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María Rivera

21/07/2021 - 12:03 am

La tercera ola

Lo único que nos queda, querido lector, es oponernos activamente a la locura por venir.

La pandemia está activa. Foto: Cuartoscuro.

Pues ahí vamos, querido lector, o ya andamos por ahí, en la pendiente de la ola que parece tsunami, la verdad. Era previsible, la variante Delta del coronavirus es mucho más contagiosa y se advirtió desde hace meses que se volvería predominante en el mundo, además de que afectaba más a poblaciones pediátricas. Por eso, muchos países aceleraron la vacunación e incluyeron rápidamente a adolescente mayores de 12 años, en cuanto se aprobó de emergencia la vacuna de Pfizer. Otros, como México, sencillamente la subestimaron, como el gobierno ha venido haciendo desde que empezó la pandemia. De incluir a los adolescentes de manera urgente en el plan nacional de vacunación, nada. Sencillamente no los contemplan, como si la Cofepris no hubiese ya autorizado la vacuna para ellos y como si no fueran una población prioritaria (si es que se privilegia que regresen a las clases presenciales) y completamente desprotegida. Estas decisiones solo se explican porque nos gobierna un presidente incapaz e indolente, que designó a un político charlatán e irresponsable, en lugar de un médico con ética, como encargado de la estrategia contra el covid.

Esto, sin embargo, no es tan grave como la actitud que el presidente López Obrador ha tomado frente a los resultados catastróficos producidos por la ineptitud del subsecretario López Gatell. Los cientos de miles de muertos no han sido una evidencia, irrefutable y trágica, del fracaso de su estrategia, suficiente para que rectificara. No, el presidente está ciego y sordo ante la mayor catástrofe de salud en el país. Parece creer, como una buena parte de los mexicanos, engañados por López Gatell, que esta catástrofe era inevitable y ha demostrado ser incapaz de escuchar a los expertos y a los críticos que reiteradamente le señalan lo contrario. Así, iluminado por la ceguera y la terquedad, ahora cree que puede reabrir el sector escolar en un mes, en el punto álgido del tercer repunte, y con toda la población escolar desprotegida. Como confiaba en sus estampitas, ahora confía, nuevamente, en que su obstinación logrará cambiar la indomable realidad, aunque le haya demostrado, una y otra vez, en la pandemia, que se equivoca. En su obcecación no le importa, obviamente, que niños y adolescentes puedan enfermar gravemente, desarrollar secuelas incapacitantes o morir. O que se aceleren los contagios y el virus pueda sufrir una mutación aún peor que ponga en riesgo la efectividad –ya disminuida por la variante Delta- de las vacunas, afectando no solo a México, sino al mundo entero.

Así, asistimos ya al tercer capítulo de la desgracia que nos tocó vivir: la locura de un gobierno que nos va dejando cada vez más solos, instaurando la ley del más fuerte, más apto, mejor vacunado, más rico, para sobrevivir. Baste ver las medidas que la Secretaría de Salud ha estado tomando en las últimas semanas, para darse cuenta de que decidieron dar por terminada la epidemia como una medida demagógica, irresponsable y criminal. Y es que, en la antesala del repunte y de que la variante Delta se volviera predominante, la Secretaría de Salud decidió cancelar las conferencias vespertinas, enviando el mensaje a la gente de que la epidemia había terminado, por efecto de la vacunación, que es aún insuficiente del todo para controlarla. Luego, ante el innegable repunte decidió ya no publicar el semáforo de riesgo, ni las gráficas que muestran el vertiginoso ascenso en el que nos encontramos, con los contagios aumentando exponencialmente.

No, lo que el gobierno decidió fue, mejor, modificar la percepción de la gente, antes que modificar las acciones para contener lo que, a todas luces, es no solo un serio repunte, sino una faceta agravada de la epidemia. Así, anunció que modificaría el semáforo de riesgo, dándole prioridad a las muertes y hospitalizaciones como parámetro, en lugar de los contagios, y anunciando que las medidas necesarias para contener la expansión de la epidemia, como son cierres económicos y del sector escolar, no se aplicarían aun estando en el grado máximo de riesgo. O sea, se modificó el semáforo para darle gusto a la orden del presidente de reabrir el sector escolar, y mantener abierto el sector económico, aunque esto signifique el aumento exponencial de los contagios y con ello la pérdida de vidas o que millones de personas desarrollen graves secuelas. Es una locura fascista que privilegia las ganancias políticas o económicas sobre la vida y la salud de las personas.

Nos encontramos, pues, y nuevamente, solos ante el horror, pero ante un horror distinto y escalofriante: un horror que no tiene consciencia de serlo, y por ello se multiplica. Un horror que ninguna autoridad va a detener hasta que sea demasiado tarde, nuevamente, y haya cobrado miles de vidas.

Lo único que nos queda, querido lector, es oponernos activamente a la locura por venir, tajantemente, y proteger lo mejor que tenemos y donde reside nuestro único futuro: los niños, las niñas, los adolescentes de este país completamente vulnerables al covid y a sus terribles secuelas.

Es una obligación ética no sucumbir a la locura de políticos irresponsables y proteger la salud y la vida de niños y adolescentes. No hay, en medio de una ola de covid, ninguna medida escolar capaz de protegerlos del contagio, salvo la vacunación. Exijamos pues, lo sensato y lo puramente humano; que antes de reabrir las escuelas el presidente López Obrador, al menos se encargue de que cada mexicano, mayor de 12 años, esté vacunado.

Ningún niño o adolescente merece morir o llevar una vida de discapacidades por la monstruosa, criminal incapacidad de los políticos, de ninguno.

María Rivera
María Rivera es poeta, ensayista, cocinera, polemista. Nació en la ciudad de México, en los años setenta, todavía bajo la dictadura perfecta. Defiende la causa feminista, la pacificación, y la libertad. También es promotora y maestra de poesía. Es autora de los libros de poesía Traslación de dominio (FETA 2000) Hay batallas (Joaquín Mortiz, 2005), Los muertos (Calygramma, 2011) Casa de los Heridos (Parentalia, 2017). Obtuvo en 2005 el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes.
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