Antonio Salgado Borge
18/05/2018 - 12:00 am
¿Podemos confiar en las encuestas?
Cuando se trata de decidir si confiar en las encuestas sobre la elección presidencial, para algunos sólo hay dos opciones disponibles: encendido y apagado. Los siguientes escenarios son de sobra conocidos. Escenario A: Reforma, El Financiero, Mitofsky, Bloomberg o El País dan a conocer resultados de encuestas o promedios de encuestas que muestran que AMLO […]
Cuando se trata de decidir si confiar en las encuestas sobre la elección presidencial, para algunos sólo hay dos opciones disponibles: encendido y apagado. Los siguientes escenarios son de sobra conocidos.
Escenario A: Reforma, El Financiero, Mitofsky, Bloomberg o El País dan a conocer resultados de encuestas o promedios de encuestas que muestran que AMLO saca entre 15 y 20 puntos de ventaja a Ricardo Anaya. Inmediatamente, los seguidores del candidato de Morena afirman que su llegada al poder es un hecho consumado y que sólo un fraude podría evitar que su candidato sea nuestro próximo presidente. Por su parte, los simpatizantes de Ricardo Anaya se apresuran a decir que las encuestas no indican nada o que la “verdadera encuesta es el primero de julio”.
Escenario B: Son publicados los resultados de la encuesta de GEA-ISA o de Massive Caller, que muestran a Ricardo Anaya debajo de AMLO por entre 5 y 8 puntos porcentuales. Acto seguido, los simpatizantes de Ricardo Anaya afirman que estas encuestas son prueba contundente de que “sí se puede”; que el panista está a un paso de arrebatar el primer lugar al candidato de Morena. Con frecuencia, quienes comparten estas encuestas son los mismos que días antes habían desestimado a las encuestas en general. Enseguida, los simpatizantes de AMLO aparecen para decir que GEA-ISA o Massive Caller son encuestadoras cooptadas y que sólo pueden ser correctas aquellas que dan una enorme ventaja a su candidato.
Los anteriores escenarios muestran dos distintas formas como se puede perder piso en la discusión sobre la fiabilidad de las encuestas cuando el fanatismo o la conveniencia se convierten en los criterios que nos llevan a confiar en una fuente. Y este año hemos visto que hay al menos dos formas en que se puede perder piso:
(1) La primera es desestimar las encuestas en general; es decir, concluir que las encuestas son un instrumento intrínsecamente fallado que jamás podrá ofrecer resultados que representen el sentir de la población en un momento dado. De esta forma, sería un hecho netamente fortuito si algunas encuestas llegan a acercarse al resultado final. Por radical o extremo que pueda parecer, este argumento ha sido repetido en los últimos días a diestra y siniestra sin empacho alguno. Por ejemplo, en Imagen TV, se explicó, sin pudor, que de una muestra relativamente pequeña es imposible predicar resultados a la generalidad de una población.
Argumentos de este tipo están rotundamente equivocados y sólo pueden explicarse por desconocimiento o por mala fe. Si lo que se dice fuera el caso, estaríamos ante un gran descubrimiento: la estadística, como rama de las matemáticas, estaría muerta. Pero entonces se tendría que explicar por qué distintos tipos de instrumentos que dependen de las inferencias basadas en cálculos estadísticos aciertan con una frecuencia mayor de la que yerran.
Este tipo de casos demuestran es que es un sinsentido afirmar que para que algo sea confiable eso tiene que ser infalible. Para ver por qué este no es el caso, basta con reconocer que nuestros sentidos son falibles. Tal como René Descartes ilustró hace varios siglos, uno puede percibir que la parte de una vara que está sumergida en el agua está doblada, cuando en realidad la vara tiene la forma de una línea recta. Sin embargo, esto no significa que nuestros sentidos sean una mala guía: tan no es así que en nuestra vida diaria asumimos que nuestros sentidos aciertan con más frecuencia de la que se equivocan. Solemos confiar en lo que vemos o escuchamos y, al menos para fines prácticos, la falibilidad no nos lleva a dejar de confiar en nuestros sentidos como instrumentos para navegar el mundo.
(2) Una segunda forma de perder piso en la discusión sobre las encuestas implica respaldar las encuestas en general a capa y espada, contra viento y marea. Pero, defender que las encuestas son infalibles es una batalla perdida de antemano porque hay evidencias contundentes que demuestran que esto no es verdad; los casos de encuestadoras que han fallado, casi siempre en escenarios de competencia cerrada, son de sobra conocidos. Es decir, defender la infalibilidad sin cortapisas no nos llevará muy lejos. Lo que sí podemos hacer es cualificar condiciones en las que la infalibilidad si se obtiene. Por ejemplo, uno podría decir que cuando la mayoría de las encuestas dan un resultado similar, y cuando este resultado muestra que un candidato va muy arriba de su más cercano competidor, entonces estamos ante un instrumento infalible que permite anticipar quién será el ganador.
Un criterio de esta naturaleza puede parecer, de inicio, sólido. Pero para ver por qué nuestro criterio “mayoría de encuestas +distancia entre primero y segundo lugar” también es problemático, imaginemos un escenario en que un partido, el gobierno o intereses económicos logran corromper a la mayoría de las encuestadoras. En México, esta es una posibilidad que debemos considerar con toda seriedad. Es bien sabido que en 2012 la mayoría de las encuestadoras más famosas erraron escandalosamente a favor del candidato del PRI. Lo que es peor, encuestas como la de GEA-ISA difundida en Milenio por Ciro Gómez Leyva mostraban un virtual empate entre el segundo y el tercer lugar, situación que eliminó virtualmente el voto útil anti-PRI; dado que, según GEA-ISA, Vázquez Mota tenía igual chance que AMLO de ganar -es decir, virtualmente ninguno-, para muchos panistas perdió sentido dar su voto al candidato del PRD en lugar de a la candidata de su partido.
Lo importante aquí es que un escenario de falla general ocurrió en 2012; pero entonces este escenario no es imposible y, en consecuencia, no podemos contar con la certeza absoluta de que la misma lógica esté aplicando este año, pero ahora a favor de AMLO. Y, si la mayoría de las encuestadoras fueran corrompidas, lo de menos sería colocar al candidato favorito en primer lugar y elegir una distancia “segura” entre el primero y el segundo para influir en el electorado, para realizar un fraude masivo o, incluso, para chantajear al gobierno o a partidos rivales. Desde luego, lo anterior hace pedazos nuestro criterio de infalibilidad “mayoría de encuestas +distancia entre primero y segundo”, pues implica que para confiar en este criterio necesitamos conocer que las encuestadoras no han sido sobornadas, conocimiento que, a los mexicanos de a pie, nos resulta prácticamente imposible de obtener. Por ende, regresamos a donde empezamos: no es posible confiar en las encuestas.
De las formas de perder piso revisadas podemos concluir que descartar las encuestas por el hecho de ser encuestas es un contrasentido, pero también que resulta insensato intentar buscar un criterio de infalibilidad. Ante la falta de certezas o las complicaciones que implica encontrar salida a este dilema, una reacción común es optar por el camino más corto y sencillo: encogerse de hombros, decir que las encuestas están peor que nunca y olvidarse del problema. Me parece que quienes deciden en este sentido podrían estar apoyando indirectamente -con o sin conocimiento de ello- a quienes afirman que las encuestas nunca deben ser confiadas. Otra posibilidad es abrazar sólo las encuestas que favorecen a nuestro candidato, pero entonces estamos estaríamos definiendo lo verdadero en función de lo que nos gusta o conviene. Además, esto implica avalar a quienes patrocinan encuestas a modo con la única intención de desacreditar encuestas certeras que les resultan incómodas.
¿Cómo salir de este atolladero? Una posible solución, simple, pero a la vez demandante, pasa por asignar un grado de credibilidad a las encuestas acorde con su desempeño en elecciones anteriores. En este sentido, el desempeño de las encuestadoras en 2012 ha sido plenamente documentado y puede ser consultado, por ejemplo, en un artículo de Leo Zuckerman para la revista Nexos . De esta forma, uno puede saber que la encuesta de Reforma fue muchísimo más certera que la de GEA-ISA. Un poco de familiarización con el contexto nos permite conocer que Alejandro Moreno, pieza clave en la encuesta de Reforma en 2012 es hoy quien trabaja para El Financiero. Para rematar, las encuestas de Reforma y de El Financiero en 2018 ofrecen resultados muy similares y ambos son medios que, por decir lo menos, no parecen fascinados con el candidato que este año encabeza sus encuestas.
Asignar mayor credibilidad a quien en el pasado ha sido certero no tiene nada de extraordinario. Los seres humanos lo hacemos cotidianamente. Supongamos que tenemos dos amigos “X” y “Y”. Supongamos ahora que ayer, al preguntarle cómo llegar a un sitio en cierta colonia, “X” nos dio una dirección equivocada, mientras que “Y” nos dio una dirección correcta. Lo sensato es confiar en “Y” para futuras dudas con respecto a direcciones en esa colonia, pues “Y” ha demostrado ser un agente cuyo testimonio es fiable. Lo anterior no significa, claro está, que “Y” sea infalible; sólo que merece más nuestra confianza que “X”.
Es importante notar que, de alguna forma, “X” es castigado al momento que le retiramos nuestra confianza. El castigo es más radical en la medida en que tengamos elementos que nos permitan suponer que “X” nos ha engañado adrede o en la medida en que la falla sea mayor; no es lo mismo si “X” nos direcciona a otra colonia a que si sus instrucciones yerran por un par de cuadras. Si esta lógica la aplicamos con las fuentes de justificación testimoniales distintos ámbitos, ¿por qué no habríamos de hacer lo mismo con las encuestas? ¿Por qué resulta tan difícil confiar más en la encuesta de Reforma que en la de GEA-ISA?
Afortunadamente, este año los mexicanos contamos con un elemento adicional para reforzar nuestro grado de confianza. Se trata de los consolidados o promedios de encuestas de Bloomberg y El País, dos instrumentos que nos pueden ayudar a tener más certeza. Tal como explicó Jorge Zepeda Patterson en este mismo espacio, estamos ante “un modelo que promedia todas las encuestas, pero dándoles un valor en función de la calidad de cada casa encuestadora (metodología, récord en elecciones anteriores, etc.). Una especie de curaduría de sondeos y encuestas. Un vistazo ponderado de lo que en realidad está sucediendo en el terreno de la intención de voto.” Y estos modelos, al menos hasta ahora, han ofrecido hasta ahora resultados muy similares a los de Reforma.
Desde luego, no es imposible que las encuestadoras más confiables fallen o que sean corrompidas, como tampoco es imposible que modelos como los de Bloomberg y El País estén radicalmente equivocados. Si este fuera el caso, lo correspondiente sería retirarles nuestra confianza de acuerdo con el tipo y grado de falla. Sin embargo, descartar de antemano lo confiable por falible implicaría dejar de distinguir que confiabilidad e infalibilidad no son lo mismo. Y que, más seguido que no, lo altamente confiable suele ser suficiente.
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