y difuminado donde la política y medios de comunicación terminan por ser una misma cosa, con personajes que pasan de un lugar a otro sin mediaciones. Cuando los medios están al servicio de la política se pierde la posibilidad de la construcción de un pensamiento crítico masivo con capacidad de influencia a través de la evaluación y fiscalización de las políticas públicas. Cuando la política está el servicio de los medios, como sucedió en México en los sexenios de Fox y Calderón, se pierde el sentido público de los medios. Pero, lo más delicado es que las lógicas mediáticas terminan imponiéndose sobre las políticas, se gobierna desde, por y para la televisión, se banaliza el discurso, y el rating y la popularidad se convierten en los puntos de referencia únicos para la toma de decisiones.
Italia vivió con Berlusconi lo peor de la mediocracia, que es apropiación del poder público por un empresario de medios, pero los mexicanos no estamos lejos de tropezar con situaciones similares si no ponemos límites y volvemos a dejar claras las fronteras entre el mundo de los patos y el mundo de las escopetas.