En su nuevo libro, Morábito examina las situaciones que a veces escapan de la comprensión del ser humano: la perfección de un clavo en la pared, los anuncios de paso de fauna o los extras en las películas. A través de su literatura exacerba las situaciones y voltea a ver lo que muchas veces consideramos nimiedades.
Ciudad de México, 24 de junio (SinEmbargo).– Fabio Morábito es conocido por levantarse temprano a escribir, hacerlo mientras las demás personas se preparan para salir a trabajar o están descansando. En la pandemia este acto no fue la excepción, su rutina era la siguiente: el despertador sonaba a las 05:30 de la mañana, media hora después se encontraba preparando un café, para posteriormente sentarse frente a su computadora, espacio del que no se levantaba hasta después de cuatro o cinco horas de escribir.
De esta manera fue como surgió su último libro de cuentos La sombra del mamut (Editorial Sexto Piso) en donde a través de más de 20 relatos muestra una serie de personajes e historias que tocan la vida cotidiana del ser humano y su condición.
En entrevista con SinEmbargo, el escritor originario de Alejandría, Egipto, detalló que durante el inicio de la pandemia de COVID-19 estaba escribiendo poesía, pero de pronto una historia llegó a su cabeza y se volcó a desarrollarla. “Tal vez ha sido el libro de cuentos que he escrito con más libertad de imaginación, es decir, abordo historias que parten de hechos bastante paradójicos o aparentemente no dan para una historia”, señaló.
Las historias que se presentan en el libro parten de situaciones u objetos a los que no les prestamos mucha atención día a día, por ejemplo “Paso de Fauna”, título que tomó Fabio Morábito después de que hace años en una carretera vio varios cárteles que tenían esa expresión.
“Uno no sabe por qué ciertas cosas te llaman la atención y otras no; puede ser una frase, algo que se vio, algo que se leyó o una situación que se presente y que hace sentir que hay una historia potencial, aunque muchas veces eso no lleva a nada. Yo tengo muchos cuentos que fracasan porque lo que creí que podía ser el principio de un cuento finalmente se develó que no lo era, pero en todo caso siempre actúo de la misma manera: a partir de muy poco empiezo a escribir y el cuento se va haciendo el solo, tratando de no imponer ideas o situaciones preconcebidas sino pensando en que la historia se vaya armando sola”, explicó.
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—¿Por qué narrar lo que parecen nimiedades y voltear a ver estas situaciones?
—La cotidianidad nos alimenta todo el tiempo, aún en la historia más increíble de ciencia ficción encontramos muchos elementos cotidianos, puertas que se abren y se cierran, alguien que toma un vaso con agua, es decir, sin esos elementos no podríamos conectarnos con la historia que son el mobiliario familiar que nos permite identificarnos con un espacio o con un personaje.
En los cuentos -explica Morábito- hay una mirada hacia espacios marginales laterales, por ejemplo, el titulado “Extras”, que narra cómo las comparsas cinematográficas a veces solo constituyen un trasfondo escénico para que fijemos la vista en los protagonistas, pero, “¿qué tal si invertimos la moneda y hacemos a los extras protagonistas? Porque ellos cumplen con una tarea humana. Entonces, muchas veces sólo basta preguntarse algo para que un elemento que parecía anodino comience a cobrar importancia”.
—¿Qué pasa con los espacios inadvertidos que cobran también relevancia en los textos? ¿Por qué voltear a ellos?
—Es algo inherente en mi manera de escribir y por consiguiente de ver la realidad, siempre me han atraído los espacios aparentemente muertos, inadvertidos. También me he preguntado quizás por un exceso de animismo de mi parte, es decir, siempre atribuir a los objetos y las cosas un sentido animal, un sentido inteligente. Entonces, volteo y me pregunto cómo debe ser la vida de un muro y tiendo a fijarme en cosas que no están en primer plano. No todas mis historias tienen que ver con esta marginalidad, pero digamos que en ese espacio inadvertido siempre encuentro algún motivo para arrancar una historia.
—En cada uno de los cuentos los personajes son diferentes, pero todos ellos son muy humanos y cercanos al lector, ¿cómo te acercaste a la construcción de ellos?
—La pandemia me ayudó mucho, yo creo que todos los escritores vivimos una especie de pandemia permanente porque siempre estamos un poco encerrados, pero el hecho de no tener otro tipo de obligaciones, de no tener que salir ni ver a nadie y presentarse en algún lugar, todo eso ayudó a que estuviera más concentrado. Me gusta mucho pensar en la imagen de un arqueólogo, quienes sacan la osamenta de un dinosaurio, así es como veo la tarea del narrador, que con mucho cuidado hay que sacarla. Entonces, los personajes parece que no tienen importancia, pero de pronto la historia va hacia ellos. Se trata un poco del misterio.
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La familia de Fabio Morábito es de Italia, él nació en Egipto y llegó a México desde muy temprana edad sin saber español. Hoy es uno de los grandes poetas y cuentistas en esta lengua. Ha obtenido premios en Francia y se le ha galardonado con el Xavier Villaurrutia, además su vida siempre está presente en sus textos.
“Todos los que escribimos partimos siempre de un hecho que pertenece a nuestra vida, puede ser mínimo, casi te podría decir que todos los cuentos tienen que ver con una experiencia propia. Por ejemplo, en el primer cuento ‘El clavo en la pared’ esa situación me pasó: de pronto clavé un clavo y me sorprendió el centro perfecto con el que había dado. De ahí no pasó, pero en el cuento se desarrolla una historia que evidencia una sutil ruptura en la pareja”.
—En el cuento “Artemisa y el Ciervo” narras a un músico de una sola nota, ¿te has considerado escritor de un solo libro o un solo género?
—Ese argumento se lo robé a Hitchcock. En un libro de (François) Truffaut, sobre entrevistas que le hace a Hitchcock narra este hecho como algo que él siempre quiso filmar pero que nunca lo hizo: un hombre que toca un instrumento de aliento, una flauta o un pícolo. Al cineasta le parecía fascinante el hombre de una sola nota, cuando yo leí eso, pensé: claro que es fascinante, aquí hay un cuento, mi cuento es más complejo, pero se mantiene esta situación de un hombre que sólo toca una nota y además es un verdadero neurótico porque siempre duda de que la tocó bien.
Eso me atraía demasiado, que muchas veces estamos en esa situación en que tenemos una sola posibilidad y tenemos que dar en el blanco y hay tantas posibilidades de equivocarnos como de no equivocarnos. Eso crea la neurosis en el personaje, porque nunca está satisfecho; él sabe que lo hizo mal a pesar de que el público lo ovaciona. Ese es el drama del artista: él sabe cosas que los demás no saben o ignora cosas que los demás saben, pero finalmente no logra embonar con su público, aunque lo elogien, lo adore, lo venere, siempre hay una gran diferencia de comprensión de lo mismo.
Existe una teoría que Morábito no se ha sacado de la cabeza: el Sol tiene una caducidad y eso lo ha llevado a pensar en que hemos sido educados para pensarnos eternos no en vida material, pero sí en las obras que dejamos, “ahora sabemos que nunca lo seremos, porque todo se acabará, por lo tanto la memoria, y eso relativiza la importancia de lo que hacemos día a día”, finalizó.