El filósofo griego no podía imaginar un mundo en el que los miembros de la sociedad no ejercitaran, con igual entusiasmo, el cuerpo y la mente. Para él, el deporte era tan importante como la geometría, y se encargó de transmitir estas ideas entre sus aprendices. No te pierdas este relato de Novelistik y aprovecha para leer gratis La República, de Platón.
Por Novelistik
Ciudad de México, 14 de agosto (SinEmbargo).– Cuando pensamos en un filósofo o en un escritor, nuestra mente nos devuelve la imagen de algún intelectual desgarbado o un anciano con lentes redondos. Pero hubo un tiempo en el que las cosas eran distintas.
Todos hemos escuchado hablar de Platón, el gran filósofo griego. Reinterpretaciones medievales lo han mostrado como un viejo barbado y, leyendas poco sustentadas, afirman que le llamaban así porque su cuerpo regordete se asemejaba a un plato. Nada más alejado de la realidad.
El filósofo heleno debió tener un cuerpo escultural. Cuando fundó la Academia de Atenas tenía claro que los alumnos debían ser formados en tres disciplinas principales: geometría, retórica y deporte. Lo practicaban completamente desnudos con una banda cubriendo su frente. La destreza era considerada una condición para ejercer el buen juicio y el pensamiento abstracto.
La educación física ateniense era tan importante que incluso sus aguerridos vecinos —los espartanos— eran mucho más laxos en sus métodos formativos.
Durante la vida adulta, un ateniense iría al gymnasium a continuar con su educación física. Platón no podía imaginar un mundo idílico en el que los miembros de la sociedad no ejerciten, con igual entusiasmo, el cuerpo y la mente.
En tiempo de olimpiadas vale la pena recordar recordar algo muy relevante: el mejor conocimiento se transmite entre maestros y alumnos. Los antiguos griegos lo sabían muy bien: detrás de cada gran atleta —o filósofo— siempre hay un gran tutor.