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Rubén Martín

25/07/2021 - 12:04 am

Alto a la devastación minera

Detrás de cada joya de oro hay un proceso de explotación y extracción de toneladas de tierra, explosivos y contaminantes.

Detrás de cada joya de oro hay un proceso de explotación y extracción de toneladas de tierra, explosivos y contaminantes. Foto: “Así se ve la minería en México”, Fundar.

Comprometerse con otra persona para vivir juntos, no necesariamente casarse, suele ir acompañado de gestos románticos como regalar sortijas de oro a la persona elegida. Pero seguramente pocos saben que este gesto romántico y memorable en la vida de las personas tiene tras de si uno de los procesos extractivistas más devastadores para el medio ambiente y perjudicial para las comunidades que habitan las tierras explotadas.

Detrás de cada joya de oro hay un proceso de explotación y extracción de toneladas de tierra, explosivos y contaminantes. A diferencia del pasado, donde esa actividad la realizaban mineros que con sus manos cavaban cerros para extraer el oro y otros metales, ahora la extracción de los metales preciados se realiza mediante la minería a cielo abierto. En México, 70 por ciento del oro que se extrae es mediante la técnica de tajo a cielo abierto, “que es la práctica más devastadora para los territorios”, según denunció Fundar y distintas organizaciones.

Pocos imaginarán que para hacer posible un anillo de oro de apenas unos gramos,es necesario intervenir la tierra en dimensiones mayúsculas. Cito como ejemplo dos minas: la del Cerro San Pedro, en San Luis Potosí, que tiene un diámetro de 1.5 kilómetros en tanto, la mina Carrizalillo, en Guerrero, tiene un diámetro aproximado de 5 kilómetros, de acuerdo con información del Centro Mexicano de Derecho Ambiental (Cemda). “A partir del uso de toneladas de explosivos y maquinaria de tamaño descomunal, estas empresas en muchos casos destruyen serranías completas abriendo grandes tajos”, reveló Cemda.

La técnica extractiva de esas montañas de tierra de donde se pretende extraer oro (u otros metales) se lleva a cabo mediante procesos extremadamente destructivos y contaminantes. “Para obtener una onza de oro se utilizan 40 kilogramos de explosivos, se consumen de 150 mil a 200 mil litros de agua y se emiten alrededor de 650 kg de CO2 a la atmósfera, junto con otros gases altamente tóxicos”, se explica en el sitio “Así se ve la minería en México”. Eso es sólo para extraer una onza (30 gramos).

“En ocasiones, montañas completas son excavadas y procesadas con agua concentrada con cianuro, elemento sumamente tóxico que separa el oro del resto de los componentes de la tierra. Una vez cianurada la tierra, se depositan montañas de desechos en escolleras a la intemperie. Para sostener esta actividad, la empresa tiene derecho preferencial a utilizar el agua y la electricidad que podrían abastecer a una ciudad de 200 mil habitantes”, explica Cemda en su documento citado.

Habitualmente en México se extrae entre uno y dos gramos de mineral por cada tonelada de tierra explotada. Pero las minas mexicanas extraen toneladas de oro: la mina Peñasquitos en Zacatecas saca un millón de onzas de oro al año, mientras que la mina Los Filos de Equinox Gold, en Guerrero, extrae 280 mil onzas al año, según información de Miguel Ángel Mijangos, de la Red Mexicana de Afectados por la Minería (Rema) en entrevista para Radio Universidad de Guadalajara.

Recordemos: para sacar una o dos onzas, es necesario explotar una tonelada de tierra. Es decir, extraer un millón de onzas supone una devastación, extracción y contaminación de dichos territorios de modo mayúsculo que transforma el panorama en cuestión de modo radical y para siempre.

Los dueños de las minas, agrupados en la Cámara Mexicana de la Industria Minera (Camimex), obviamente, defienden su negocio. Dicen que crean más de 370 mil empleos y que dejan gran derrama económica. Según el informe 2019 de la Camimex, en ese año el volumen del negocio minero fue de 228 mil millones de pesos y aseguran que pagan hasta 18 por ciento de impuestos por sus actividades.

Pero los costos que deja este modelo extractivo es inmensamente más caro que sus supuestos beneficios. En un estudio sobre una mina de oro en Mezcala, Guerrero, los investigadores de la Universidad Autónoma de Guerrero, José Luis Ramírez y Neftalí García, analizaron los impactos económicos, sanitarias y sociales que deja la minería a cielo abierto.

Como impactos positivos citan la generación de empleos directos e indirectos, subsidios y creación de infraestructura para la comunidad. Los impactos en la vida cotidiana fueron el abandono de la actividad agropecuaria y ganadera, crecimiento de actividades comerciales, surgimiento de conflictos comunales por el pago de tierras utilizadas por la mina, incremento de ingesta de bebidas alcohólicas, aumento de actividades delictivas y prostitución, cambio en las fiestas religiosas y menor cohesión social.

Hubo cambios relevantes a la salud: proliferación de enfermedades dermatológicas por los químicos utilizados en las actividades mineras. Y en el medio físico desaparición de cerros y aparición de oquedades, así como notoria reducción del cauce del río del pueblo. Lo que ocurre en esta mina en Mezcala, Guerrero, ocurre prácticamente en todas las minas a cielo abierto del país.

Por esa razón cientos de pueblos y comunidades se oponen a la minería a cielo abierto en particular y a las actividades mineras en general. Varias comunidades no sólo resisten con movilizaciones y protestas a la implantación de proyectos mineros, también han presentado demandas y amparos para tratar de revertir las concesiones mineras entregadas por el Gobierno federal.

Y en no pocas ocasiones las empresas mineras utilizan a poderes locales y su fuerza pública para amenazar, demandar legalmente o incluso usar la violencia contra las comunidades que rechazan los proyectos mineros. Decenas de personas han sido desaparecidas o asesinadas en estos casos de resistencia ante proyectos mineros. De acuerdo a los archivos del Cemda, desde 2012 hasta diciembre de 2019 se han documentado 71 casos de agresiones a personas defensoras que se oponían a proyectos mineros.

Entre ellos se encuentra Mario Abarca Roblero, quien encabezó la lucha de Chicomuselo, Chiapas, contra la empresa canadiense Black Fire Exploration, que entró al ejido Grecia para extraer barita. En su lucha, Mariano Abarca fue amenazado de muerte en varias ocasiones directamente por empleados de la empresa. Debido a ello, el 22 de julio del 2009 acudió a la Embajada de Canadá en México para denunciar las amenazas y los riesgos contra su vida y demás habitantes de Chicomuselo que se oponían a la minera canadiense.

Días después de esta protesta Mariano Abarca fue arrestado por una demanda de la minera que lo acusó de varios delitos, entre ellos asociación delictuosa y delincuencia organizada; gracias a las protestas fue dejado en libertad. Lamentablemente, las amenazas contra Abarca se cumplieron y fue asesinado el 29 de noviembre de 2009. Justo en su honor, organizaciones mexicanas, canadienses y de América Latina declararon el 22 de julio el Día Mundial Contra la Minería a Cielo Abierto.

La minería en general, y más la de cielo abierto, produce enormes costos y generan graves afectaciones a las comunidades donde opera. Es rentable para las empresas porque estas externalizan los costos ambientales (como de por sí opera el capitalismo) pero deja que las poblaciones y la sociedad mexicana en su conjunto paguemos enormes costos ambientales, sociales, económicos y políticos para que un puñado de corporaciones obtengan inmensas ganancias por esta actividad extractiva. Se debe poner un alto ya a la devastación que deja la minería en México y el mundo.

 

Rubén Martín
Periodista desde 1991. Fundador del diario Siglo 21 de Guadalajara y colaborador de media docena de diarios locales y nacionales. Su columna Antipolítica se publica en el diario El Informador. Conduce el programa Cosa Pública 2.0 en Radio Universidad de Guadalajara. Es doctor en Ciencias Sociales. Twitter: @rmartinmar Correo: [email protected]
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