Microhistorias: Juan José, el otro Arreola

Ciudad de México, 26 de septiembre (SinEmbargo/WikiMéxico).- Nació en 1918, en un México asolado por los últimos años de la revolución mexicana y creció entre el caos de otra rebelión: la cristera. Su lugar de nacimiento se encontraba en el epicentro del conflicto: Zapotlán, Jalisco.

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La miseria y la guerra marcaron la infancia de Juan José Arreola; las circunstancias lo llevaron a ser autodidacta; dicen que aprendió a leer de “oídas”; su memoria era extraordinaria y recorrió todos los oficios habido y por haber para ayudar al sostenimiento de su familia: encuadernador, ambulante, periodista, cargador, cobrador, panadero, impresor, comediante, corrector de estilo y autor de cuartas de forros.

El joven Arreola se sabía brillante; su extraordinaria memoria la mostraba a las primeras de cambio; rápidamente supo su lugar en las letras; a los 31 años de edad publicó su primer libro Invención varia (1949) y tres años después una obra que se converitiría en uno de los clásicos de la literatura mexicana: Confabulario (1952).

Arreola actuaba por impulso, en plena segunda guerra mundial le pareció buena idea hacer un viaje a Francia; llegó a la ciudad Luz pocos días después de haber sido liberada del yugo nazi por los aliados en agosto de 1944.

Sin embargo, no era un intelectual; no se detenía en la reflexión ni transitaba por el mundo de las ideas; era un artista que recorría las calles, que compartía la vida cotidiana, que observaba, que hablaba, recogía sensibilidades y luego creaba. Su estancia en París no fue la del intelectual refinado, sino la del hombre común que vivió las carencias, el dolor, la escasez de la población francesa que salía de la guerra.

Arreola no tenía apego por los objetos ni los afectos; siempre se encontraba en huida, en fuga permanente. La distancia con su familia a la que siempre procuraba, también fue una constante.  Junto con Juan Rulfo, Arreola fue el otro gran escritor mexicano que sobresalió entre la década de 1940 y 1950.

Pero más allá de la vida del escritor se encontraba su dimensión humana. Juan José Arreola encontró en el ajedrez uno de los pasatiempos que más lo apasionó en su vida. En alguna ocasión invitó a Guadalajara al adolescente Bobby Fischer, campeón de ajedrez de Estados Unidos y más tarde campeón mundial. También le gustaba jugar ping-pong, era aficionado a las carreras de automóviles y de  bicicletas

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El crítico literario Emmanuel Carballo escribió: “Los mejores textos de Arreola no se escribieron, se los contó a sus amigos y amigas. Tenía una gran facilidad de palabra, y un rico vocabulario. Era ocurrente, inventaba algo grande de una pequeña cosa. Era uno de esos talentos apabullantes que te dejaban sin aliento”.

El lunes 21 de septiembre, como un acto de justicia con las letras y con su tierra, los restos de Juan José Arreola fueron trasladados a la Rotonda de los jalisciences ilustres.

 

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